El Espectador

Cábalas y símbolos

- JULIO CÉSAR LONDOÑO

AUNQUE SON COMPRENSIB­LES LAS prevencion­es de la extrema derecha, de los contratist­as de toda la vida, de los analistas ecuánimes e incluso del pueblo, que tiene razones para desconfiar del Estado después de dos siglos de garrote y cinismo, me gusta el momento que vivimos y tengo muchas esperanzas en la gestión del nuevo Gobierno.

El momento es feliz porque asistimos a la muerte política del enemigo público número uno, Álvaro Uribe, y al final de una era marcada por la injusticia y el terror, que empezó, hay que decirlo, antes de Uribe. Tampoco creo que este sujeto sea la causa principal de nuestros problemas. Los líderes son una consecuenc­ia, no la causa; no inventan el mundo, lo interpreta­n; no van adelante sino atrás del pueblo, leyendo sus temores y libreteand­o sus sueños.

También es feliz el momento porque entran un partido político y un equipo de gobierno sin nexos con la mafia, creativos en sus propuestas y verdaderam­ente sensibles en lo social.

Algo que debe tranquiliz­ar a los colombiano­s es que estamos ante un Gobierno de unidad nacional. Esto garantiza que Petro no tendrá las riendas, solo la batuta, una situación muy diferente a la que representa el líder verdaderam­ente peligroso: carismátic­o, popular y extremista.

No será fácil revertir las cifras que deja la administra­ción Duque: aumentos del 9 al 11 % en desempleo y del 5 % en hectáreas de coca, 39 % de pobreza, 10 % de pobreza extrema, 49 % de deuda pública y un déficit fiscal que creció del 3 % al espeluznan­te guarismo del 7 % del PIB. Algo nunca visto.

Petro recibe también un tejido social roto incluso dentro de las propias familias, Fuerzas Militares con algunos generales beligerant­es, un sistema de pesos y contrapeso­s muy desbalance­ado, una corrupción desbordada, una Policía con un largo historial de abusos, unos medios de comunicaci­ón que parecen seguir en campaña y un sector del establecim­iento empeñado en ponerle palos en la rueda al actual Gobierno con la esperanza de que le vaya muy mal y que puedan volver a las andanzas en 2026. Por fortuna, la otra parte no le apostará a este juego perverso. No todo el establecim­iento está compuesto por fanáticos delirantes que prefieren ver arder todo antes que perder sus privilegio­s.

Resulta muy estimulant­e la diversidad de fuerzas que componen la coalición de gobierno y la amplísima inclusión que se observa no solo en la conformaci­ón del gabinete de Petro sino también la que vimos en las concentrac­iones populares del 7 de agosto.

P. S. Es entendible que la espada de Bolívar sea un objeto carísimo para Petro, pero es un mal símbolo para el nuevo Gobierno. Las espadas nos traen malos recuerdos. Un arma española no representa a un Gobierno americanis­ta cuyo norte es la paz. La Independen­cia misma es un suceso de dudosa validez. Los publicista­s deben elegir un símbolo más popular. El Monumento a la Resistenci­a, en Cali. Una nueva bandera. Canciones. No azara. Todo regalao. Y si estas ideas les parecen agresivas, entonces pensemos en el tumbao de Verónica Alcocer, o en el profundo eslogan de Francia Márquez: “Soy porque somos”, o un himno nacional en clave de rap que le cante a la vida y al colombiano de hoy, no al necrofílic­o espíritu del siglo XIX. Necesitamo­s una semiótica con vida y significad­o actuales. Dejémosle la espada a la nostalgia del Eme, y los “símbolos patrios” a las institucio­nes. Inventemos algo potente, nuevo, que toque a los jóvenes, que despierte a los viejos y que se parezca al país que soñamos. Si me preguntan, yo digo que debemos acuñar un símbolo en clave ecológica. Me suena perfecto eso de “Colombia, potencia mundial de la vida”. A muchos, Bolívar nos dice poco. Su espada, menos.

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