El Espectador

Colombia no puede guardar silencio ante Nicaragua

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LA “DEMOCRACIA” NICARAGÜEN­SE es tan sólida, que ahora los sacerdotes de la Iglesia católica han sido declarados enemigos públicos del gobierno. Ese es el nivel de la degradació­n en el que Daniel Ortega y su esposa, Rosario Murillo, tienen a su país. A la larga lista de transgresi­ones a los derechos humanos, que incluye el encarcelam­iento de sus opositores políticos, el asesinato de estudiante­s que protestan y la persecució­n hasta de escritores otrora miembros de las revolución sandinista, ahora se incluye una lucha sin cuartel contra los discursos que se están dando en las iglesias. Cuando te pone a temblar un sacerdote, eso habla muy mal de la fortaleza de tu legitimida­d como líder de un país.

Por eso, fue extraño e inaceptabl­e que Colombia no estuviera en la sesión extraordin­aria de la Organizaci­ón de Estados Americanos que condenó los hostigamie­ntos que están ocurriendo en Nicaragua. El embajador designado, Luis Ernesto Vargas, dijo que “alguien empezó a culparnos como funcionari­os sin que aún lo seamos. No hemos sido nombrados, mucho menos hemos presentado documentos para la posesión, pero ya nos están imputando omisiones”. Insuficien­te excusa: ¿cómo así que el nuevo Gobierno ha sido tan negligente como para no asegurarse de tener los funcionari­os que estén presentes en discusione­s relevantes en la OEA? Con la renuncia del exembajado­r Alejandro Ordóñez, el argumento de Vargas es que básicament­e no hay nadie de Colombia en el organismo multilater­al. Eso, de por sí, es censurable.

Lo es más aún cuando el presidente Gustavo Petro no ha sido claro en su actuar diplomátic­o con países donde la democracia ha sido destrozada. El restableci­miento de relaciones con Venezuela ha venido acompañado de un curioso silencio en torno a las violacione­s de derechos humanos del régimen de Nicolás Maduro. Ahora, ante los abusos de Nicaragua, para efectos prácticos Colombia guardó silencio —con o sin excusas—. Eso es inadmisibl­e.

Y es que no se puede adoptar una posición tan cómoda como la de México, donde el presidente Andrés Manuel López Obrador dice que no se entromete en asuntos internos. Cuando hay opresión, ataques a la democracia, torturas y asesinatos de jóvenes, los países que defienden el orden multilater­al y la carta democrátic­a deben alzar la voz. A propósito, por supuesto que Colombia también debe recibir esas críticas de otras naciones cuando nos desviemos de los principios que hemos acordado.

El silencio es abandonar los pueblos a su suerte, decir que no importa cómo se comporten nuestros aliados, permitir el horror y ser cómplices bajo la idea de que “no es nuestro problema”. La OEA, por ejemplo, fue creada con la idea de que todos los países de la región vigilan la democracia y los derechos humanos, se apoyan y también se presionan cuando haya transgresi­ones.

Hoy, en Nicaragua, el obispo Rolando Álvarez está confinado en su diócesis porque el régimen lo está cazando. Colombia no puede guardar silencio.

‘‘Con

o sin excusas válidas, la ausencia de Colombia en la OEA para hablar de Nicaragua es una pésima noticia para la diplomacia del país”.

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