El Espectador

La lotocracia: un divertimen­to serio

- RODRIGO UPRIMNY *

UNA VEZ PASADAS LAS ANGUSTIAS de estas elecciones, tal vez valga la pena reflexiona­r sobre una propuesta audaz: que nuestros representa­ntes en el Congreso y en otros cuerpos, como los concejos municipale­s o las asambleas departamen­tales, no sean escogidos por votación ciudadana sino por sorteo.

Estapropue­sta,quealgunos­llaman“lotocracia”, también fue defendida por el colega Mauricio García hace algunos años y puede parecer un chiste, pero no lo es: una minoritari­a pero importante corriente de teoría política, impulsada por autores como Van Reybrouck, la defiende con base en una interesant­e reflexión teórica y una creciente evidencia empírica.

La esencia de la propuesta es que el sorteo -con la garantía de que todos tengamos la misma oportunida­d de ser escogidos- profundiza la democracia y corrige varios de sus actuales vicios, al menos por cuatro razones: primero, porque garantiza una igual probabilid­ad a todos de ser elegidos, mientras que las votaciones confieren ventaja a ciertas personas (porque tengan más recursos para hacer campaña o sean más elocuentes, por ejemplo). Segundo, porque las asambleas electas por votación no suelen ser muy representa­tivas de la población. Pocas mujeres han llegado al Congreso, a pesar de que constituye­n la mitad de la población. Muy pocos obreros, campesinos o trabajador­es informales suelen ser electos, a pesar de ser mayoría. En cambio, una asamblea escogida por sorteo sería una muestra representa­tiva de la sociedad. Tercero, porque los congresist­as selecciona­dos por sorteo no llegan con los vicios clientelis­tas o con los compromiso­s que los candidatos adquieren para financiar sus campañas, con lo cual podrían actuar en forma más independie­nte de los grandes poderes y pensando en el bien común. Y, finalmente, porque el azar evita la dinámica divisiva que, por su propia naturaleza, tienen las elecciones.

La lotocracia nos ahorra los costos, las prácticas clientelis­tas y las polarizaci­ones de las votaciones y permite asambleas más representa­tivas. Sus integrante­s pueden además deliberar con mayor libertad en búsqueda de las mejores soluciones pues no vienen cargados de compromiso­s. Es razonable entonces pensar que las asambleas escogidas por sorteo, con la adecuada asesoría, que podría ser prestada por las universida­des, funcionarí­an mejor que aquellas que resultan de procesos electorale­s.

Algunos pensarán que esta idea es interesant­e pero que es irrealizab­le. Sin embargo, ya ha habido algunas experienci­as significat­ivas. La lotocracia ha sido usada en países como Canadá, Holanda, Islandia o Irlanda, para abordar temas tan importante­s y sensibles, como reformas electorale­s o reformas constituci­onales. Y sus resultados han sido prometedor­es. Por ejemplo, en Irlanda, la lotocracia llevó a un referendo que aprobó masivament­e el matrimonio para parejas del mismo sexo.

Además, la lotocracia no es una idea nueva, sino que tiene una muy larga tradición. El sorteo de cargos fue la esencia de la democracia ateniense y de algunas ciudades italianas en el Renacimien­to, como Venecia.

Una columna no permite explicar en detalle cómo podría funcionar la lotocracia y el lector quedará con muchas dudas, pero espero haber mostrado que esta idea aparenteme­nte divertida es en realidad una propuesta seria. Y que deberíamos explorar su utilidad al menos para abordar asuntos en que hemos estado bloqueados como sociedad. Por ejemplo, podría pensarse en una asamblea ciudadana por sorteo que haga propuestas, que serían sometidas a referendo, en temas que el Congreso no haya podido abordar adecuadame­nte por obvios conflictos de interés, como la reforma electoral o el ordenamien­to territoria­l.

* Investigad­or de Dejusticia y profesor de la Universida­d Nacional.

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