Justicia y dignidad
PETRO, DUQUE Y FELIPE VI ENTENdieron cuál era el alcance del mensaje simbólico de la espada de Bolívar y lo hicieron manifiesto. La diferencia es que, mientras el nuevo presidente miraba al futuro, el expresidente Duque y el rey continuaron atados al pasado. Porque la espada de Bolívar no es una metáfora sino un símbolo que sobrepasa lo circunstancial, lo anecdótico. Sin duda ha representado a un líder y a un pueblo que lograron hacer posible lo imposible: la independencia. Pero, como todo símbolo, no es estático y evoluciona.
Una cosa fue La Marsellesa escrita en 1792 con el título de Chant de guerre pour l’armée du Rhin. Canto a la guerra cuando se enfrentaron austriacos y franceses. Y fue algo nuevo y distinto cuando De Gaulle la entonó el 26 de agosto de 1944 al terminar el desfile de la victoria tras la liberación de París. Fue entonces un canto de libertad.
La espada en Japón está hondamente arraigada en su historia y en su cultura. Fuera del espejo y de las joyas imperiales, la espada Kusanagi es una de las tres insignias del poder del emperador y representa la virtud del valor. Su historia se pierde en la leyenda que narra cómo fue usada por el hermano de Amaterasu, la Diosa del Sol, para darle muerte a un monstruo de ocho cabezas. Pero su existencia aparece documentada desde el año 668 cuando fue enviada al Santuario de Atsuta, en Nagoya, donde todavía se resguarda. Al lado de este símbolo que es sagrado, la espada ha tenido variaciones en su uso y en su significado. Por supuesto fue utilizada como arma. Sin embargo, al paso en que los artefactos para la guerra se fueron modernizando, se convirtió más en signo de la clase social de los samuráis, hasta representar en estos últimos años un valor estético de la cultura popular difundido por las redes sociales, el manga, el animé, la TV y el cine, como ornamento del héroe.
Lo que puede desprenderse del gesto de Petro de hacerse acompañar por la espada bolivariana durante su posesión es convertirla en la imagen de un nuevo propósito nacional: “Quiero que nunca más esté enterrada, quiero que nunca más esté retenida, que solo se envaine como dijo su propietario, el Libertador, cuando haya justicia en este país”. Y si a esta declaración se le agrega el juramento de la vicepresidente de trabajar “hasta que la dignidad se haga costumbre”, podríamos descifrar la brújula de este nuevo Gobierno: justicia y dignidad.
El camino escogido por Petro para gobernar es el del diálogo. Y este requiere de un lenguaje común que nos permita entendernos. Las rivalidades ideologizadas a las que se nos ha sometido en lo corrido de este siglo tienen que ser superadas. Al pan, pan, y al vino, vino. Colombia está mal y sumida en un gran desbarajuste. Solo lo superaremos si aceptamos ser pragmáticos y razonables.
Estos versos de Little Gidding, de T. S. Eliot, podrían iluminarnos: “For last year’s words belong to last year’s language / And next year’s words await another voice”. (“Porque las palabras del pasado año pertenecen al lenguaje de ese año / y las del año que viene esperan otra voz”). Es evidente que el pasado no se ha esfumado y que seguirá ilustrándonos. Sin embargo, la realidad es contundente. Navegamos con aire fresco y acompañados de instrumentos e ideales inéditos que pondrán a prueba nuestra inteligencia, nuestro ingenio y nuestra responsabilidad.
EN EL 2018 FALLECIÓ TEODORO PETkoff, un antiguo líder guerrillero, excandidato presidencial y periodista venezolano. Hijo de emigrados judíos de origen búlgaro y polaco, Petkoff formó parte tanto de células clandestinas en la resistencia como del Partido Comunista de Venezuela. A finales del siglo pasado, Petkoff abandonó la izquierda radical y en el 2000 se convirtió en uno de los críticos más implacables en contra de los excesos y extravíos de Hugo Chávez. En unos de sus libros, El chavismo como problema, Petkoff analiza la nueva nomenklatura burocrática venezolana que agrupa a funcionarios medios surgidos de la imbricación entre partido, gobierno y Estado. Para el periodista, la “chavoburguesía”,