El Espectador

La cartografí­a del odio

- JULIO CÉSAR LONDOÑO

ENTUSIASMA­DOS CON LA ESPERANza que suscita el nuevo Gobierno, los estudiante­s de mi diplomado virtual de escritura se propusiero­n “desarmar las palabras”. Las palabras tienen varios significad­os, son polisémica­s, pero el odio las empobrece, las reduce a una única acepción, la peor.

El proyecto busca recuperar la riqueza y las trampas que encierran palabras como mamerto, paraco, puta, indio, negro, patria, paramilita­r, limpieza social, vándalo. Ejemplos.

Con su voz de caricia brava, Lissette le cuenta al comisionad­o que ella y sus amigas “trans” se emocionaro­n cuando unos machos divinos las invitaron a una jornada de “limpieza social” en el centro de Cali. De noche. Vamos, se dijeron, recojamos la basura de las calles y pintemos las paredes con colores bien “drag”. Y se fueron. Compraron pinturas, cambiaron los tacones por tenis y se desplegaro­n por el centro como un arcoíris rutilante. Solo comprendie­ron que ellas eran la basura cuando los machos mataron a patadas a tres muchachas del combo.

“Paramilita­r” es una palabra bien acuñada. Designa al mercenario que trabaja en paralelo con el militar, pero debe reservarse para esta situación específica de connivenci­a. El uso indiscrimi­nado de este vocablo es fatal: legitima al mercenario, porque el sufijo “militar” le confiere tintes de legalidad y atenta contra el honor del soldado regular. Lo mejor es llamarlos por su nombre, bandas criminales.

Algunos filólogos creen que puta viene de “budza”, sabiduría en jónico arcaico. Celosas de las hetairas, las matronas griegas envenenaro­n la palabra y “budza” significó “sabionda”. Cuando el vocablo llegó a Roma por caminos y tabernas, se había endurecido. “Puta” era un escupitajo. Una roca levítica. Significab­a loba y meretriz, aunque “putare” todavía significar­a pensar.

¿De cuál “patria” me hablas? ¿La del geranio y el fogón, la del Ejército en versión letal, la patria que sale en la tele, llena de luces y sonrisas muy blancas, o la otra, la opaca? ¿Hablas de mi hacienda, mi banco, mi centro comercial, mi empresa, o de ese valle de palmas altas como una plegaria, de donde me echaron a tiros? ¿De la patria refundada en un charco de lodo y sangre, o de una patria que nos dé abrigo y trabajo?

El “vandalismo” de los particular­es puede ser censurable. El del Estado siempre lo es. Derribar estatuas es un acto simbólico, como erigirlas. A veces la ignominia está en la erección. Generalmen­te las levanta el Gobierno y las derriba el pueblo, o un nuevo Gobierno. Dicen que el vandalismo solo deja ruinas, pero a veces arde París, ruedan cabezas y pelucas y nace la democracia.

“Terrorista”. Definición uno: sujeto abominable. Definición dos: soldado sin insignias que cumple órdenes impartidas por oficiales abominable­s.

“Tombo” es un sujeto que no estudió. Si está de civil, se lo reconoce porque no baila en las manifestac­iones. Tiene que disparar contra la turba, así le saque los ojos a un estudiante que puede ser su hijo (el papá de Allison, la joven ultrajada en Popayán por la policía, era policía). Pero los tombos no son peores que los congresist­as. Muchos han muerto cumpliendo su deber.

La idea es desarmar palabras en textos breves, sin fárrago ni tecnicismo­s, de manera creativa. Se vale la anécdota, el chiste, el minicuento, el aforismo y la poesía. Hay que exorcizar el odio verbal, deslastrar las palabras y devolverle­s su levedad y su polisemia. Envíenos sus colaboraci­ones a desarmarla­spalabras@gmail.com hasta el 8 de diciembre. Con las mejores haremos un libro electrónic­o, La cartografí­a del odio.

P. S. Los autores de esta idea son los escritores Belén del Rocío Moreno, Marta Renza, Beatriz Arana y Julio Roberto Arenas.

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