“Nadie es eterno en el mundo”
EN MI YA LARGO TRASEGAR POR LOS caminos de la música de este país, jamás he escuchado una canción que resuma mejor el sentimiento de los sectores populares. Es una melodía que se oye tanto en las celebraciones alegres como en los entierros más conmovedores y tristes, en los que por igual aflora esa expresión musical acompañada de lágrimas, sollozos y hasta “jueputas” y tiros al aire.
Darío Gómez falleció el pasado martes en la noche y creo que todavía están en la velación de este juglar, que representó la música de carrilera y, más allá , las melodías del despecho, ante la pérdida de los seres queridos. Cuando suena y se canta a grito herido Nadie es eterno, si uno se detiene a analizar la letra encuentra todo un tratado de elemental pero reflexiva filosofía, que para el mal llamado vulgo es una biblia de la muerte frente a la vida y viceversa.
Conocida como el himno de los entierros, desplazó a El rey, No volveré, muchos boleritos simplones y otras tantas rancheras fruto de la inspiración de José Alfredo Jiménez. Nada que hacer en materia de cantarle al dolor, esta canción arranca tiras del alma hasta de los más inconmovibles humanos. Fruto de la inspiración de ese paisa que se mundializó con su música, traspasó las fronteras de los países hispanoparlantes y fue traducida a varios idiomas, como ha sucedido con Me bebí tu recuerdo, del tulueño Oswaldo Franco, melodía campeona de los despechados.
Miles de personas acompañarán en su última morada al gran Darío Gómez, sepelio en que el llanto lastimero y los litros de lágrimas no serán opacados por cualquier tipo de improvisada violencia, de esa que se da porque sí y ojalá no cause más muertos que el que va en el ataúd.
“Cuando todos me estén despidiendo / con el último adiós de este mundo / no me lloren, que nadie es eterno / nadie vuelve del sueño profundo”.