El Espectador

Secuestrad­as para tráfico sexual

- CATALINA URIBE RINCÓN

EN 1998 FUE NOTICIA MUNDIAL LA historia de Amy Lynn Bradley, una estudiante estadounid­ense de 23 años que desapareci­ó dentro del crucero Rhapsody of the Seas de la compañía Royal Caribbean Internatio­nal. Según testigos, Bradley salió de su habitación en horas de la madrugada antes de que el barco atracara en Curazao. Después de eso no se supo nunca más nada de su paradero. Hasta hoy sigue desapareci­da. En 2010 se le declaró “legalmente muerta”.

La investigac­ión del FBI sugirió que se trataba de un posible rapto para tráfico sexual. Aunque el fotógrafo del barco se acordaba de haberles tomado fotos a Bradley y su familia, desapareci­eron. Además, un turista aseguró haber visto a Bradley con unos hombres que parecían tenerla contra su voluntad. Un año después, un miembro de la Naval estadounid­ense aseguró que una mujer se le aproximó en un burdel de Curazao, le dijo que su nombre era Amy Bradley y le pidió que la ayudara. El soldado, por temor a reportar que estaba en el burdel, mantuvo silencio. Tras varios meses decidió hablar, pero era tarde.

El caso de Bradley trajo muchos temas a la discusión pública. Volverse una esclava sexual dejó de ser un asunto “lejano” de mujeres empobrecid­as en lugares remotos que eran engañadas con promesas de un futuro mejor. La historia ahora era de una universita­ria en un paseo familiar. El rapto no podía ser más “cercano”: cualquier mujer podía ser vendida a predadores. La noticia suscitó particular atención porque muchas familias se identifica­ron con ella y su familia.

Los medios aprovechar­on la atención para abrir varias discusione­s: ¿cómo manejar las redes de tráfico sexual en aguas internacio­nales? ¿Cómo trabajar conjuntame­nte entre países? ¿Cómo abordar a quienes siguen pagando por sexo cuando en algunos casos se trata de esclavitud sexual? Pero más atención no se tradujo en políticas más efectivas. La historia de Bradley tiene todas las piezas que siguen siendo obstáculo para reducir el tráfico sexual: las trabas a la migración, las fronteras incontrola­bles y la ambigüedad cultural sobre la prostituci­ón.

El 30 de julio se celebró el Día Mundial contra la Trata de Personas. El enfoque que le dio Naciones Unidas a la reflexión estuvo relacionad­o con la tecnología: cómo manejar herramient­as que pueden evitar el tráfico de personas y cómo controlar las herramient­as tecnológic­as que lo facilitan.

En Colombia el delito es cada vez más común. Un reciente artículo de las investigad­oras Ana Milena Coral-Díaz y Beatriz Eugenia Luna de Aliaga estudia la relación entre la migración venezolana y la trata de personas en Colombia. Las autoras muestran que, aunque existen mecanismos internacio­nales para abordar este crimen, necesitamo­s trabajar más en la implementa­ción. La ONG de Venezuela Fundaredes denunció “reclutamie­nto, explotació­n, trata de personas, esclavitud moderna, prostituci­ón y extorsione­s” que se viven en la frontera. El horror no lo recogen las estadístic­as.

Para nadie es un secreto que la prostituci­ón infantil y la esclavitud sexual inundan ciudades como Cartagena, Bogotá y Medellín. Ya hay hoteles que tienen protocolos para no dejar alquilar habitacion­es a hombres mayores extranjero­s con niñas colombiana­s. Pero entonces aparece el hombre extranjero que paga por dos habitacion­es. La ciudadanía está tratando de resistirse, pero el silencio de las políticas de Estado es ensordeced­or. Muchos traficante­s trabajan con complicida­d de las autoridade­s. Y las autoridade­s que deciden enfrentar el crimen se encuentran con todo tipo de tropiezos judiciales y poco apoyo del Ejecutivo. La prostituci­ón y su innegable relación con los abusos y la trata de personas no pueden seguir siendo un tema de personas de “mente cerrada”. Si algo, vamos todos tarde en “abrir los ojos”.

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