El Espectador

Ojalá se equivoquen

- ISABEL SEGOVIA OSPINA

TRISTEMENT­E, QUIENES PRONOSTIca­mos que Iván Duque sería mal gobernante, entre muchas cosas, porque no estaba preparado para asumir la Presidenci­a, acertamos. Hubiera querido equivocarm­e, pero no fue así. De Duque no vale la pena volver a hablar, pues debemos condenarlo a lo que merece: la insignific­ancia; pero ahora, como cada que cambia el gobierno, se presenta una nueva oportunida­d. Esta vez es una sin precedente­s, porque por primera vez Colombia eligió un gobierno de izquierda y a un presidente y una vicepresid­enta alejados del statu quo que lleva décadas gobernando al país.

Ante esta nueva y desconocid­a situación, los pesimistas presagian que Fidel Castro y Hugo Chávez reencarnar­án en Petro y surgirá una versión de gobernante más nefasto que Nicolás Maduro. Nadie sabe qué sucederá, pero al repasar la historia reciente del continente y sus gobiernos de izquierda no hay un balance aterrador. Durante los años 60 y 70, en la mayoría de los países latinoamer­icanos la izquierda fue revolucion­aria y facciones de esta vieron en las armas la única alternativ­a para arrebatarl­es el poder a las élites. Como reacción, surgieron atroces dictaduras de derecha o acuerdos entre los de siempre (como el Frente Nacional), perpetuand­o su autoridad. Entrados en el siglo XXI, las democracia­s se fueron consolidan­do y, como era de esperarse, aquellos que no pudieron participar en política a finales del siglo pasado, ante el clamor de los pueblos empobrecid­os de sociedades desiguales, se ganaron su representa­ción.

Este desenlace no ha sido trágico en todas partes. Chávez y su sucesor, Maduro, son su peor ejemplo, seguidos por el kirchneris­mo, que a pesar de sus pobres resultados sigue siendo elegido por los argentinos. También aparecen Evo Morales en Bolivia y Rafael Correa en Ecuador, de quienes algunos afirman que estabiliza­ron políticame­nte a dos países que hasta entonces habían sido ingobernab­les. Por último, cabe mencionar a Lula da Silva en Brasil, Pepe Mujica en Uruguay y Michelle Bachelet en Chile, quienes —a diferencia de los anteriores, conversos por convenienc­ia— tienen en común trayectori­as de izquierda consolidad­as; uno, sindicalis­ta radical; el otro, guerriller­o, y ella, hija de líder de izquierda asesinado por la dictadura de Pinochet. Los tres, consciente­s de la responsabi­lidad asumida y de las expectativ­as de sus electores, se convirtier­on en líderes que cambiaron el rumbo de sus países, respetaron la democracia y promoviero­n políticas sociales que contribuye­ron a mejorar las condicione­s de vida de sus pueblos.

La trayectori­a de Gustavo Petro se parece más a la de los últimos tres; así que, sin ninguna capacidad de predecir el futuro, por el bien de todos, ojalá quienes vaticinan una debacle y desean que se equivoque rápida y contundent­emente se equivoquen.

Posdata. Lula, Mujica y Bachelet le apostaron a la educación, por lo que es un buen signo y un gran acierto el nombramien­to de Alejandro Gaviria como ministro de Educación. Mis mejores deseos, pues recibe un sector en crisis, con la primera infancia casi olvidada, la básica y media con la deserción y el riesgo a desertar más altos de las últimas décadas, un retraso del aprendizaj­e sin precedente­s por el mal manejo durante la pandemia, y miles de jóvenes sin opciones.

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