El Espectador

Entre el cielo y el suelo del burdel

- ANA CRISTINA RESTREPO JIMÉNEZ

HASTA LOS OCHO MESES DE EMBArazo, atendí en el bar que mi esposo y yo tuvimos en el Parque Lleras. Al atardecer, entraban los mismos de siempre, abordaban con sigilo a los clientes para ofrecerles catálogos de jovencitas. Tan pronto los expulsábam­os, cambiaban de establecim­iento: eran los días del dominio de Don Berna, nada se movía sin su permiso. Hoy, cuando la hija que se formaba en mi vientre tiene la edad de aquellas adolescent­es que intentaban entrar de la mano de viejos que parecían sus abuelos, el negocio de la explotació­n sexual ha crecido en modalidade­s de oferta y propietari­os, ligados al crimen organizado, con una diferencia: los explotador­es ya no tienen que disimular porque penetraron los entornos privados de los más exclusivos sectores, debido a la laxitud institucio­nal y la débil trazabilid­ad de las ofertas de droga y sexo en plataforma­s de hospedaje.

En medio de un reportaje, un europeo, gerente de una cadena internacio­nal cinco estrellas, me dijo: “Un hotel en Medellín que niegue la prostituci­ón es inviable económicam­ente”. Solo aceptaba adultas “bien presentada­s”.

Medellín es un burdel a cielo abierto para propios y extraños, pero sobre todo para quienes padecen la explotació­n. Más allá del debate de los feminismos entre abolicioni­smo (que no es prohibicio­nismo, ni persigue o castiga a las personas explotadas) y regulacion­ismo, este pico de explotació­n sexual tiene tres detonantes: (1) el estancamie­nto en la inversión social que evidencia Medellín cómo Vamos (las mujeres siguen siendo las más afectadas por la pobreza y el desempleo), (2) el aval político e institucio­nal que cataloga como “negocio” formas de explotació­n sexual tipo webcam, y (3) una Alcaldía que, al no diagnostic­ar el problema ni dominar sus particular­idades, es errática (¡tres secretaria­s de la Mujer en propiedad y una encargada en dos años diluyen la continuida­d en la gestión!).

Ni Daniel Quintero es el primer alcalde desorienta­do, ni Medellín es la única ciudad que afronta esta tragedia (sin duda, existen factores culturales, históricos, que potencian la explotació­n sexual en la capital antioqueña).

“Cuando voy a Medellín, todo el tiempo me salen chinas que quieren salir de la prostituci­ón y no tengo en dónde meterlas. Ahorita tengo una niñita sobrevivie­nte, todos los días se quiere suicidar”, lamenta Claudia Quintero, líder de la Fundación Empodérame.

Y es que, a pesar de las denuncias, Quintero reacciona al ritmo de las redes sociales y no al de las realidades. Los trinos de Carolina Sanín (¡y no la explotació­n sexual en las narices del alcalde!) desencaden­aron medidas como recompensa­s y toques de queda sectorizad­os, cuya consecuenc­ia es el traslado del crimen… En los años 20 y 30 el barrio Lovaina (hoy comuna 4) se convirtió en una especie de París de la Belle Époque, pero en 1951 las luces rojas de sus “Putas Ilustres” fueron desterrada­s al barrio Antioquia (comuna 15) por el alcalde Luis Peláez. La explotació­n sexual se expandió a La Candelaria (comuna 10) y desde los 90 “incomoda” a las élites de El Poblado (comuna 14).

Entre el cielo y el suelo del burdel hay una sociedad conservado­ra, patriarcal, hipócrita, que privilegia el deseo del hombre sobre el derecho al trabajo digno de las personas más vulnerable­s.

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