Racionar la compasión
PARA CUANDO PUTIN DIO la orden de invadir Ucrania, yo llevaba apenas un par de días en la capital de Suiza. Ello me permitió conocer, desde el inicio de los acontecimientos, cuáles fueron algunas de las reacciones con las que el pueblo bernés respondió a las decisiones del presidente ruso. A partir de un par de conversaciones, constaté la inquietud que causaban las decisiones incomprensibles de aquel hombre y el potencial desenlace que estos eventos acarrearían para el resto de los países europeos, incluyendo a Suiza. Según mi percepción, esta fue la primera reacción: un miedo encubierto de inquietud. La segunda reacción fue un despliegue de compasión para con todo el pueblo ucraniano: se izaron banderas azules y amarillas. Como fue común en varias ciudades, en Berna también se realizaron encuentros en las plazas principales para dejar en evidencia el rechazo a la guerra. Días después vendría la crisis migratoria: una oleada de migrantes que se calculaba, un par de semanas luego del inicio de las hostilidades, en millones. Muchos países europeos dieron vía libre para cruzar sus fronteras y, conmovidos por la situación de los ucranianos, fui testigo de cómo algunos suizos abrieron las puertas de sus casas y acogieron en sus hogares, ofreciendo techo y comida, a las víctimas de esta guerra.
Mientras todo ello ocurría,
‘‘Es
apenas natural preguntarse por qué un diario, en un mundo aquejado por las crisis y los conflictos, dirige su lente hacia las historias de ciertas personas, que viven en ciertas ciudades y que son aquejadas por ciertas situaciones”.
pude ser testigo del tratamiento que ofrecía un diario estadunidense sobre la compleja situación. Se trata de The New York Times, en su edición internacional. En un principio, hojeaba los ejemplares por pura curiosidad. Luego, cada tanto, lo hacía para comprobar, con una incómoda certeza, que una vez más la primera página era dedicada a la muy lamentable situación en Ucrania. Las prioridades del diario me resultaron sospechosas y reducidas. Mi disgusto con el contenido de sus primeras planas no se fundaba en el hecho de que considerase que la guerra entre Ucrania y Rusia carecía de importancia. En absoluto. Mi incomodidad nacía del hecho de que, definitivamente, no se estaba contando, o por lo menos no a quienes de vez en cuando lo leíamos, sobre otras crisis.
La prioridad de los diarios es una cuestión fundamental dados los límites que imponen las páginas de un periódico. Es justo cuestionar no solo aquello que está apareciendo en los diarios sino también y esencialmente aquello que no. Es apenas natural preguntarse por qué un diario, en un mundo aquejado por las crisis y los conflictos, dirige su lente hacia las historias de ciertas personas, que viven en ciertas ciudades y que son aquejadas por ciertas situaciones. Preguntarse esto es fundamental, porque el trato mediático, como bien lo afirma la filósofa Judith Butler, coacciona nuestras reacciones morales a los eventos y, con ello, se racionaliza nuestra compasión. Esta racionalización es un juego macabro en el que se les da más importancia a unas vidas que a otras, lo que luego devendrá en acciones concretas, como abrirle las puertas a un inmigrante, ofrecerle un hogar y comida.
Por lo anterior, es necesario apelar a cierta justicia mediática, porque los 377.000 muertos que ha causado el conflicto armado en Yemen, no solo a causa de las balas y los fusiles sino también por el hambre, importan; porque los 12.000 niños que han muerto o que han sufrido heridas en la guerra de Siria y los 2,7 millones de refugiados afganos también importan; porque los 90.000 desaparecidos y el asesinato de un líder social cada tres días en Colombia también importan; porque los 6 millones de migrantes venezolanos también importan.