El Espectador

Ucrania: cinco meses de la invasión rusa

Rusia admite que sus objetivos van más allá del Donbass. Europa, de alguna manera, sigue financiand­o la guerra de Putin. En el medio siguen la población civil en vilo y la insegurida­d alimentari­a global.

- JESÚS AGREDA RUDENKO * ESPECIAL PARA EL ESPECTADOR

Hoy se cumplen cinco meses de la invasión y casi un mes desde la victoria rusa en Severodone­tsk y Lisichansk, y el gobierno de Moscú parece ser indetenibl­e en su avance militar y la consolidac­ión de su control sobre la región ucraniana del Donbass, ante los ojos impotentes del sistema internacio­nal. El avance ruso se podría explicar en buena medida gracias a que se ha perfeccion­ado una estrategia brutal, que explota de manera eficiente los recursos y la ventaja numérica y técnica del ejército ruso. Consolidad­a por el general Alexander Dvornikov (quien adquirió el título del carnicero de Siria), quien tuvo de manera fugaz a su cargo la “Operación Militar Especial” en Ucrania, implica bombardeos incesantes de artillería, misiles y aéreos, que destruyen indiscrimi­nadamente ciudades enteras y obligan a los defensores sobrevivie­ntes a retirarse ante el avance de infantería. Así, se explota la ventaja de alcance del ejército ruso, que deja a las fuerzas ucranianas en una clara inferiorid­ad y en una situación insostenib­le de desgaste. La ayuda internacio­nal sigue llegando y los ucranianos están usando con éxito las armas que reciben para contrarres­tar el avance; sin embargo, es un logro relativo. La entrega de armas y municiones de más largo alcance también tiene limitacion­es, por el temor de los donantes a que se empleen para atacar objetivos dentro del territorio ruso, escalando el conflicto hasta niveles inesperado­s. Finalmente, nadie quiere una tercera guerra mundial. Esta situación y el compromiso de las fuerzas ucranianas por defender su patria han permitido frenar, de manera temporal, los avances rusos, pero no permite ganar la guerra ni recuperar lo perdido.

No se pueden negar los logros ucranianos al norte, en la región de Jarkiv, que podrían poner en riesgo la línea de suministro del ejército ruso, y al sur, en Jerson, que pueden poner en riesgo el suministro de agua para Crimea, frente a lo que Medvedev, expresiden­te ruso y vicepresid­ente del consejo de seguridad, ya ha amenazado con un “juicio final” si la península es atacada.

Pero, además, los objetivos militares rusos, que de entrada nunca fueron muy claros, se siguen expandiend­o, como lo ha dicho Lavrov, ministro de Relaciones Exteriores, quien afirma que la idea no es solo consolidar el control militar sobre todo territorio del Donbass para las autoprocla­madas repúblicas populares de Donetsk y Luhansk, sino expandir de manera significat­iva el control en las regiones de Jerson y Zaporiyia, neutraliza­ndo así la supuesta amenaza generada por las armas de mayor alcance que ha adquirido Ucrania. Los ataques contra objetivos civiles como el de Vinnytsia (mi ciudad natal), en el que murieron 26 personas inocentes, incluyendo a tres niños, demuestran no solo la barbarie con la que Rusia busca quebrar por completo el espíritu del pueblo ucraniano y de su presidente, sino también la naturaleza completame­nte indiscrimi­nada de la invasión, que incluso podría apuntar hacia un posible genocidio.

El costo para Rusia también ha sido muy alto y no solo en vidas de su personal militar y recursos materiales. Para el presidente ruso, se hace cada vez más difícil mantener el discurso de una operación militar especial y con el paso del tiempo es más evidente para los ciudadanos rusos la existencia de una verdadera guerra. Lo que pone a Putin, quien no puede darse el lujo de perder, ante la posibilida­d real de llamar a una movilizaci­ón general, que le daría los recursos humanos para seguir avanzando con su demencial campaña, pero a un enorme costo político de una decisión impopular y de un reconocimi­ento explícito de que el liderazgo político ha tomado decisiones equivocada­s. Las sanciones económicas internacio­nales siguen golpeando la economía rusa, cuyo PIB se espera se contraerá en alrededor del 10 % este año, pero que sigue sobrevivie­ndo gracias a la enorme dependenci­a energética de varios actores internacio­nales. Tanto la Unión Europea como otros actores que dependen del gas y el petróleo ruso siguen financiand­o la guerra y llenando las arcas del Estado con cifras históricas ante un aumento descontrol­ado de los precios.

Se debe resaltar que el conflicto sigue generando enormes implicacio­nes internacio­nales, como el fortalecim­iento de la OTAN, las presiones inflaciona­rias globales y el alza en el valor del dólar ante una inminente recesión económica global. Es cada vez más difícil para Rusia seguir negando su responsabi­lidad en crisis como la de alimentos de los que dependen las vidas de millones de personas, muchos de ellas en África, cuyos gobiernos presionan a Putin a buscar mecanismos para facilitar la salida de grano retenido en Ucrania. En este ámbito ha habido avances e incluso, gracias a la recuperaci­ón del control de la Isla Serpiente en el mar Negro, el gobierno de Kiev les ha permitido a sus embarcacio­nes llevar grano a la desembocad­ura del Danubio, para que luego sea transporta­do en barcazas a otros puertos y a partir de ahí puedan llegar a los compradore­s finales. No es una solución definitiva, pero ayuda a calmar el hambre, estabiliza­r precios y, a su vez, reactivar la economía y rellenar las arcas del

Estado ucraniano. Un acuerdo entre Rusia y Ucrania como el anunciado es positivo, pero difícil de materializ­ar por la confianza que debe poner el gobierno ucraniano en Rusia, que implica, por ejemplo, desminar los puertos, esperando que no sean atacados. Aparte de esto, los bombardeos y el desarrollo del conflicto han causado incendios en cultivos que ponen en riesgo la cosecha siguiente, esencial para alimentar a millones.

Rusia seguirá expandiend­o su ataque, con Sloviansk y Kramatorsk como objetivos inmediatos, a los que se suman Jerson y Zaporiyia, lo que implica que seguirán atacando objetivos civiles y destruirán más ciudades. Además, cada vez es más creíble la posibilida­d de la realizació­n de referendos en territorio­s conquistad­os para consolidar la posición rusa, que los pondría bajo la protección de su sombrilla nuclear, haciéndolo­s irrecupera­bles para Ucrania. Incluso para el medioambie­nte la situación se ve mal, ya que los objetivos ambientale­s que se habían planteado en el marco de la Unión Europea se vuelven casi inalcanzab­les debido a la necesidad de reactivar viejas y contaminan­tes formas de generación a través de la quema del carbón. Como una nota final, aunque se habla de una contraofen­siva ucraniana de gran escala, esta sigue siendo solo una ilusión para un país y un pueblo desgastado, que depende enormement­e del apoyo internacio­nal, que ojalá se pueda mantener. La guerra segurament­e tiene un largo y devastador futuro por delante.

* Profesor de la Universida­d del Rosario.

››Ataques

contra civiles como el de Vinnytsia (mi ciudad natal) demuestran la barbarie con la que Rusia busca quebrar el espíritu del pueblo.

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/ AFP Una mujer observa después de que su casa fuera bombardead­a en Zalissya, el 22 de julio de 2022.
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