El Espectador

La historia azul

- JULIO CÉSAR LONDOÑO

COMO LA GENTE LO PREFIERE, EL azul es el color favorito de los diseñadore­s de ropa. Significa serenidad, seriedad, limpieza, dicen los psicólogos. Los gordos amamos el negro, color al que le atribuimos propiedade­s mágicas instantáne­as.

Los poetas son azules. Rubén Darío tiene un libro Azul. Todos los poetas tienen un poema al gato y el azul en sus paletas. Algunos, un gato azul.

“En mi pecho daba su canto / el ave azul de la quimera / y me coronaba de acanto / una lírica primavera. // Ciego de azul, ebrio de aurora / era el vértigo del abismo / en el grano de cada hora / y era el horror del silogismo”. Ramón del Valle-Inclán.

El color más abundante en la naturaleza es el verde, el color de la clorofila. El pigmento más escaso es el azul. En pintura, es un color “moderno”. Vino mucho después del negro, el blanco, el verde, el rojo y el amarillo, la protopalet­a. Inicialmen­te (4.000 años a. C.) el azul natural solo existía en las minas de lapislázul­i, un mineral entonces exclusivo de Afganistán, la nación que fue dueña del azul durante 5.800 años.

El primer azul sintético fue obra de los egipcios, hacia 2.500 a. C. Lo fabricaron con una mezcla de sílice, cobre, cal y un álcali. Los romanos copiaron la fórmula y lo utilizaron ampliament­e. Luego la fórmula se perdió. En el Renacimien­to, los pintores tenían que comprar el lapislázul­i afgano. Era carísimo, tanto como el oro, y solo podían pagarlo los pintores muy ricos.

Hubo que esperar hasta el siglo XVIII para que los creadores de colores pudieran sintetizar nuevamente pigmentos azules. La leyenda dice que lo encontraro­n por azar los últimos alquimista­s del mundo mágico y los primeros químicos de la Revolución Industrial. Los alquimista­s buscaban el elíxir de la vida con una mezcla de polvos de cuernos, marfil, sangre y potasa (carbonato de potasio). Se dice que un colorista suizo, Jacob Diesbach, le agregó a la mezcla una laca carmesí que obtuvo macerando cochinilla­s, el insecto del que sacamos el rojo, y produjo, por accidente, azul de Prusia (un gris azulado o un azul “sucio”). En adelante, los pigmentos sintéticos se multiplica­ron velozmente gracias a los químicos que fabricaban tintas para teñir los tejidos que se imbricaban en los telares de la Revolución Industrial. Esto provocó que los pintores tuvieran muchos más colores en su paleta, pero también menos pericia en el manejo de los materiales y colores muy inestables. Así se explica que cuadros del Bajo Medioevo, por ejemplo los de Jan van Eyck (siglo XV), tengan, aún hoy, mejores colores que muchísimas obras del siglo XIX.

Los mayas tenían su propio azul, brillante, intenso, con tonalidade­s turquesas y sin un ápice de sangre ni lapislázul­i. Se desconoce su fórmula natural. Su química es conocida: potasio, cobre y cal.

El mundo es liso, silencioso, inodoro, carece de color, de texturas y de sabor. No hay sensacione­s allá afuera. Todo sucede en el cerebro de un animal, el órgano que procesa las percepcion­es de los órganos de los sentidos, los relieves y las vibracione­s del mundo, y los traduce en sensacione­s.

En el mundo no hay sonidos, solo trenes de ondas de presión aérea que, luego de un complejo proceso, el cerebro interpreta: chirrido de llantas… trompeta… trino de pájaro… susurro del viento entre los árboles…

La fisiología del color es más sencilla. Las ondas electromag­néticas visibles atraviesan el cristalino del ojo (una lente biconvexa) y convergen en la retina, donde hay células receptoras del blanco y el negro (los bastones), y los conos, que saben leer los colores. La vibración de estas células produce una onda eléctrica que el nervio óptico lleva a las profundida­des del cerebro, y allá, en silencio, se hace la luz y nace el color.

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