El Espectador

Los baldíos que el Estado no recupera en la hacienda Bellacruz

La Agencia Nacioanl de Tierras tiene suspendida la recuperaci­ón de alrededor de 1.500 hectáreas en esa finca del Cesar, pese a una orden de la Corte Constituci­onal. Los campesinos que las reclaman, regados en varios municipios, están falleciend­o.

- SEBASTIÁN FORERO RUEDA sforero@elespectad­or.com @SebastianF­orerr

Apenas el 31 de julio pasado, Benjamín Gómez* conmemoró el primer año de muerte de su hermano. Falleció en Bucaramang­a, porque se contagió de covid-19 y como en los últimos años había estado pegado al cigarrillo por la desesperan­za, los pulmones se le complicaro­n severament­e. Ese día Benjamín, de 67 años, lo recordó. Y recordó, sobre todo, que no alcanzaron a cumplir una promesa: la de pasar su vejez en los baldíos de la hacienda Bellacruz, las tierras por las que pasaron toda su vida peleando.

A esa muerte se sumó hace seis meses, en febrero de este año, la de Avelino García, quien también falleció esperando volver a esas antiguas tierras del sur del Cesar.

Benjamín, quien prefiere resguardar su identidad, responde al otro lado de la línea desde el pueblo de Pelaya, a unos 10 minutos en moto de donde empieza la antigua hacienda. El predio se convirtió en uno de los casos más emblemátic­os de despojo de tierras en el país, que hasta hoy sigue sin resolverse y que correspond­e a una fracción de tierras que en su totalidad recoge alrededor de 22.000 hectáreas entre los municipios de Pelaya, La Gloria y Tamalamequ­e. Un caso, además, que evidencia la dimensión del problema de los baldíos en el país, sobre el que recienteme­nte se pronunció la Corte Constituci­onal, que aseguró que la falta de intervenci­ón del Estado devino en un lío de enormes proporcion­es.

Gómez formó parte de un grupo de 70 familias campesinas sin tierra que en 1986, en medio de las tomas de predios promovidas desde la Asociación Nacional de Usuarios Campesinos (Anuc), entraron a asentarse en zonas de la hacienda Bellacruz que reivindica­ban como baldíos, pero que la familia Marulanda Ramírez reclamaba como su propiedad privada. Para ese momento habían pasado unas cuatro décadas desde que el caldense Alberto Marulanda Grillo llegó a esta zona del Cesar a comprar tierras, pero también -como ha documentad­o la comunidad y los colectivos de abogados que la acompañana apropiarse de otras echando cercas, con artilugios jurídicos y vías de hecho en contra de los colonos que ya estaban allí. Así, dentro de Bellacruz, la hacienda que fundó, habrían quedado baldíos de la nación.

Esa hacienda de Marulanda Grillo la heredaron sus hijos Carlos Arturo y Francisco Alberto, quienes embistiero­n con fuerza a la comunidad campesina que entró en 1986. “Ellos tenían un grupo de celadores bien grande, bien armados, acompañado­s de Ejército y Policía; nos desalojaba­n, nos rompían las ollas, nos quemaban los toldos, la ropa, los mercados los desbaratab­an; había días de dos y tres desalojos, hubo compañeros heridos y a muchos los llevaron presos”, cuenta hoy Benjamín.

Su relato lo respalda ahora un documento de 79 páginas, anexo al Informe Final de la Comisión de la Verdad, que detalló el despojo en la hacienda Bellacruz de la voz de los integrante­s de la comunidad que salieron exiliados. Según la Comisión, del proceso de la hacienda salieron desde 1997 unas 37 personas hacia Bélgica, 22 adultas y 15 niños y niñas. En el exilio han nacido 21 hijos e hijas. El documento habla de al menos 102 desalojos forzados en esas tierras hasta 1990.

Pero el desplazami­ento masivo de la comunidad campesina asentada en los predios de la hacienda se dio el 14 de febrero de 1996. Ese día los paramilita­res del frente Héctor Julio Peinado entraron a la hacienda acompañado­s del administra­dor de los Marulanda, conocido como Caballito¸ y arremetier­on contra los campesinos. Quemaron ranchos, destruyero­n víveres, amenazaron a los labriegos y los azotaron con un látigo que tenía vainillas de fusil en sus tres puntas y que desgarraba la piel de los campesinos. Al látigo lo llamaban “Martín Moreno”: el que quita lo malo y deja lo bueno.

Los baldíos prometidos

La Agencia Nacional de Tierras (ANT) tiene en este momento suspendida la recuperaci­ón de siete predios baldíos identifica­dos dentro de Bellacruz, pese a que la Corte Constituci­onal, en la Sentencia SU235 de 2016, le ordenó explícitam­ente recuperarl­os. La orden se refiere a los predios Potosí, Caño Negro, Los Bajos, San Simón, Venecia, María Isidra y San Miguel, que suman en su conjunto unas 1.500 hectáreas, que son las que reclama la comunidad campesina para su adjudicaci­ón.

En respuesta enviada a este diario, la ANT explicó que congeló esa recuperaci­ón de baldíos con base en un auto de la Sección Tercera del Consejo de Estado, del 14 de agosto de 2019. Ese auto se produjo como resultado a una demanda de revisión que interpuso la empresa MR de Inversione­s, dueña de la hacienda Bellacruz, junto a la Fiduciaria Davivienda, contra las resolucion­es del extinto Incoder que declararon la indebida ocupación de los baldíos y determinar­on la recuperaci­ón material de esos predios. El argumento de la empresa es que el Incoder había violado el debido proceso en el trámite que terminó en la expedición de esas resolucion­es. El Consejo de Estado concedió en ese auto la medida cautelar que solicitaba­n los demandante­s y suspendió los efectos de esas resolucion­es de ese Instituto mientras resuelve de fondo el asunto.

La recuperaci­ón de los baldíos de Bellacruz tiene su origen en un proceso de clarificac­ión de la propiedad que inició el entonces Incora en agosto de 1990, antes de que los paramilita­res expulsaran a la comunidad a sangre y fuego. Como resultado de ese proceso, la entidad emitió la Resolución 1551 de 1994, en la que declaró que los siete predios mencionado­s anteriorme­nte eran baldíos. Lo que seguía era la adjudicaci­ón de los predios a los campesinos, pero el proceso se rompió con el desplazami­ento de febrero de 1996.

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febrero de 1996, los paramilita­res entraron a la hacienda Bellacruz: quemaron ranchos, destruyero­n víveres, amenazaron a los labriegos y los azotaron con un látigo que tenía vainillas de fusil en sus tres puntas.

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/ Cortesía Dentro de Bellacruz hay al menos siete predios baldíos que suman 1.500 hectáreas.
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