Otros lares
QUE LAS REFORMAS QUE PRETENDE el próximo gobierno han de hacerse durante el primer año, se le oye decir al presidente electo y mascullar luego que, de no conseguirse en el primer año, sin desgaste aún y “con el viento a favor”, la historia nos mandará hacia “otros lares”.
Esa frase que es bastante enigmática deja mucho que pensar. Es amigo el presidente electo de dejar flotando sugerencias de ese mismo estilo (“no me reten”) y así va dando unos primeros pasos hacia lo desconocido. Y con él vamos nosotros. ¿Qué puede suceder si el presidente se siente retado? Bueno, tantas cosas: me desboco, puede estar pensando; atájenme, usaré sin límites mi autoridad, o invocaré al pueblo para permitirme tal o cual cosa. Porque la frasecilla es peligrosa y nace de un espíritu de mando absoluto, como jefe de tropa en descampado o de quien es dueño de poderes en sitio desolado.
Viniendo de quien no se educó propiamente en el derecho constitucional o quizás olvidó sus clases de cívica, que hace rato falta en los colegios, y quien desde muy joven empuñó las armas, tales afirmaciones alarman. Que de no lograrse el cambio que ahora se tramita, aunque todo parece de momento muy promisorio, “la historia (imagina uno que de los gobiernos revolucionarios) lo llevará a otros lares”, ha dicho bajando el tono de la voz. ¿Lares? ¿Qué se quiere decir con eso: otros métodos de mando?, ¿la imposición? Tal vez será acudir al estilo apresurado y “con carácter de urgencia”, como se llevó a un Congreso blando y sumiso a alterar los requisitos de la ley de leyes para fabricar precisamente la ley. Se puede repetir la historia, porque existe ese antecedente de la forma como se consiguió la paz del país o se creyó conseguirla.
La convulsa instalación del Congreso el pasado 20, la cercanía a la trifulca, el irrespeto, como ya es usual, al presidente de la República (“sanguijuela de alcantarilla”, se le espetó hace unos años a un expresidente de ocho de ejercicio legítimo, cuando llegó a ocupar una curul con sencillez democrática), todo ello presagia que la armonía política y el llamado de quien, una vez en el podio de la victoria, se acordó de la paz y de la convivencia bien pueden resultar un simple anhelo, fallido como siempre.
El país sigue partido en dos, como se ha dicho y se ha visto, entre el sí y el no. Alguien muy ingenuo pensó que podía convocar a esta definición y luego faltarle a ella. Las dos fuerzas se entrecruzan a cada paso y hasta parecen mezclarse, como en el día de hoy, sin que nadie pueda entender tampoco por qué ocurre tan extraña y artificial convergencia, qué tan desesperante es la necesidad de puestos y de figuración. Pero igualmente subsiste el odio irrevocable, renovado en la reciente campaña y el Día de Independencia transmutado, como pudimos verlo, al Congreso.