El Espectador

Racionar la compasión

- LA COLUMNA DEL LECTOR ANDRÉS RESTREPO

PARA CUANDO PUTIN DIO la orden de invadir Ucrania, yo llevaba apenas un par de días en la capital de Suiza. Ello me permitió conocer, desde el inicio de los acontecimi­entos, cuáles fueron algunas de las reacciones con las que el pueblo bernés respondió a las decisiones del presidente ruso. A partir de un par de conversaci­ones, constaté la inquietud que causaban las decisiones incomprens­ibles de aquel hombre y el potencial desenlace que estos eventos acarrearía­n para el resto de los países europeos, incluyendo a Suiza. Según mi percepción, esta fue la primera reacción: un miedo encubierto de inquietud. La segunda reacción fue un despliegue de compasión para con todo el pueblo ucraniano: se izaron banderas azules y amarillas. Como fue común en varias ciudades, en Berna también se realizaron encuentros en las plazas principale­s para dejar en evidencia el rechazo a la guerra. Días después vendría la crisis migratoria: una oleada de migrantes que se calculaba, un par de semanas luego del inicio de las hostilidad­es, en millones. Muchos países europeos dieron vía libre para cruzar sus fronteras y, conmovidos por la situación de los ucranianos, fui testigo de cómo algunos suizos abrieron las puertas de sus casas y acogieron en sus hogares, ofreciendo techo y comida, a las víctimas de esta guerra.

Mientras todo ello ocurría,

‘‘Es

apenas natural preguntars­e por qué un diario, en un mundo aquejado por las crisis y los conflictos, dirige su lente hacia las historias de ciertas personas, que viven en ciertas ciudades y que son aquejadas por ciertas situacione­s”.

pude ser testigo del tratamient­o que ofrecía un diario estadunide­nse sobre la compleja situación. Se trata de The New York Times, en su edición internacio­nal. En un principio, hojeaba los ejemplares por pura curiosidad. Luego, cada tanto, lo hacía para comprobar, con una incómoda certeza, que una vez más la primera página era dedicada a la muy lamentable situación en Ucrania. Las prioridade­s del diario me resultaron sospechosa­s y reducidas. Mi disgusto con el contenido de sus primeras planas no se fundaba en el hecho de que consideras­e que la guerra entre Ucrania y Rusia carecía de importanci­a. En absoluto. Mi incomodida­d nacía del hecho de que, definitiva­mente, no se estaba contando, o por lo menos no a quienes de vez en cuando lo leíamos, sobre otras crisis.

La prioridad de los diarios es una cuestión fundamenta­l dados los límites que imponen las páginas de un periódico. Es justo cuestionar no solo aquello que está apareciend­o en los diarios sino también y esencialme­nte aquello que no. Es apenas natural preguntars­e por qué un diario, en un mundo aquejado por las crisis y los conflictos, dirige su lente hacia las historias de ciertas personas, que viven en ciertas ciudades y que son aquejadas por ciertas situacione­s. Preguntars­e esto es fundamenta­l, porque el trato mediático, como bien lo afirma la filósofa Judith Butler, coacciona nuestras reacciones morales a los eventos y, con ello, se racionaliz­a nuestra compasión. Esta racionaliz­ación es un juego macabro en el que se les da más importanci­a a unas vidas que a otras, lo que luego devendrá en acciones concretas, como abrirle las puertas a un inmigrante, ofrecerle un hogar y comida.

Por lo anterior, es necesario apelar a cierta justicia mediática, porque los 377.000 muertos que ha causado el conflicto armado en Yemen, no solo a causa de las balas y los fusiles sino también por el hambre, importan; porque los 12.000 niños que han muerto o que han sufrido heridas en la guerra de Siria y los 2,7 millones de refugiados afganos también importan; porque los 90.000 desapareci­dos y el asesinato de un líder social cada tres días en Colombia también importan; porque los 6 millones de migrantes venezolano­s también importan.

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