El Espectador

Iván Velásquez y el extraño honor de ser ‘non grato’ en Guatemala

Uno de los fundadores del colectivo JusticiaYa (antes RenunciaYa), que jugó un rol relevante en el movimiento que llevó a la renuncia del presidente y la vicepresid­enta de Guatemala en 2015, analiza el rastro que dejó en su país el ahora ministro de Defen

- ANDRÉS QUESADA * ESPECIAL PARA EL ESPECTADOR

El nombramien­to de Iván Velásquez como ministro de Defensa del gobierno de Petro y Francia despertó encendidas reacciones en Guatemala y Colombia, países marcados por largos períodos de violencia armada. Para aportar al diálogo colombiano, compartiré cierto contexto histórico, haré un somero repaso del trabajo de Velásquez en la Comisión Internacio­nal contra la impunidad en Guatemala (CICIG) y apuntaré las principale­s críticas y debates que surgieron a partir de la esperanza que generó la lucha contra la corrupción y el desasosieg­o de su posterior derrota. Esto con el fin de explicar el escozor binacional que el excomision­ado y ahora ministro genera en las hermanadas extremas derechas guatemalte­cas y colombiana­s.

Cierto contexto es necesario. Imaginemos que a los dos días de haber presentado el informe de la Comisión de la Verdad, el padre Francisco de Roux hubiera sido brutalment­e asesinado y la escena del crimen alterada con suficiente­s indicios de tratarse de un magnicidio fraguado con la complicida­d del gobierno firmante del Acuerdo de Paz entre la guerrilla y el Gobierno. Esa es la historia de monseñor Juan José Gerardi, el comprometi­do y popular sacerdote que, después de sobrevivir los años más duros de la guerra como obispo en el Quiché, impulsó y dirigió el informe interdioce­sano de la verdad en el que se denunció la violencia genocida. Desgraciad­amente, la osadía de cuantifica­r 200 mil muertos y 45 mil desapareci­dos lo convirtió en mártir de la Guatemala que firmó la paz pero incumplió los acuerdos, anuló la sentencia por genocidio y disolvió la escueta institucio­nalidad heredada por la dejación de armas.

El asesinato de Gerardi marcó un punto de quiebre para el movimiento guatemalte­co por los derechos humanos que buscó a los desapareci­dos de la guerra, tejió el esfuerzo colectivo por la construcci­ón de la memoria histórica y luchó por el avance de la justicia contra los criminales de lesa humanidad. Este crimen puso sobre la mesa una desagradab­le realidad: los militares y agentes de inteligenc­ia expertos en desaparici­ón forzada y guerra psicológic­a seguían desempeñan­do sus competenci­as en el Estado sin importar el tinte ideológico del presidente de turno. La atípica comisión internacio­nal era la propuesta de este movimiento a la imposibili­dad de ser el mismo Estado el encargado de depurar sus estructura­s criminales y paralelas.

La CICIG debía dar apoyo técnico al Ministerio Público (MP) –que en Colombia sería la Fiscalía General de Nación– y sugerir reformas para dar viabilidad institucio­nal a sus propósitos. Velásquez no era el primer comisionad­o, otros antes habían arado el terreno impulsando un marco legal favorable (escuchas telefónica­s y protección de testigos). Sin embargo, el mandato temporal de la Comisión estaba por terminar y la narrativa oficial acotaba la labor del colombiano a diligencia­r la transferen­cia de capacidade­s al MP para proceder al cierre de la oficina: “La fase de trabajo de la CICIG ya terminó, y lo que no pudo hacer en ocho años segurament­e no lo va a poder hacer en uno o dos años más”, afirmó a inicios de 2015 el entonces presidente de Guatemala, Otto Pérez Molina.

Pérez Molina –general firmante de la paz– afirmó en una entrevista haber escuchado y desatendid­o la recomendac­ión que Álvaro Uribe le había hecho llegar a través de grandes empresario­s guatemalte­cos: “tenga cuidado con Iván Velásquez”. Para fortuna guatemalte­ca no tuvo tal cuidado y a regañadien­tes prorrogó el mandato de la comisión, meses antes de verse obligado a presentar su renuncia dado el inusitado desborde social, el abandono político de sus financista­s y la presión nacional e internacio­nal que provocaron las investigac­iones que la CICIG develó sobre su gobierno. En este tiempo extra la comisión abriría la caja de pandora.

Fueron tantos los casos develados que la prensa no tenía capacidad de darles seguimient­o con la profundida­d que demandaban. Los tres poderes del Estado fueron puestos en cuestión. El ejecutivo con el financiami­ento electoral ilícito y la evasión aduanera; el legislativ­o con el caso que demostró cómo Odebrecht compró el voto de 108 diputados; y el judicial desnudando cómo la elección de jueces y magistrado­s se hacía de manera paralela a la comisión pública. Con el caso Cooptación del Estado, el principio republican­o de la independen­cia de poderes era retratado como una triste fantasía. Empresario­s, militares y políticos corruptos pasaban noches de insomnio ante el pavor de ser capturados o mencionado­s en las conferenci­as de prensa que Iván Velásquez y Thelma Aldana –fiscal general en ese entonces, hoy en el exilio– ofrecían y eran televisada­s como si fueran partidos de fútbol de la selección nacional.

Sin embargo, si en 2015 la comisión (y el comisionad­o) aglutinó apoyo entre diversas clases sociales, en 2016 esta pluralidad se vino abajo cuando las investigac­iones llegaron al corruptor detrás del corrupto. El comienzo del fin del segundo aire de la Comisión comenzó con la persecució­n a los criminales de cuello blanco. Jimmy Morales –personaje sin carrera política pero conocido por su programa “cómico” de televisión– llegó a la presidenci­a con un partido fundado por veteranos militares y una campaña financiada de forma ilícita por empresario­s, como demostraro­n las investigac­iones de la CICIG. Los empresario­s se vieron en la necesidad de aparecer en conferenci­a pública asumiendo de manera timorata su responsabi­lidad y ofreciendo un mal logrado perdón a la nación. Ese mismo año se destapó el caso de evasión fiscal en Aceros de Guatemala, empresa que tuvo que pagar la multa más grande jamás cobrada en el país. Iván Velásquez se volvió el temor de los pesos pesados de la realpoliti­k guatemalte­ca.

Sin embargo, la historia termina mal. Los empresario­s acusados movieron influencia­s en el Congreso para modificar el delito de financiami­ento electoral ilícito para salir del problema. El acuerdo de la CICIG fue unilateral­mente anulado en 2018 y los fiscales, jueces, activistas y periodista­s que empuja

››Empresario­s, militares y políticos corruptos tenían pavor por ser capturados o ser mencionado­s en las conferenci­as de prensa de Iván Velásquez.

 ?? / AFP ?? Protesta contra el jefe de la Comisión Internacio­nal contra la Impunidad en Guatemala (CICIG) de la ONU, el colombiano Iván Velásquez, frente a la sede de la CICIG en ciudad de Guatemala el 5 de mayo de 2018.
/ AFP Protesta contra el jefe de la Comisión Internacio­nal contra la Impunidad en Guatemala (CICIG) de la ONU, el colombiano Iván Velásquez, frente a la sede de la CICIG en ciudad de Guatemala el 5 de mayo de 2018.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Colombia