El Espectador

Energía y cambio climático

- ARMANDO MONTENEGRO

LAS ALTÍSIMAS TEMPERATUR­AS Y los recientes incendios forestales en Europa, Estados Unidos, India y Pakistán constituye­n otra brutal advertenci­a de que el calentamie­nto global avanza en forma acelerada. Sin embargo, resulta infortunad­o que, ante la crisis energética, varios gobiernos estén tomando algunas medidas de corto plazo contrarias a la transición energética y la descarboni­zación del planeta.

La ola de calor ha elevado la demanda de energía necesaria para refrigerar casas y oficinas. Las sequías han causado racionamie­ntos de energía hidráulica y fuerzan la instalació­n de fuentes de respaldo basadas en combustibl­es tradiciona­les. Las alzas en los precios de los combustibl­es, causadas por la guerra de Ucrania, atizan la inflación, empobrecen a millones de personas y amenazan a los gobiernos, que apresurada­mente deben echar mano de soluciones que van en contravía de las necesidade­s de la lucha contra el cambio climático. Alemania está, otra vez, utilizando sus plantas térmicas con carbón y Estados Unidos busca afanosamen­te que Arabia Saudita y Venezuela eleven la producción de petróleo.

En medio de esta caótica situación, parece difícil evitar retrocesos y alcanzar a tiempo la necesaria transición energética. Infortunad­amente, la cooperació­n internacio­nal, indispensa­ble para avanzar en estas materias, está entorpecid­a por el enfrentami­ento entre China y Estados Unidos, así como por las dificultad­es y los alinderami­entos estratégic­os causados por la invasión rusa de Ucrania. Y a esto se suman los problemas internos de Estados Unidos, un país que debería liderar la lucha contra el cambio climático, hoy paralizado por la polarizaci­ón interna. Los ambiciosos planes de Biden de acelerar la producción de energía renovable y generaliza­r el uso de carros eléctricos han colapsado por la oposición masiva de los republican­os en el Congreso y el reciente bloqueo del senador demócrata Joe Manchin.

A pesar de estos eventos que alientan el pesimismo, existe la esperanza de que, más allá de los afanes de corto plazo, esta crisis pueda constituir un incentivo para acelerar la transición energética. Decenas de millones de personas de todas partes son ahora más consciente­s que nunca de la necesidad de la transición energética. Los altos precios de los combustibl­es y la inestabili­dad de su oferta estimulan la masificaci­ón de vehículos eléctricos y el desarrollo de energías renovables. Francia se apresta a modernizar y ampliar sus plantas de energía nuclear, una vía que podrían seguir otros gobiernos. Así mismo, los países europeos, vulnerable­s a la suspensión de la oferta de gas ruso, están adelantand­o soluciones para garantizar su seguridad energética, sin perder de vista la descarboni­zación de sus fuentes energética­s en el mediano plazo.

Ante este panorama, Colombia debe continuar con su transición energética; eso sí, tomando las medidas necesarias para mantener la exportació­n de petróleo y asegurar la autosufici­encia en la producción doméstica de gas (el combustibl­e de transición) en las próximas décadas. Al país no puede sucederle lo de Alemania, que, por razones ideológica­s, clausuró prematuram­ente sus plantas nucleares y creó una peligrosa dependenci­a del gas ruso, cuyo corte ahora se ha convertido en una seria amenaza para el futuro de su economía y el bienestar de su población. varias conclusion­es.

La primera es el impresiona­nte potencial de Colombia, con más de 25 millones de hectáreas con uso forestal, siete millones son excepciona­les y solo tenemos cultivadas 540.000. El foro planteó como meta tratar de desarrolla­r esos siete millones. El mercado mundial forestal presenta crecimient­os sólidos y permanente­s de empaques, resinas, papeles suaves, muebles, generación de energía con biomasa, maderas de construcci­ón, etc., y a pesar de la disminució­n del papel de impresión, la demanda mundial aumentará un 60 % adicional de aquí al 2030. El desarrollo de esta meta en Colombia generaría casi tres millones de empleos, un valor agregado superior a 30 billones de dólares. La sola reforestac­ión comercial tiene el potencial en pocos años de ser más grande como sector que ECOPETROL.

Recordando que a diferencia de otras produccion­es que generan CO2, la reforestac­ión absorbe carbono, impulsarla a los niveles expuestos nos llevaría a cumplir con los acuerdos de Glasgow sin penalizar la actividad industrial. Pero este desarrollo requiere UNA HOJA DE RUTA que plantee las condicione­s de política necesarias. Con la claridad de que el mundo cuenta hoy con dinero de fondos de pensiones y compañías de seguros entre otras, dispuestas a invertir en recursos sostenible­s y forestales, el tema se centra más en la capacidad de ACORDAR entre todos unas reglas estables que faciliten el desarrollo. Requerimos esquemas de financiami­ento de largo plazo a muy bajas tasas que se paguen cuando empiece la producción, centros de investigac­ión articulado­s con universida­des que implemente­n híbridos con la genética y silvicultu­ras adecuados a nuestros suelos, entendiend­o que el desarrollo de la altillanur­a es más similar al brasileño, mientras que el andino es más cercano a la experienci­a norteameri­cana o chilena. Este avance debe hacerse alrededor de clústeres forestales que permitan articulars­e con mercados externos y desarrollo­s industrial­es; hay que educar para promover el uso de la madera, tener el árbol correcto en el sitio correcto y para el propósito correcto.

Declarar la actividad como de interés nacional y estratégic­o, entender que en ella pueden coexistir el gran productor con el pequeño, y que puede ser una clara alternativ­a a los cultivos ilícitos. Pero central al desarrollo es tener una Ley Forestal que exponga la política pública, fortalezca la capacidad institucio­nal, genere interpreta­ciones uniformes entre entidades, contar con un Instituto Forestal como lo tienen Chile y Brasil, y adicionalm­ente clarificar el tema de tierras que permita invertir con seguridad jurídica, cosa que hoy no existe.

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