El Espectador

¿Cómo financiar la conservaci­ón del bosque amazónico?

- GUILLERMO RIVERA

Por otro lado, en su diccionari­o, María Moliner nos recuerda el uso absoluto del transitivo, es decir, como «repartir [una cosa]»: «Si compartimo­s, habrá para todos». Asimismo, su equivalenc­ia con «tener cierto sentimient­o» o «tener la misma opinión» que otra persona: «Comparto su dolor/opinión».

Es preciso señalar también el significad­o que ha recogido el Diccionari­o de americanis­mos,

¡como verbo intransiti­vo! («compartir» como equivalent­e de «departir»): «Ven y compartimo­s».

Agregaría su uso como sustantivo, frecuente en entornos escolares, etc.: «Hagamos un compartir». mmedina@elespectad­or.com, @alejandra_mdn

LA AMAZONIA NO ES UN TERRITOrio adecuado para la agricultur­a tradiciona­l ni tampoco para la ganadería extensiva. Sus riquezas están principalm­ente en sus bosques. Una de ellas surge de su capacidad para capturar carbono y contribuir a mitigar el cambio climático. Además, sus bosques juegan un papel crucial en el ciclo del agua.

Conservarl­os implica, por una parte, cerrar eficazment­e la frontera de colonizaci­ón para evitar más deforestac­ión y, por otra parte, reforestar áreas ya intervenid­as como consecuenc­ia de la actividad agrícola, ganadera y cocalera. A estas actividade­s de reforestac­ión y cuidado del bosque convendría vincular a la población campesina, indígena y afrodescen­diente que vive en la zona rural de la Amazonia. Ese trabajo solo podría ser compensado por el Gobierno mediante un subsidio que les asegure a estas comunidade­s una vida digna. La gran pregunta es cómo financiarl­o.

El presidente Petro le propuso a la comunidad internacio­nal canjear deuda externa por conservaci­ón de bosque amazónico. Esa es una buena idea, pero me asalta el temor de que una negociació­n de esa naturaleza se tome demasiado tiempo.

Así las cosas, vale la pena empezar a hacerlo con fuentes propias, sin que eso signifique renunciar a un eventual apoyo internacio­nal. Una de ellas podría ser el cobro de una sobretasa en la facturació­n del servicio de agua de los estratos altos de la población que vive en las ciudades del interior del país cuya fuente hídrica está en los páramos. El agua procedente de los océanos que se desplaza en forma de vapor hacia las cordillera­s es alimentada por la humedad que evapora el bosque amazónico; por lo tanto, entre mayor sea su deforestac­ión, menor será la cantidad de lluvia en los páramos.

Lo mismo podría pensarse de los sectores productivo­s rurales de mayor emisión de gases de efecto invernader­o. Según Greenpeace, la ganadería en el mundo es responsabl­e de la emisión de hasta el 14,5 % de estos gases. Esa realidad debería compensars­e con la imposición de tasas cuyo destino sean las actividade­s de reforestac­ión y de cuidado del bosque amazónico

La sobretasa a los combustibl­es, como es apenas lógico, se destina fundamenta­lmente al mantenimie­nto de la red vial y a la financiaci­ón de los sistemas de transporte masivo; sin embargo, una parte de ella debería destinarse al mismo propósito conservaci­onista del bosque.

En la Amazonia vive apenas el 2,4 % de la población colombiana. Si desagregam­os de este porcentaje a la población que vive en las ciudades de esa región, concluirem­os que la que habita en la ruralidad amazónica es ínfima comparada con la población total del país. Esos pocos colombiano­s tendrían la responsabi­lidad de ser reforestad­ores y cuidadores del bosque amazónico y por ello deberían tener el derecho a un subsidio.

Desde una perspectiv­a neoliberal, se diría que este subsidio sería un asistencia­lismo insostenib­le. En cambio, desde la perspectiv­a de la solidarida­d nacional e incluso global, habría que decir que ese subsidio cumpliría un propósito estratégic­o: contribuir a la preservaci­ón de la vida.

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