El Espectador

Los rigores del cambio

- ANDRÉS HOYOS andreshoyo­s@elmalpensa­nte.com

EMPEZARON LOS CUATRO AÑOS DEL gobierno de Gustavo Petro, de modo que a partir de esta semana los ciudadanos, petristas y no, mediremos su clara vocación de cambio en varios aspectos de la vida colectiva. El discurso leído por el presidente durante la inauguraci­ón, que tuvo que esperar a que le llevaran la espada de Bolívar, fue elocuente y equilibrad­o, con decálogo incluido. Por razones de espacio voy a centrarme en tres temas que, sí o sí, serán la medida del éxito o del fracaso del nuevo gobierno.

El primero es el tema agrario. Está muy claro que en Colombia tanto la distribuci­ón de la tierra, como su productivi­dad, uso y costo impositivo son vergonzoso­s. Pero, ojo, darles tierra a campesinos pobres e indígenas es apenas un paso. Resulta esencial, además, lograr una mayor producción, tanto en área como en variedad de cultivos. Desde luego que se deben aumentar las hectáreas y la productivi­dad del maíz amarillo y de la soya, aunque no basta con producir parte de lo que el país importa, sino que se tienen que aumentar y diversific­ar mucho las exportacio­nes. La lista de productos tropicales en los que Colombia tiene produccion­es bajas o minúsculas es penosa: té, cacao, vainilla, frutas, caucho, bambú.

Un segundo retó será el anunciado viraje radical en la guerra contra las drogas, que puede ser progresivo. Hay que legalizar la marihuana recreativa ya, creando una industria que pague una justa carga impositiva. Además, no existe razón para perseguir los cultivos de coca de menos de 10 hectáreas, por dar una cifra. Los más grandes se pueden erradicar de forma mecanizada, sin asperjarlo­s de veneno. Sin embargo, el área sembrada no es el motor del narcotráfi­co, digan lo que digan los gringos: el motor es el paso de la cocaína por las fronteras. Ya se sabe que el 70 % sale por el océano Pacífico, de modo que volver al comandante de la Armada un zar antidroga y dotarlo de instrument­os represivos suficiente­s, como lanchas rápidas, buques, helicópter­os y aviones, podría hacerle una gran mella a la exportació­n del alcaloide. Dicho esto, nunca ha habido una verdadera escasez de cocaína en el mundo, de suerte que los países hoy gobernados por la izquierda podrían emprender colectivam­ente el camino de la despenaliz­ación y que cada adulto decida qué consume. Lo que se necesita a cambio son centros de tratamient­o y campañas contra el consumo, parecidas a las muy exitosas que ha adelantado el primer mundo contra el tabaco.

En paralelo, genera bastantes dudas el plan de la supuesta “paz total”, frase rimbombant­e pero vacua. Si hemos de hacer una comparació­n con México y con Chile, suavizar las medidas contra las bandas armadas y los narcotrafi­cantes lo que allá ha logrado es envalenton­arlos. Ojalá aquí no se repita este resultado funesto.

“Progresism­o” es una palabra a la que se le debe vigilar el contenido. Decir que algo contribuye al progreso no significa nada de por sí. ¿Es progresist­a entregar la importante cartera del trabajo a un sector radical como el que representa Gloria Inés Ramírez?

En fin, yo no voté por Petro, si bien me gustaría que tuviera éxito en los mencionado­s aspectos cruciales de su gestión. Eso sí, será necesario ponernos bíblicos y decir lo obvio: por sus frutos los conoceréis. Cabe esperar que se use mucho el espejo retrovisor, el cual con el paso de los meses devolverá una imagen cada vez más borrosa. A lo que tocará estar atentos es a lo que el gobierno haga o no.

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