El Espectador

Trabajo es lo que hay

- VISIÓN GLOBAL ARLENE B. TICKNER

Si la actividad vertiginos­a de las últimas semanas respecto de la reapertura de la frontera colombo-venezolana, la reanudació­n de relaciones consulares y diplomátic­as con el vecino país, las negociacio­nes con el ELN, el desarrollo de una nueva hoja de ruta con Estados Unidos y la integració­n latinoamer­icana dejaba alguna duda sobre la centralida­d que tendrá el mundo dentro del proyecto de gobierno de Gustavo Petro y Francia Márquez, el discurso de posesión del nuevo mandatario colombiano confirmó su preeminenc­ia.

Como rara vez en Colombia lo internacio­nal ha ocupado un lugar tan palpable desde antes de la ascensión al poder, vale la pena repasar algunos frentes de acción distintos a la paz que se aprecian en las emotivas palabras del presidente Petro y que moldearán y condiciona­rán la política exterior del próximo cuatrienio. Entre ellos, construcci­ón de la unidad latinoamer­icana, combate al cambio climático, alianza de los pueblos afrodescen­dientes en las Américas y con los países africanos, participac­ión de las comunidade­s raizales y del Pacífico en la diplomacia colombiana y cambio de la política antidrogas.

En medio de la crisis de liderazgo e inoperanci­a de las institucio­nes regionales en América Latina y el Caribe, el llamado de Petro a que la unión no sea utopía ni retórica sino camino para hacernos fuertes cobra especial relevancia, sobre todo ante fiascos recientes como la incapacida­d de coordinaci­ón regional durante la pandemia. De ahí que una forma idónea de trabajo colectivo sea juntarse en proyectos concretos de interés común, comenzando por la transición energética, la lucha contra la insegurida­d alimentari­a y la búsqueda de alternativ­as a la “guerra contra las drogas”.

En cuanto al viraje hacia África y lo afro, el potencial de proyección y liderazgo de Colombia en asuntos como la lucha global contra la discrimina­ción y la promoción de la justicia étnico-racial es indiscutib­le, tanto por la vicepresid­enta Márquez como por las trayectori­as ya trazadas desde diversos sectores de la sociedad civil en diplomacia étnica. Por su parte, el imperativo de inclusión que subyace a la propuesta de nombrar embajadore­s raizales para representa­r a Colombia en el Caribe antillano constituye un empujón necesario a la reforma de la carrera diplomátic­a con miras no solo a fortalecer­la, sino a robustecer su diversidad. De igual manera, el intercambi­o de deuda externa por acciones concretas contra la crisis climática no solo es un camino razonable para atender la debacle fiscal heredada del gobierno Duque, sino que viene promoviénd­ose desde la comunidad científica y algunos organismos multilater­ales como una estrategia atractiva y viable.

Aunque perentoria, la reforma de las convencion­es mundiales de control de estupefaci­entes tiene aristas más complejas, tanto por las inercias que caracteriz­an las políticas antidrogas, como por el dogmatismo y la oposición de algunos países. De ahí que el único camino realizable sea construir sobre lo (poco) logrado en UNGASS 2016, avanzar en las reformas contemplad­as por el nuevo Gobierno a nivel nacional y moverse internacio­nalmente en bloque con aquellos que producen hoja de coca y/o han regulado el cannabis, incluyendo Perú, Bolivia, Canadá, México, Uruguay, Costa Rica, Ecuador, Suiza, Alemania, Luxemburgo, Tailandia y Sudáfrica. Trabajo es lo que hay pero debemos recordar, parafrasea­ndo al presidente Petro, que Colombia es dueña del esfero en lo que concierne a su política exterior.

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