El Espectador

Ciclismo, política

- SANTIAGO GAMBOA

EL TOUR DE FRANCIA ESTÁ DEjando profundas y perdurable­s enseñanzas sobre el alma humana que, creo yo, sería deseable ver en otros ámbitos de la vida.

Por ejemplo, en la política. Acabo de seguir, emocionado, la última etapa de los Pirineos, entre Lourdes y Hautacam, y aún no salgo de mi asombro. En los últimos 75 kilómetros los corredores subieron tres premios de montaña realmente inhumanos. Los dos grandes rivales fueron el danés Jonas Vingegaard y el esloveno Tadej Pogacar, primero y segundo en la general. Dos jóvenes de 25 y 23 años que, de un modo casi sobrenatur­al, superan al resto de los ciclistas del pelotón y parecen dioses enfrentado­s a simples mortales. Seis veces Pogacar atacó a Vingegaard en plena subida, con unos acelerones tan brutales que dejaron clavadas hasta a las motos de la transmisió­n de TV, pero las seis veces el danés le siguió la rueda y defendió su posición. Un espectácul­o de una estética incomparab­le. Los demás corredores, incluido nuestro Nairo Quintana, no pudieron hacer otra cosa que mirar, ver jugar a los dioses. Pensé en las increíbles rivalidade­s deportivas, cuando dos genios coinciden en una misma generación. Recordé las vueltas a Francia de los años 1985 y 1986, cuando la rivalidad era entre el francés Bernard Hinault y el norteameri­cano Greg LeMond, y nuestro Lucho Herrera ganaba la camiseta de montaña; luego, entre el francés Laurent Fignon y el español Pedro Delgado, hasta que llegó Miguel Induráin, el vasco, y a todos nos pareció que venía de otro planeta.

Pero lo más increíble de esta etapa de los Pirineos fue que en el último descenso, antes de subir al premio de montaña donde estaba la meta, Pogacar y Vingegaard iban uno al lado del otro y, en una de las curvas, Vingegaard estuvo a punto de caer, trastabill­ó pero logró seguir. Fue un gran momento de nervios. Pogacar, que iba adelante, no lo vio y le tomó alguna ventaja, pero luego ocurrió al revés: Pogacar resbaló y rodó por el suelo, raspándose el muslo. Vingegaard se dio cuenta de la caída y de inmediato desaceleró y casi se detuvo para esperar a su adversario en un gesto que, como dijo el comentaris­ta de la televisión italiana, “vale cinco victorias en el Tour”. Y como a veces los dioses son dadivosos con los mortales, al final, en la subida definitiva, el esloveno Pogacar se descolgó, sus fuerzas menguaron y Vingegaard ganó la etapa en franca lid, como un rey, y aseguró su primera victoria en el Tour de Francia. Rey de reyes.

Ver este gesto en directo me hizo pensar en otros deportes, como el fútbol, en el que lo más común es sacar partido de los accidentes del rival. Ha habido gestos de nobleza alguna vez, pero lo más común es esa frase que el técnico argentino Carlos Bilardo les decía a sus futbolista­s. “Si el rival se cae no lo ayudés a levantarse… Pisálo más bien”. Con esto pensé en nuestra política local. Ahora que ya pasó el remolino electoral, ¿qué nos queda? Los pisotones al estilo Bilardo, creo, han menguado y los personajes oscuros han bajado el tono; veo en el ambiente una actitud mejor, más cercana a la de Vingegaard con Pogacar: un ánimo reconcilia­dor e incluso una cierta sobrevalor­ación de la bondad. ¿Estaré soñando despierto, aún conmovido por la hermosa etapa del Tour? Es posible, ojalá que no.

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