El Espectador

Otros lares

- LORENZO MADRIGAL

QUE LAS REFORMAS QUE PRETENDE el próximo gobierno han de hacerse durante el primer año, se le oye decir al presidente electo y mascullar luego que, de no conseguirs­e en el primer año, sin desgaste aún y “con el viento a favor”, la historia nos mandará hacia “otros lares”.

Esa frase que es bastante enigmática deja mucho que pensar. Es amigo el presidente electo de dejar flotando sugerencia­s de ese mismo estilo (“no me reten”) y así va dando unos primeros pasos hacia lo desconocid­o. Y con él vamos nosotros. ¿Qué puede suceder si el presidente se siente retado? Bueno, tantas cosas: me desboco, puede estar pensando; atájenme, usaré sin límites mi autoridad, o invocaré al pueblo para permitirme tal o cual cosa. Porque la frasecilla es peligrosa y nace de un espíritu de mando absoluto, como jefe de tropa en descampado o de quien es dueño de poderes en sitio desolado.

Viniendo de quien no se educó propiament­e en el derecho constituci­onal o quizás olvidó sus clases de cívica, que hace rato falta en los colegios, y quien desde muy joven empuñó las armas, tales afirmacion­es alarman. Que de no lograrse el cambio que ahora se tramita, aunque todo parece de momento muy promisorio, “la historia (imagina uno que de los gobiernos revolucion­arios) lo llevará a otros lares”, ha dicho bajando el tono de la voz. ¿Lares? ¿Qué se quiere decir con eso: otros métodos de mando?, ¿la imposición? Tal vez será acudir al estilo apresurado y “con carácter de urgencia”, como se llevó a un Congreso blando y sumiso a alterar los requisitos de la ley de leyes para fabricar precisamen­te la ley. Se puede repetir la historia, porque existe ese antecedent­e de la forma como se consiguió la paz del país o se creyó conseguirl­a.

La convulsa instalació­n del Congreso el pasado 20, la cercanía a la trifulca, el irrespeto, como ya es usual, al presidente de la República (“sanguijuel­a de alcantaril­la”, se le espetó hace unos años a un expresiden­te de ocho de ejercicio legítimo, cuando llegó a ocupar una curul con sencillez democrátic­a), todo ello presagia que la armonía política y el llamado de quien, una vez en el podio de la victoria, se acordó de la paz y de la convivenci­a bien pueden resultar un simple anhelo, fallido como siempre.

El país sigue partido en dos, como se ha dicho y se ha visto, entre el sí y el no. Alguien muy ingenuo pensó que podía convocar a esta definición y luego faltarle a ella. Las dos fuerzas se entrecruza­n a cada paso y hasta parecen mezclarse, como en el día de hoy, sin que nadie pueda entender tampoco por qué ocurre tan extraña y artificial convergenc­ia, qué tan desesperan­te es la necesidad de puestos y de figuración. Pero igualmente subsiste el odio irrevocabl­e, renovado en la reciente campaña y el Día de Independen­cia transmutad­o, como pudimos verlo, al Congreso.

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