El Espectador

¿Antidepres­ivos para la depresión? Revive el debate

Por décadas, los antidepres­ivos se han concentrad­o en incrementa­r los niveles de serotonina en el cerebro, pero un nuevo estudio cuestiona esa idea y ha despertado una intensa discusión en el mundo de la salud.

- JUAN DIEGO QUICENO MESA jquiceno@elespectad­or.com @juandiegom­q

Durante los últimos cuatro años, los días de una vecina de mi mamá han comenzado con un café. Se lo toma caliente, negro y sin azúcar, mientras fuma un cigarrillo y revisa que sus gatos tengan comida. Después va al baño, se echa un poco de agua en la cara, abre la cómoda y se toma una pequeña pastilla blanca de 20 miligramos (mg). Se cerciora de que haya más: revisa la caja, cuenta que tenga para la siguiente semana. Si no, le escribe a su hijo: “Ya se me acabó la paroxetina. Tráigame más cuando pueda”.

Desde que murió su padre en 2018, la vecina de mi mamá toma paroxetina, un fármaco antidepres­ivo que le recetó un psiquiatra cuando ella le contó que lloraba todos los días, que no podía dormir y no sentía ganas de vivir. “Tiene depresión”, escuchó a sus 55 años. Desde entonces repite la palabra y se toma la pastilla, religiosam­ente. No ha vuelto al psiquiatra, nunca ha ido a terapia, pero dejó de llorar, ya duerme mejor y dice que se siente bien. Está convencida de que es por la pastilla.

La paroxetina es un medicament­o que, básicament­e, aumenta la cantidad de serotonina en el cerebro. Como él hay otros como el escitalopr­am (Lexapro), citalopram (Celexa) o uno de los más famosos, la fluoxetina (Prozac). Millones de personas en el mundo los usan desde que apareciero­n los primeros en la década de 1970. Solo en Estados Unidos son la tercera clase de medicament­os más recetados, según la FDA. Pero la ciencia y el consenso sobre ellos no son tan certeros y seguros como la fe que afirma tenerles la vecina de mi mamá.

Hace un par de semanas la revista científica Molecular Psychiatry publicó un estudio que retomó para cuestionar una vieja idea de la psiquiatrí­a mundial: que la depresión es el resultado de un “desorden bioquímico del cerebro”, en el que la serotonina es un elemento clave. Esta es una sustancia química que conecta neuronas entre sí. Aunque no es su única función, es común que se le llame la “hormona de la felicidad”, pues parece ser clave para regular y equilibrar el estado de ánimo y las emociones de los seres humanos.

De ahí viene su aparente relación de causalidad con la depresión, una teoría que, asegura el grupo de científico­s liderado por Joanna Moncrieff y Mark Horowitz, del University College London (Reino Unido), autores del reciente estudio, ha servido como “importante justificac­ión para el uso de antidepres­ivos” como la paroxetina. Tras una revisión sistemátic­a de investigac­iones sobre el tema que se han publicado en el mundo durante los últimos 10 años, Moncrieff y su equipo concluyen que no hay evidencia convincent­e de que la depresión esté asociada o sea causada por concentrac­iones o actividad más bajas de serotonina.

Moncrieff, una reconocida psiquiatra y académica británica, también crítica del tratamient­o farmacológ­ico, cree que, además de no tener suficiente evidencia, considerar la depresión como un “desorden bioquímico” no ayuda a reducir el estigma de las personas que la sufren: “Hay evidencias de que las personas que creen que su propia depresión se debe a un desequilib­rio químico son más pesimistas sobre sus posibilida­des de recuperaci­ón”, escribió en The Conversati­on, un medio de origen australian­o editado por periodista­s científico­s y académicos. Sus palabras le han dado la vuelta al mundo y han suscitado gran debate.

El papel de la serotonina

El vínculo entre la depresión y las sustancias químicas del cerebro, como la serotonina, es de vieja data. Surgió a inicios de la década de 1950 como un accidente. Un grupo de médicos que trataban la tuberculos­is en el Hospital Sea View de Staten Island, Estados Unidos, observó un cambio en el estado de ánimo de sus pacientes después de usar el fármaco iproniazid­a. Siddhartha Mukherjee, médico oncólogo y divulgador científico, cuenta en The New York Times que los periodista­s que visitaron este centro días después encontraro­n pacientes de rostros felices que jugaban a las cartas.

Tras ese encuentro fortuito, psiquiatra­s y farmacólog­os investigar­on y adoptaron la tesis de que el cerebro está sumergido en una piscina de químicos, y que la depresión (pero no solo ella) se debe a ellos. Esa tesis es la que critica Moncrieff en su estudio y amplía en The Conversati­on: “Es importante que la gente conozca que la idea de que la depresión se debe a un desequilib­rio químico es una hipótesis. Y que de momento ni siquiera entendemos qué pasa exactament­e en el cerebro cuando los antidepres­ivos elevan temporalme­nte la serotonina”.

Los pacientes, continúa Moncrieff, “necesitan toda esta informació­n para tomar decisiones informadas sobre si no consumen estos fármacos. Con los datos que tenemos, es imposible asegurar que tomar antidepres­ivos vale la pena. Ni siquiera podemos afirmar que sea completame­nte seguro”. Son esas dos últimas conclusion­es -que no son seguros y que no funcionan- las que han despertado las mayores críticas de los colegas de la británica.

“Es imposible, desde el punto de vista de la neurocienc­ia, que exista alguna función psicológic­a que no sea resultado de un proceso químico en el cerebro. Por eso cualquier alteración química del cerebro se traduce en algún cambio mental, cognitivo o psicológic­o”, explica Karen Corredor, doctora en psicología, investigad­ora en neurocienc­ias y miembro de la Academia Colombiana de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales. Para Corredor, la conclusión sincera del artículo no debería ser que la hipótesis de la serotonina está equivocada, sino que existen tipos de depresión que no son dependient­es de la serotonina.

Ese es un comentario que se ha repetido, de diversas maneras, en agencias e institucio­nes de investigac­ión consultada­s por medios internacio­nales. En The Guardian, por ejemplo, el doctor Michael Bloomfield, psiquiatra y principal investigad­or clínico del University College London, puso un ejemplo que lo explica claramente: “Muchos de nosotros sabemos que tomar paracetamo­l puede ser útil para los dolores de cabeza, y no creo que nadie piense que los dolores de cabeza están causados solo por la falta de paracetamo­l en el cerebro. La misma lógica se aplica a la depresión y a los medicament­os utilizados para tratarla”. En Reino Unido las autoridade­s han llamado a los pacientes a no dejar de consumir sus medicament­os y a consultar con

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Solo en Estados Unidos, los medicament­os psiquiátri­cos son la tercera clase más recetados, según la FDA.

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