El Instituto Caro y Cuervo: ochenta años siendo la “casa de las palabras”
La entidad, que forma parte del Ministerio de Cultura y busca salvaguardar el patrimonio lingüístico y literario de Colombia, tiene programada unas series de actividades gratuitas el próximo 10 de septiembre, en su sede de Chía, con el fin de conmemorar s
Era el año 1940, ese mismo en el que un ministro británico llamado Winston Churchill dijo: “No tengo nada que ofrecer, sino sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor”, palabras pronunciadas en medio de la derrota que sufrían las fuerzas aliadas frente a la Alemania nazi. Aquellos eran tiempos de guerra, de la Segunda Guerra Mundial. Y, a pesar de todo, en Colombia a un tal Jorge Eliécer Gaitán, quien en ese momento era ministro de Educación, se le ocurrió una idea: un proyecto de extensión cultural que dio surgimiento a varias instituciones, como la Radiodifusora Nacional de Colombia, el Museo de Arte Colonial y el Instituto de Filología
Rufino José Cuervo. Esta última entidad pasó a ser el Instituto Caro y Cuervo a partir de la Ley 5ª del 25 de agosto de 1942, en el marco de la celebración del centenario de Miguel Antonio Caro y Rufino José Cuervo.
El nuevo Instituto había surgido con un objetivo definido: terminar el Diccionario de Construcción y Régimen de la Lengua Castellana de Rufino José Cuervo. El lingüista había fallecido el 17 de julio de 1911, así que aquel diccionario que intentaba construir había quedado inconcluso. Había llegado hasta la letra D. Entonces, el gobierno colombiano quiso rescatar su memoria y culminar aquel libro que había sido su proyecto de vida. Sin mencionar que al erudito también le habían asignado investigaciones filológicas, lingüísticas y literarias, que ahora debía continuar el Instituto Caro y Cuervo (ICC). Para ese momento la entidad contaba con tan solo dos colaboradores y una única oficina que se encontraba en la Biblioteca Nacional. Hoy, ochenta años después, tiene dos sedes y más de 200 personas, entre funcionarios, contratistas y docentes, pero a pesar de los cambios hay algo que permanece: su labor por “salvaguardar los aspectos lingüísticos y literarios del Patrimonio Cultural Inmaterial de Colombia”.
Será por eso por lo que al Instituto también lo llaman “La casa de las palabras”, ese lugar en donde la gente se puede formar, investigar y encontrar conocimientos acerca de investigaciones relacionadas con aspectos lingüísticos y literarios. Y es que aquel patrimonio inmaterial corresponde al saber que se ha transmitido a través de las generaciones, a ese que se ha transferido por medio de las lenguas, las tradiciones y las maneras de hablar. “Nosotros estamos hechos por las palabras y por los recuerdos, concatenados por esas palabras de nuestras generaciones anteriores. Por ejemplo, si una persona a uno le dice una palabra que le recuerda al abuelo o a la abuela, uno inmediatamente tiene un fogonazo de memoria, un relampagueo de recuerdo de cuando éramos niños con estas personas. Esos momentos de subjetividad son los que hacen que seamos lo que somos”, dice Juan Manuel Espinosa, director del Instituto Caro y Cuervo.
Esta entidad no solo se ha encargado de recopilar, documentar y organizar información lingüística, sino que también ha sido un puente para que las comunidades, como las indígenas y las afrocolombianas, se reencuentren con sus lenguas, sus recuerdos, es decir, con su patrimonio, una tarea que como menciona Espinosa no ha sido fácil, pero sí “impactante, porque la gente se siente emocionada cuando puede lograr un relato o una impresión de las cosas que han venido haciendo y recordando”. Por eso, salvaguardar el patrimonio inmaterial tiene la misma importancia que proteger el material, ese que se puede ver o tocar, sea una casa, una obra, una estatua, entre otros. “Salvaguardar el patrimonio es una garantía para nosotros de seguir viviendo y construyendo un mejor bienestar en el futuro”. Porque quizá, como diría una paremia, “quien no conoce su historia está condenado a repetirla”.
‘‘Nosotros
estamos hechos por las palabras y por los recuerdos, concatenados por esas palabras de nuestras generaciones anteriores. Por ejemplo, si una persona a uno le dice una palabra que le recuerda al abuelo o a la abuela, uno inmediatamente tiene un fogonazo de memoria, un relampagueo de recuerdo de cuando éramos niños con estas personas”.
Juan Manuel Espinosa, director del Instituto Caro y Cuervo.