La cartografía del odio
ENTUSIASMADOS CON LA ESPERANza que suscita el nuevo Gobierno, los estudiantes de mi diplomado virtual de escritura se propusieron “desarmar las palabras”. Las palabras tienen varios significados, son polisémicas, pero el odio las empobrece, las reduce a una única acepción, la peor.
El proyecto busca recuperar la riqueza y las trampas que encierran palabras como mamerto, paraco, puta, indio, negro, patria, paramilitar, limpieza social, vándalo. Ejemplos.
Con su voz de caricia brava, Lissette le cuenta al comisionado que ella y sus amigas “trans” se emocionaron cuando unos machos divinos las invitaron a una jornada de “limpieza social” en el centro de Cali. De noche. Vamos, se dijeron, recojamos la basura de las calles y pintemos las paredes con colores bien “drag”. Y se fueron. Compraron pinturas, cambiaron los tacones por tenis y se desplegaron por el centro como un arcoíris rutilante. Solo comprendieron que ellas eran la basura cuando los machos mataron a patadas a tres muchachas del combo.
“Paramilitar” es una palabra bien acuñada. Designa al mercenario que trabaja en paralelo con el militar, pero debe reservarse para esta situación específica de connivencia. El uso indiscriminado de este vocablo es fatal: legitima al mercenario, porque el sufijo “militar” le confiere tintes de legalidad y atenta contra el honor del soldado regular. Lo mejor es llamarlos por su nombre, bandas criminales.
Algunos filólogos creen que puta viene de “budza”, sabiduría en jónico arcaico. Celosas de las hetairas, las matronas griegas envenenaron la palabra y “budza” significó “sabionda”. Cuando el vocablo llegó a Roma por caminos y tabernas, se había endurecido. “Puta” era un escupitajo. Una roca levítica. Significaba loba y meretriz, aunque “putare” todavía significara pensar.
¿De cuál “patria” me hablas? ¿La del geranio y el fogón, la del Ejército en versión letal, la patria que sale en la tele, llena de luces y sonrisas muy blancas, o la otra, la opaca? ¿Hablas de mi hacienda, mi banco, mi centro comercial, mi empresa, o de ese valle de palmas altas como una plegaria, de donde me echaron a tiros? ¿De la patria refundada en un charco de lodo y sangre, o de una patria que nos dé abrigo y trabajo?
El “vandalismo” de los particulares puede ser censurable. El del Estado siempre lo es. Derribar estatuas es un acto simbólico, como erigirlas. A veces la ignominia está en la erección. Generalmente las levanta el Gobierno y las derriba el pueblo, o un nuevo Gobierno. Dicen que el vandalismo solo deja ruinas, pero a veces arde París, ruedan cabezas y pelucas y nace la democracia.
“Terrorista”. Definición uno: sujeto abominable. Definición dos: soldado sin insignias que cumple órdenes impartidas por oficiales abominables.
“Tombo” es un sujeto que no estudió. Si está de civil, se lo reconoce porque no baila en las manifestaciones. Tiene que disparar contra la turba, así le saque los ojos a un estudiante que puede ser su hijo (el papá de Allison, la joven ultrajada en Popayán por la policía, era policía). Pero los tombos no son peores que los congresistas. Muchos han muerto cumpliendo su deber.
La idea es desarmar palabras en textos breves, sin fárrago ni tecnicismos, de manera creativa. Se vale la anécdota, el chiste, el minicuento, el aforismo y la poesía. Hay que exorcizar el odio verbal, deslastrar las palabras y devolverles su levedad y su polisemia. Envíenos sus colaboraciones a desarmarlaspalabras@gmail.com hasta el 8 de diciembre. Con las mejores haremos un libro electrónico, La cartografía del odio.
P. S. Los autores de esta idea son los escritores Belén del Rocío Moreno, Marta Renza, Beatriz Arana y Julio Roberto Arenas.