Paradojas de la Plaza Núñez
LA DECISIÓN DEL PRESIDENTE PEtro de reabrir al público la Plaza Núñez, el espacio entre la Casa de Nariño y el Capitolio Nacional que durante 20 años permaneció cerrado, rodeado de rejas y protegido por un complejo sistema de seguridad, envuelve una paradoja y trae otras a colación.
La primera es que sea el primer mandatario de izquierda en nuestra historia quien ha ofrecido para el disfrute ciudadano el lugar destinado a honrar la memoria de uno de los presidentes más retardatarios en la vida colombiana. Vencedor en la guerra de 1885 contra los liberales y dueño del poder en los años siguientes, en los que impuso una Constitución de corte clerical, nunca dejó de ser una figura inaceptable para los defensores de las libertades proclamadas por el Olimpo Radical, que no podían estar de acuerdo con que el Regenerador fuera enaltecido casi al mismo nivel del Libertador.
Es fácil suponer los sentimientos que el nombre de Núñez suscita en alguien como Petro, que dedicó su vida a luchar contra las ideas consagradas en la conservadora y excluyente Constitución de 1886. Con esta Carta, la biblia de Núñez y Caro, fue sustituida la Constitución más liberal que ha tenido Colombia, la de 1863, sobre la cual se atribuyó a Victor Hugo haber dicho que era una Constitución para ángeles. Ella fue el fruto de la llamada revolución liberal del medio siglo, uno de los diversos intentos realizados después de la Independencia para liquidar el régimen anacrónico e injusto heredado de la Colonia. Es de suponer que Petro comparte con muchos liberales el rechazo a la nefasta oscilación del péndulo político que permitió a Núñez, tras su triunfo sobre los radicales, modificar el sistema constitucional y condenarnos a vivir hasta 1991 bajo su retrógrada Constitución. Pero el talante conciliador y tolerante del nuevo mandatario también se ha visto reflejado en el manejo del ámbito contiguo a la sede presidencial.
Tan paradójico como esta circunstancia es que se otorgara a Núñez el honor de levantar su estatua en el patio del Capitolio que da frente a la Casa de Nariño, uno de los lugares más emblemáticos de la nacionalidad. Esto fue posible en 1921 por la decisión de Marco Fidel Suárez, otro presidente conservador, exponente del autoritarismo y el dogmatismo típicos de la atrasada sociedad de finales del siglo XIX y principios del siglo XX.
La propia vida de Núñez también fue una paradoja, pues como ideólogo y político activo trasegó por distintos caminos. El que más le sirvió fue el de la Regeneración, nombre con el cual bautizó al movimiento que le dio las principales victorias. Simpatizó inicialmente con los liberales radicales a los que después enfrentaría en la guerra; por un tiempo fue liberal independiente y en sus tres campañas presidenciales se postuló primero como liberal, después como cabeza de una coalición liberal-conservadora y por último como candidato del Partido Nacional. El texto y el espíritu de su Constitución estuvieron muy lejos del liberalismo y en el ejercicio de la presidencia no vaciló en asumir poderes dictatoriales.
Por otra explicable paradoja, esos años de oscurantismo vieron aparecer dos instituciones liberales que aún perduran: la Universidad Externado de Colombia, fundada el año de la expedición de la Constitución de Núñez y convertida en refugio de profesores y estudiantes perseguidos y aun expulsados de otras universidades, y el diario El Espectador, que nació un año después, se erigió en un defensor de las libertades y no tardó en ser sancionado por el Gobierno.
Los innumerables ciudadanos que están visitando la Plaza Núñez desde su apertura al público posiblemente ignoran muchas de estas cosas y por esto es bueno recordarlas. Son un reflejo de la contradictoria historia de Colombia, en la que abundan paradojas.