El Espectador

“Nadie es eterno en el mundo”

- SIRIRÍ MARIO FERNANDO PRADO

EN MI YA LARGO TRASEGAR POR LOS caminos de la música de este país, jamás he escuchado una canción que resuma mejor el sentimient­o de los sectores populares. Es una melodía que se oye tanto en las celebracio­nes alegres como en los entierros más conmovedor­es y tristes, en los que por igual aflora esa expresión musical acompañada de lágrimas, sollozos y hasta “jueputas” y tiros al aire.

Darío Gómez falleció el pasado martes en la noche y creo que todavía están en la velación de este juglar, que representó la música de carrilera y, más allá , las melodías del despecho, ante la pérdida de los seres queridos. Cuando suena y se canta a grito herido Nadie es eterno, si uno se detiene a analizar la letra encuentra todo un tratado de elemental pero reflexiva filosofía, que para el mal llamado vulgo es una biblia de la muerte frente a la vida y viceversa.

Conocida como el himno de los entierros, desplazó a El rey, No volveré, muchos boleritos simplones y otras tantas rancheras fruto de la inspiració­n de José Alfredo Jiménez. Nada que hacer en materia de cantarle al dolor, esta canción arranca tiras del alma hasta de los más inconmovib­les humanos. Fruto de la inspiració­n de ese paisa que se mundializó con su música, traspasó las fronteras de los países hispanopar­lantes y fue traducida a varios idiomas, como ha sucedido con Me bebí tu recuerdo, del tulueño Oswaldo Franco, melodía campeona de los despechado­s.

Miles de personas acompañará­n en su última morada al gran Darío Gómez, sepelio en que el llanto lastimero y los litros de lágrimas no serán opacados por cualquier tipo de improvisad­a violencia, de esa que se da porque sí y ojalá no cause más muertos que el que va en el ataúd.

“Cuando todos me estén despidiend­o / con el último adiós de este mundo / no me lloren, que nadie es eterno / nadie vuelve del sueño profundo”.

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