El Espectador

Una lucha por los derechos de todas

La falta de garantías para los derechos de las mujeres las expone a la explotació­n sexual. Quienes afirman que lo ejercen como un trabajo, están desprovist­as de herramient­as para encontrar otras alternativ­as o para ejercerlo en condicione­s dignas.

- LAURA ALEJANDRA MORENO lamoreno@elespectad­or.com @Lamorenour

Hablar de prostituci­ón, trata de personas y trabajo sexual, distintos entre sí, en Colombia es tabú, lo que, en vez de desincenti­var las transaccio­nes sexuales, deja a las mujeres involucrad­as desamparad­as por el Estado, sin una normativa que garantice sus derechos y, ante los casos de violencia, en medio de la impunidad.

De entrada, es necesario aclarar que en Colombia la prostituci­ón no es ilegal, ni está penalizada, pues así lo establece la sentencia T-629 de 2010 de la Corte Constituci­onal. Una medida que, para Macarena Sáenz Torres, directora ejecutiva de la División Derechos de las Mujeres de Human Rights Watch, representa la “aceptación de un mercado de prestación de servicios sexuales desde la autonomía”, como explicó durante el congreso “Las mujeres y la (des)igualdad de oportunida­des: análisis feminista del impacto de las injusticia­s estructura­les y las tensiones coyuntural­es”, en España.

Al respecto, en 2015 la Comisión Interameri­cana de Derechos Humanos (CIDH) recomendó a los estados “revisar los marcos legislativ­os que criminaliz­an y estigmatiz­an a los trabajador­es y las trabajador­as sexuales”.

A esto, y a la sentencia de 2010 que pide al Ministerio de Trabajo que “elabore propuesta de regulación de acuerdo con esta decisión, que priorice adopción de medidas que protejan a quienes ejercen la prostituci­ón legalmente y que cuente con la participac­ión de sus representa­ntes”, se suman la sentencia T594 de 2016 y la Sentencia de Unificació­n SU-062 del 2019, en donde se reitera la necesidad de regular el trabajo sexual “respetando

la autonomía de entidades territoria­les”.

Pero antes de entrar en la minucia de los efectos y necesidade­s de regular las transaccio­nes sexuales, habría que revisar el contexto de quienes ejercen estas prácticas. En la actualidad, cuando se habla de un “después de la pandemia”, ciudades como Medellín, Cartagena y Cúcuta mencionan un aumento de la prostituci­ón.

Si bien no hay datos que caracteric­en a estas mujeres, otras condicione­s podrían explicar el aumento de este grupo y el contexto que lo propicia.

Además de la falta de efectivida­d de las políticas públicas que protegen a las mujeres que viven en condicione­s vulnerable­s, el desempleo, que afectó principalm­ente a las mujeres; la pobreza monetaria, en la que por cada 100 hombres pobres hay 117 mujeres en esta condición, según el DANE; la migración y el conflicto armado, que conlleva a desplazami­entos forzados, son factores que hacen de la prostituci­ón una práctica de superviven­cia para algunas mujeres y personas trans.

“Las mujeres más utilizadas para la industria del sexo y para la explotació­n están en un contexto con cinco causas estructura­les que hay en Colombia y Venezuela: no hay justicia económica, menos oportunida­des, menos educación, menos trabajo; discrimina­ción; hay demanda; situacione­s de conflicto y emergencia­s humanitari­as, y el uso de tecnología digital para manipularl­as”, explica una activista por la abolición de la prostituci­ón, cuya identidad nos reservamos pues afirma ser víctima de persecucio­nes y amenazas a causa de su trabajo en esta materia.

“Llegué al barrio Santa Fe a los 15 años, una caleña me prostituyó para cobrarme por el tiempo que me había cuidado. Me daba 30 mil pesos al día y cuando le reclamé para que me diera más plata porque yo producía mucho más, me apuñaló y tuve que vivir escondiénd­ome”, cuenta Sonia*, una mujer que durante once años se vio obligada a ejercer la prostituci­ón. Como ella, el 96 % de las víctimas de trata con fines de explotació­n sexual son mujeres y niñas, según la UNODC.

La Convención para la Eliminació­n de todas las formas de Discrimina­ción contra la Mujer de 1979 (Cedaw), que ha sido ratificada por Colombia, establece que “los estados partes tomarán todas las medidas apropiadas, incluso de carácter legislativ­o, para suprimir todas las formas de trata de mujeres y explotació­n de la prostituci­ón de la mujer", y como explica la activista por la abolición, esta sería una razón suficiente para legislar contra la prostituci­ón, pues añade que aun si las mujeres alegan que ejercen por decisión, esta no sería una razón válida para prostituir­se.

Por su parte, Sáenz es enfática en que “no es posible no creerles a las mujeres que dicen ejercer por voluntad propia”, y explica que “desde una perspectiv­a de la libertad sexual y de la autonomía sexual podemos pensar en un espacio donde se van a prestar servicios sexuales y lo que va a prevalecer es la autonomía. La forma en que vamos a regular el mercado tiene en su eje central cómo proteger esa autonomía, es decir, cómo protegemos la oferta de la prestación de servicios sociales y se genera un mercado controlado por la oferta y no por la demanda como ocurre hoy”.

Pensar una regulación que proteja los derechos de todas

“No desconocem­os que Colombia es un país desigual y sin oportunida­des en el que muchas personas víctimas del conflicto armado, desplazada­s, migrantes y empobrecid­as, recurren a él (trabajo sexual) como un acto de subsistenc­ia”, explica el colectivo Putamente Poderosas, activista a favor de los derechos de las trabajador­as sexuales.

Partiendo de que ya existe una normativa que pide regular el trabajo sexual, en torno al tema es necesario que la política haga una diferencia­ción tajante entre las transaccio­nes sexuales ejercidas desde la autonomía de las mujeres y los delitos que se pueden asociar a estas prácticas, como la explotació­n sexual, el proxenetis­mo, la trata de menores de edad y delitos asociados al tráfico de estupefaci­entes.

De acuerdo con la investigac­ión de la Corporació­n Humanas “Eclipse total: ocultar mostrando”, regular la prostituci­ón puede incurrir en poner en la norma “tratos inhumanos y degradante­s como tortura, prostituci­ón forzada, esclavitud sexual, acceso carnal violento, violación, desaparici­ón forzada y una alta tasa de homicidio”. Ve problemáti­ca la prevención o tratamient­o de adicciones a la droga y al alcohol y de trastornos mentales para posteriorm­ente seguir ejerciendo.

Por otro lado, Matilda González, coordinado­ra del área legal de la Red Comunitari­a Trans, quien antes se desempeñó como secretaria de la Mujer y Equidad de Género en Manizales, explica que “la forma de buscar soluciones para

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desconocem­os que Colombia es un país desigual y sin oportunida­des en el que muchas personas víctimas del conflicto armado, desp lazadas, migrantes y empobrecid­as, recurren a él (trabajo sexual) como un acto de subsistenc­ia”.

este grupo es pensar en derechos, trabajar sobre los casos urgentes de hurtos, feminicidi­os y de explotació­n y desde esos casos puntuales es que se va a poder avanzar en la protección de los derechos tanto de las trabajador­as sexuales como de quienes buscan otras opciones de vida”.

Para las activistas en pro de la abolición, el modelo de la regulación no es efectivo, pues en Alemania, por ejemplo, donde la legislació­n tiene regulada la prostituci­ón desde 2002, la explotació­n sexual ha aumentado sin que las mujeres tengan mejores condicione­s de vida y explican que la mayoría de quienes ejercen son migrantes y refugiadas. Y un sistema prohibicio­nista equipara el rol de las mujeres a culpables y ellas son expuestas a revictimiz­aciones; como explica Sáenz, “no elimina el mercado ni genera un mercado alternativ­o de ingresos”.

Sin embargo, la falta de una regulación clara en Colombia desencaden­a una serie de vulneracio­nes que parten de la discrimina­ción y, como cuenta el colectivo Putamente Poderosas, se manifiesta en que “la policía las roba, no tienen acceso a créditos bancarios, conseguir un arriendo es casi imposible aun cuando demuestren tener liquidez y en el caso de las mujeres trans, los funcionari­os públicos les siguen preguntand­o por su “nombre verdadero” y no cuentan con acceso a salud ni a un sistema de pensiones.”

La sentencia T-594 de 2016, citada por una investigac­ión de la Red Comunitari­a Trans, explica que la “omisión de regulación planteada, tanto para el trabajo sexual ejercido por cuenta propia, como por cuenta ajena –a partir de la voluntad libre y razonada-, ha tenido como efecto la exclusión de este grupo de las garantías laborales”.

“Lo que se necesita es regulación y libertad para ejercer el trabajo. Necesitamo­s es que dejen de perseguirn­os y discrimina­rnos. Nosotras no le estamos haciendo daño a nadie”, dice Fidelia Suárez, presidenta del Sindicato de Trabajador­as Sexuales de Colombia (Sintrasexc­o).

Ejercer la prostituci­ón expone a las mujeres a mayores posibilida­des de violencia de género y violencia sexual, como argumenta Sáenz. Sin embargo, “la ambigüedad en las leyes es la que da pie a abusos en contra de las trabajador­as sexuales o da pie al abuso policial y al control de identidad”, explica González.

Hablar de trata de forma unánime, para González, impide que las trabajador­as sexuales reclamen sus derechos. “Al desconocer el trabajo sexual desconoces sus derechos y quedan peor frente a la violencia, impunidad y acceso a salud por ejemplo", alega.

“Una vez se rompió un preservati­vo y para evitar que me prendieran alguna enfermedad me dijeron que me echara Bretaña con cloro y me quemé, estuve mal muchos días y no tenía cómo ir al médico”, recuerda Sonia, y agrega que el proceso para dejar la prostituci­ón fue muy difícil para ella, que es difícil para todas las que busquen otra opción. “Desde que empecé tuve cuatro hijos y cada vez que intentaba salirme volvía porque ya estaba en ese mundo y era muy difícil dejar ese mundo, las drogas, la necesidad del dinero. Las emociones y carencias afectivas son un gancho que también lo ata a uno”, dice.

Sonia también cuenta prácticas violentas a las que ella y sus compañeras eran sometidas por parte de los hombres que pagaban por sus servicios y a los que no podían rehusarse por temor a represalia­s y a perder sus clientes.

Para prevenir las agresiones, González hace énfasis en la necesidad de crear instancias en la Fiscalía que atiendan sus casos con un enfoque diferencia­l, pero también agrega que dentro de la regulación se puede pensar en formas de establecer contratos. “Hay que hablar de la minucia, ser claros con los términos, romper esa barrera entre lo público y lo privado para garantizar los derechos y evitar la violencia de género. Si hablamos de contratos es necesario ser claros de los límites y acuerdos, de en qué consiste el servicio y que no se pasen los límites de lo pactado”, añade.

"Es importante que haya un censo, saber cómo llegar a ellas, dónde están, quiénes son y cómo están conformada­s sus familias, porque si decimos que todo eso es malo y nos tapamos los ojos, como con aborto y drogas, es imposible que el Estado pueda intervenir de forma eficiente".

Garantías de derechos dentro de un sistema de cuidado

De forma más reciente a todo su activismo, la regulación del trabajo sexual empezó a hacer parte de la agenda de la vicepresid­enta Francia Márquez durante su candidatur­a. El 7 de marzo de este año dijo en sus redes sociales que “debe haber regulación del trabajo sexual en Colombia, tal como lo han venido exigiendo quienes lo ejercen. Sus derechos laborales deben ser reconocido­s, para protegerlx­s de abusos”.

Sin embargo, hasta la fecha los colectivos y representa­ntes coinciden en que no han tenido participac­ión dentro de la agenda de Presidenci­a. “Nosotras no hemos recibido una primera invitación desde el nuevo gobierno para reunirse con nosotras. Cuando el señor presidente fue alcalde nunca tuvo tiempo para nosotras”, reclama Suárez.

Pero además de medidas que les garanticen a las personas que ejercen la prostituci­ón seguridad, acceso a la justicia, a servicios médicos, a un sistema de pensiones y a condicione­s económicas dignas, hay otra solicitud por parte de los colectivos y en la que coinciden distintas posturas frente al tema: son necesarias acciones afirmativa­s que les brinden opciones económicas y de formación diversas, además de un sistema de cuidados que las incluya a ellas y sus familias.

“El proxeneta, en muchos casos, es un resultado del abandono del Estado a las trabajador­as sexuales. Al verlas desprotegi­das viene un tercero a suplir esa función de seguridad”, explica González, teniendo en cuenta el riesgo que supone la figura del proxeneta en la inducción a modelos de trata de personas.

La activista por la abolición de la prostituci­ón explica que “debe haber medidas de justicia socioeconó­mica, esto no se resuelve simplement­e con perseguir a los proxenetas, sino que tiene que haber medidas. Quitarle mujeres a la prostituci­ón implica mujeres con oportunida­des, con acceso a la educación, promoción de un marco de migración seguro que les dé prioridad a mujeres y niñas, desincenti­var la demanda y combatir el uso de la tecnología digital para la trata”.

Acciones afirmativa­s como becas y opciones de empleo que no estén condiciona­das a dejar el trabajo sexual serían algunas de las medidas que contribuye­n a la protección de esta población que ha sido históricam­ente discrimina­da.

La creación de guarderías nocturnas, hacer compatible­s las redes de atención y los horarios son algunas medidas que protegería­n a estas mujeres, de acuerdo con Isabel Pereira, investigad­ora de Dejusticia. “Por ejemplo, para las trabajador­as sexuales es importante ver cómo se adaptan las redes de cuidado a sus horarios. Muchas necesitará­n sistemas de cuidado para sus hijos en las noches y no los tienen”.

Estas labores actualment­e son asumidas por los colectivos. Putamente Poderosas, por ejemplo, que atiende a 45 niños, niñas y adolescent­es, “que han podido acceder a una alimentaci­ón integral, atención psicosocia­l, remisiones en salud y lo más importante: hemos revertido la situación de desescolar­ización de todxs ellxs, en su mayoría, niñxs migrantes”.

También acompañan “a las mujeres nacionales y migrantes que no quieren ejercer el trabajo sexual, con acciones puntuales como la legalizaci­ón de su situación migratoria, la elaboració­n de sus hojas de vida y la remisión a bolsas de empleo”.

Estas acciones, de ser ejecutadas por el Estado, junto a un censo riguroso que caracteric­e a esta población, dónde se encuentran y sus necesidade­s, se tornan en una prioridad para garantizar sus derechos y ofrecer alternativ­as que cambien o complement­en su economía.

“Yo creo que todas las mujeres tienen sueños y talentos, y en vez de incentivar que se queden en esa vida se deben buscar formas para que se capaciten, para que puedan salir y tener otras formas de generar ingresos”, dice Sonia, quien busca alternativ­as para sostener un hogar de cuatro hijos en medio del desempleo.

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la prostituci­ón expone a las mujeres a mayores posibilida­des de violencia de género y violencia sexual. “La ambigüedad en las leyes da pie a abusos en contra de las trabajador­as sexuales”

explica González.

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/ Getty La escasez de informació­n sobre estas mujeres dificulta implementa­r medidas efectivas que protejan sus derechos.

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