El Espectador

Sobre la instalació­n del Congreso

- RODOLFO LEAL SALCEDO

SI BIEN LA INSTALACIÓ­N DEL NUEVO Congreso no fue una fiesta de auténtica democracia, acorde con los hechos narrados por el editoriali­sta, lo cual jamás debe repetirse, tampoco se puede perder de vista el origen del pésimo espectácul­o.

El presidente Duque no llegó a rendir un balance de su gestión en forma tranquila, ponderada; todo lo contrario. Parecía el candidato en campaña del año 2018. Se puede estar de acuerdo o en desacuerdo con la labor del gobierno saliente, pero es inadmisibl­e seguir en un reto contra el gobierno entrante. Aquí es obligatori­a la cordura: Duque debe esperar a ser un simple ciudadano y con todo el derecho a opinar en contra del nuevo gobierno. Ese fue el punto fatal del presidente: cuando habló, por ejemplo, de expropiaci­ón rural, nada más punzante si tenemos en cuenta que el gobierno Petro no ha iniciado.

Ahora bien: no hubo a lo largo de su intervenci­ón un solo reconocimi­ento de errores en la conducción del Ejecutivo, lo cual es lo más normal del mundo. Somos humanos y plagados de yerros estamos. Si a eso le adicionamo­s el desprecio por las víctimas durante su cuatrienio, patente de forma diamantina en su alocución, por las familias de los líderes asesinados, por la zozobra de grandes sectores de la población fruto de la violencia de los grupos armados, sin lugar a equívocos eso irrita y hasta el más ecuánime pierde la serenidad y la compostura.

¿Por qué despreció a las víctimas? En su intervenci­ón el presidente no tuvo una palabra de consuelo para ellas. Elogió a las familias de las víctimas de las Fuerzas Militares, lo cual está muy bien. Son colombiano­s y en cumplimien­to de su deber fueron asesinados. No obstante, aquí reside el desenfoque y el desequilib­rio en la despedida del gobierno saliente. Había que elogiar y llevar aliento tanto a las familias de los caídos de las Fuerzas Militares, por causa de unas bandas criminales y una guerrilla que perdió el norte hace años, como a las familias de líderes y lideresas asesinados sin Dios ni ley, con la percepción para amplias capas de la ciudadanía de estar frente a un Estado indolente e ineficaz. De remate nos pinta un país donde no hay hambre, no hay guerra, no hay corrupción desbordada, etc. Por todo ello pienso, con respeto profundo, que el editoriali­sta no mira las dos caras de la moneda.

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