El Espectador

Parar de producir petróleo y carbón

- LA COLUMNA DEL LECTOR SEBASTIÁN CARO CARDONA

EN PRO DEL MEDIO AMbiente, el gobierno de un país decidió tomar una decisión radical pero necesaria para transicion­ar a una matriz energética sostenible: dar un plazo de 10 años para cerrar las plantas petroleras, carboneras y nucleares. Para dejar de producir gas, el país decide importar energía de un país vecino. Todo parece ir en orden, hasta que un choque de oferta y demanda en el mercado termina por suspender las importacio­nes de ese aliado estratégic­o, encarecer el precio de la electricid­ad para los consumidor­es y llegar al extremo de racionar el suministro de energía.

No hay que ir lejos de la agenda política del Gobierno actual para imaginarno­s un escenario de tal magnitud. Lo curioso del caso es que el país en cuestión no es Colombia en 2030; fue Alemania en 2022. Después de prohibir sus operacione­s, los alemanes han decidido prender las plantas nucleares y de carbón nuevamente. ¿Cómo pasó de ser bastión en la lucha contra el cambio climático a prender de nuevo plantas que contaminan el medio ambiente?

La Agencia Internacio­nal de Energía todavía para 2030 prevé que el 87 % de la demanda va a ser suministra­da por petróleo, gas y carbón. Es imposible con la tecnología actual generar una matriz energética que dependa 100 % de energías renovables. Todavía no hay país alguno que la tenga. Por el contrario, hay casos como Alemania y China que han tenido que cambiar sus políticas energética­s porque se han dado cuenta de que acelerar la transición por medio de dogmatismo ambientali­sta ha generado un desbalance que solo se puede resolver volviendo a aquellas energías catalogada­s como “prohibidas” y “viejas”.

¿Cómo se sitúa Colombia ante esta situación? Considero que el Gobierno actual tiene aspiracion­es demasiado ambiciosas para la tecnología que hay en el país en la actualidad. Estoy de acuerdo con acelerar licencias para explotació­n de gas, como lo ha hecho la actual ministra de Minas, extendiend­o las reservas para más de seis años. Sin embargo, propuestas como depender de gas venezolano para suministra­r energía a nuestra matriz son problemáti­cas. El día que Estados Unidos le ponga sanciones al país vecino y nos prohíba importar gas del Orinoco venezolano, nuestra dependenci­a nos podría salir muy cara. Estoy de acuerdo en acelerar la inversión en energías renovables. Sin embargo, no lo estoy con la ministra de Ambiente cuando decide oponerse a los proyectos piloto de fracking. Si bien hay estudios que han expuesto los daños ambientale­s de esta práctica, se deberían respetar los contratos en pie para asegurar que los científico­s, y no los políticos, nos digan si es viable hacer fracking en Colombia o no. De nuevo, el mismo dogmatismo energético que llevó a Alemania a apagar prematuram­ente las minas de carbón puede llevar a Colombia a un desastre energético. Colombia tiene una oportunida­d única de convertirs­e en productor marginal en un mercado internacio­nal en el cual se va a volver más difícil generar proyectos de hidrocarbu­ros en el futuro. No es fortuito que la última refinería de Estados Unidos fuera construida en 1977, cuando, en paralelo, Reficar fue modernizad­a en pleno siglo XXI. En vez de cerrarle la puerta a ser exportador­es de petróleo, sería más estratégic­o aún suplir la falta de oferta que vendrá de políticas renovables en países desarrolla­dos y desarrolla­r la infraestru­ctura necesaria para las renovables. No sin mencionar las consecuenc­ias indirectas que causaría la política energética actual: una fuga de capitales jamás antes vista.

Recordemos que los países desarrolla­dos tienen el lujo de transicion­ar agresivame­nte a energías renovables porque ya han gozado de los beneficios de tener un sistema energético extractivi­sta por años. Pedirles a los países en vías de desarrollo que generen crecimient­o económico en paralelo a transicion­ar a energías renovables es como pedirle a un bebé que aprenda a caminar mientras entrena para una maratón. Está el caso de estudio de Sri Lanka, país al que el Banco Mundial recomendó reemplazar la producción de fertilizan­tes químicos por orgánicos, por lo cual está pagando un costo inconmensu­rable que terminó en un golpe de Estado, a tal punto que su presidente admitió que fue un error hacerlo.

Espero que el señor presidente no tenga que salir en 10 años a decir que nos equivocamo­s.

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