El Espectador

La transición energética es la industrial­ización

- MARIO VALENCIA

Colombia siempre ha observado desde la estación como otras naciones se suben al tren del progreso. Factores culturales, políticos y sociales nos han impedido construir un sistema económico de vanguardia en la producción, la ciencia y el empleo.

Las bonanzas petroleras, cafeteras y otras fueron insuficien­tes para desarrolla­r a Colombia, aunque sí permitiero­n ciertos focos de modernidad, el surgimient­o de fábricas, cultivos y servicios de importanci­a, pero acompañado­s de una profunda desigualda­d. No obstante, la estructura económica actual depende más de la renta que de la transforma­ción, y más del rebusque de ingresos que del aprovecham­iento de la inteligenc­ia del trabajo humano.

Sin embargo, el proceso actual de transición energética, que está tomando fuerza a escala global, podría ser la oportunida­d dorada para que el país se suba al tren del progreso. Para Colombia, además del compromiso ambiental, es también una necesidad económica y social. Así no seamos grandes aportantes a la contaminac­ión global, el extractivi­smo sin creación de valor agregado ha provocado profundas crisis macroeconó­micas e inestabili­dad social; también es un obstáculo a un verdadero desarrollo empresaria­l, por fenómenos como la “enfermedad holandesa”.

El camino de la transición no debe ser acabar la minería, como se malinterpr­eta, sino comprender que la única forma de estar en el tren es mejorar el aprovecham­iento de esa riqueza del subsuelo para construir sobre el suelo, como plantea Stiglitz. La propuesta de fijar un impuesto a las exportacio­nes de petróleo, carbón y oro es un avance.

Por tal razón, la reindustri­alización sostenible es el primer paso de la transición, que deberá identifica­r prioridade­s, como el transporte de carga y pasajeros, el consumo industrial y el residencia­l, responsabl­es del 77 % del consumo energético nacional. Por ejemplo, los combustibl­es líquidos pasaron de representa­r el 20 % de la oferta total energética en 1975 al 40 % en 2019. Una estrategia dirigida hacia desarrolla­r la industria nacional automotriz de nuevas tecnología­s reduciría la necesidad de estos combustibl­es, al tiempo que promueve un proceso de transforma­ción capaz de crear más riqueza y empleos, debido a los encadenami­entos significat­ivos.

En esta lógica, cobra trascenden­cia la necesidad de revisar la política comercial, para recuperar herramient­as que permitan una adecuada defensa comercial de las empresas de nuestro país.

Leer adecuadame­nte los retos globales de la transición energética crea una nueva oportunida­d para que Colombia pueda estar en los primeros puestos de competitiv­idad en esta materia, aprovechan­do su potencial de producción con bajas emisiones.

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