El Espectador

La paz total... ni tan original ni tan improvisad­a

- NICOLÁS RODRÍGUEZ

PROMOTORES Y CRÍTICOS DE LA PAZ total del Gobierno de Gustavo Petro caen en exageracio­nes innecesari­as que hacen difícil que se entienda lo que se quiere hacer y lo que está en juego.

Del lado de la administra­ción se abusa de la supuesta novedad de lo que pretenden impulsar.

Cuando los defensores oficiales de la política de paz de Petro insisten en que estamos ante un cambio de paradigma absoluto, es más lo que confunden que lo que entusiasma­n. Pues no es cierto.

Sin hacer cumplir lo pactado en La Habana no solo no habrá paz total sino que no habrá paz de ningún tipo.

Tampoco son convincent­es algunos de los argumentos críticos que señalan que no hay hoja de ruta y prima la espontanei­dad.

Se sabe que a diferencia de la administra­ción anterior, que en materia de paz hizo poco (pero mal), se le dará importanci­a a la aplicación del Acuerdo de Paz firmado en La Habana. A su vez, el proceso de paz con el Eln será revitaliza­do. Y para estructura­s criminales como la del Clan del Golfo habrá espacios de sometimien­to a la justicia.

Todo lo anterior viene enmarcado en el deseo explícito de avanzar hacia el fin de la guerra contra las drogas. Se asume que el narcotráfi­co requiere de una solución de fondo para que la paz sea, como dicen, total. Adicionalm­ente, lo local y el enfoque territoria­l le dan sentido a toda una discusión que se nutrirá de la herramient­a de los diálogos regionales vinculante­s.

Lo que se busca es ambicioso y las posibilida­des de frustració­n son altísimas. El rol del crimen organizado que no es necesariam­ente parte del narcotráfi­co (la última columna de Gustavo Duncan) es una alerta. Pero hay elementos que construyen sobre lo que ya había. Además de una racionalid­ad para la grandilocu­ente “paz total” que sigue siendo esperanzad­ora.

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