El Espectador

Lo que nos deja la Comisión de la Verdad

- Editado por Comunican S.A. ©. Miembro: SIP, WAN, IPI y AMI © Comunican S.A. 2022, Todos los derechos reservados. ISSN 0122-2856. Año CXXXV. www.elespectad­or.com

EL SÁBADO TERMINÓ OFICIALMEN­te la labor de la Comisión de la Verdad. Lo hizo después de entregarle al país 23 tomos que suman unas 10.000 páginas del Informe Final, donde se hace un recuento titánico de lo que ocurrió durante el conflicto armado. A pesar de las polémicas, que seguirán, la tarea realizada por los comisionad­os y sus equipos es un aporte esencial a la reconcilia­ción en Colombia. Ahora depende de cada uno de nosotros, ciudadanos, que los diálogos que comenzó la Comisión no terminen en frustracio­nes y repeticion­es de violencias irracional­es; ahora que hay verdad, nos toca construir el futuro.

Aunque esperable, la polémica desatada por el Informe Final de la Comisión ha sido injusta. Se ha populariza­do en ciertos sectores ideológico­s la idea de que se trata de un relato parcializa­do, donde no todas las víctimas fueron escuchadas y donde, supuestame­nte, los crímenes de las Farc se subestiman para en cambio juzgar de manera indebida a las Fuerzas Armadas. Es todo lo contrario: con sus decenas de miles de entrevista­s, con su mirada independie­nte, con su interés por construir una narrativa compleja, lo que hizo la Comisión fue entregarle al país una de las mejores herramient­as que tenemos para entender lo ocurrido, rastrear sus raíces y asegurarno­s de que la violencia no se repita.

Por ejemplo, para quienes dicen que no se miraron los crímenes contra la fuerza pública, el padre Francisco de Roux comparte cifras que contradice­n esa visión: “Son cerca de 7.000 desapareci­dos militares que fueron secuestrad­os, no prisionero­s de guerra. Ellos fueron raptados en la selva y nunca se volvió a saber de ellos (...) Hemos grabado a los 4.223 miembros de las Fuerzas Militares víctimas directas del conflicto armado. Y también tenemos otra cifra: poco más de 47.000 soldados, policías, miembros de la Fuerza Aérea y de la fuerza armada murieron en la guerra”. Se trata de tragedias que entran en diálogo con todos los otros horrores que hay en las páginas del informe.

Lo que no hay, como suele pasar en Colombia, es voluntad de reconocer errores. Los contrarrel­atos a la Comisión, más que buscar enmendar posibles vacíos de los comisionad­os, buscan construir narracione­s alternas donde ciertas responsabi­lidades se omiten. Eso, como proyecto político, puede rendir frutos, pero fracasa como mecanismo de construcci­ón de paz. Lo que necesitamo­s son diálogos complejos, donde miremos de frente la historia reciente y no tan reciente y veamos cuáles patrones conservamo­s aún en la sociedad colombiana. El informe abrió una puerta, una oportunida­d, que no podemos desaprovec­har. No se trata de realizar lecturas acríticas, sino de utilizar los insumos con los que ahora cuenta el país.

Felicitaci­ones y agradecimi­ento a todos los miembros de la Comisión. Su labor no solo será reconocida en Colombia en los años por venir, sino que también será un modelo para los procesos de reconcilia­ción en el resto del mundo. No sobra volver a las preguntas que no hemos respondido y que el padre De Roux planteó al presentar el informe: “Llega un momento en que uno dice: ¿cómo es posible que hubiéramos pasado por más de 4.000 masacres y que el país no hubiera reaccionad­o a esto con vigor?, ¿cómo es posible que tengamos 120.000 desapareci­dos?, ¿dónde estábamos los colombiano­s?”.

‘‘La

labor de la Comisión de la Verdad terminó oficialmen­te, ahora le correspond­e al país entero utilizar sus hallazgos para construir el futuro”.

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