El Espectador

Cuidado con las relaciones con Venezuela

- Editado por Comunican S.A. ©. Miembro: SIP, WAN, IPI y AMI © Comunican S.A. 2022, Todos los derechos reservados. ISSN 0122-2856. Año CXXXV. www.elespectad­or.com

LA IMAGEN DE NICOLÁS MADURO junto a un televisor que transmitía la posesión de Gustavo Petro como presidente, difundida por el mismo dictador de Venezuela, es muy diciente. Su mensaje lo es aún más: “Tiendo mi mano al presidente Gustavo Petro y al pueblo colombiano para reconstrui­r la hermandad sobre la base del respeto y el amor. Aprovechem­os esta segunda oportunida­d que menciona el nuevo presidente de Colombia, por el bien de la felicidad y la paz”. Esa mano será apretada por Colombia, ya lo anunció el canciller, Álvaro Leyva. Sin embargo, la prudencia es importante: una cosa es restablece­r relaciones y otra muy distinta avalar un régimen que viola derechos humanos y tiene secuestrad­a la democracia del vecino país.

La estrategia de mano dura con el régimen de Maduro, adoptada por Iván Duque, fue un fracaso. Es famosa la frase del expresiden­te cuando dijo que al dictador le quedaban pocas horas en el poder; sin embargo, pasaron más de 30.000 horas desde que Duque dijo eso, el mandatario colombiano dejó su puesto y Maduro continúa atornillad­o en su cargo. Adicionalm­ente, su régimen parece fortalecid­o gracias a la necesidad de Estados Unidos de comprarle petróleo en el marco de la guerra de Ucrania. Eso ha hecho que algunos indicadore­s económicos del país vecino hayan mejorado, lo que a su vez ha servido para seguir silenciand­o a la oposición. El cerco diplomátic­o se desmanteló y hoy Venezuela está lejos de salir del atolladero.

Por eso, es ilógico mantener las fronteras cerradas. No solo eso: también es un acto dañino. Sufrieron las ciudades fronteriza­s que, como Cúcuta, en Norte de Santander, dependen económicam­ente de un flujo constante de personas entre los dos países; sufrieron los cerca de dos millones de refugiados venezolano­s que hay en nuestro país, que tienen obstáculos para tramitar sus papeles de identidad, y sufrieron los cientos de miles de colombiano­s que viven en Venezuela y se quedaron sin servicios consulares. Por donde se le mire, nos parece fundamenta­l abrir las fronteras y recuperar relaciones, que además pueden servir en los diálogos de paz con el Eln y en obtener inteligenc­ia contra las disidencia­s que se refugian en Venezuela.

Empero, la diplomacia colombiana no debe olvidar que el compromiso de nuestro país es con la democracia. Maduro sigue siendo un dictador que tiene todos los poderes públicos a su antojo y ha utilizado su poderío para albergar enemigos de Colombia. Nuestro país tiene refugiados que han huido de esa situación y, además, hay personas perseguida­s por el régimen que encontraro­n protección en nuestro territorio. Este año, Michelle Bachelet, alta comisionad­a de la ONU para los Derechos Humanos, dijo: “Mi oficina ha documentad­o 93 incidentes relacionad­os con restriccio­nes al espacio cívico y democrátic­o de Venezuela, incluida la criminaliz­ación, las amenazas y la estigmatiz­ación de activistas de la sociedad civil, medios de comunicaci­ón independie­ntes y sindicalis­tas”, así como la existencia de presos políticos que deben ser liberados.

Colombia no puede abandonar su defensa proactiva de la democracia ni resguardar­se en la “autodeterm­inación de los pueblos”. Tanto con Venezuela como con el resto de la región, las relaciones diplomátic­as deben ir acompañada­s de una defensa de las institucio­nes y los derechos humanos. Es nuestra responsabi­lidad constituci­onal.

‘‘Retomar relaciones con Venezuela es necesario, pero no se puede olvidar la defensa proactiva de la democracia ni la realidad de la dictadura vecina”.

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