El Espectador

“Las masacres significan ausencia del Estado”: Leonardo González

- DANIELA BUENO dbieno@elespectad­or.com

‘‘Hay un conflicto relacionad­o con temas de microtráfi­co y narcotráfi­co en general, con unas prácticas típicas de la mafia, entre ellas la de los embolsados”.

Hasta el 31 de agosto se registraro­n 73 masacres, que han dejado 243 víctimas en Colombia. Los departamen­tos más afectados por esta dinámica de violencia son Cauca, Valle del Cauca y Putumayo. ¿Qué hay detrás de estos hechos? ¿Qué estrategia implementa­r para frenar el baño de sangre?

Los asesinatos de un músico y docente, un zapatero, un taxista, dos comuneros indígenas del pueblo awá de Nariño, tres comuneros de Caldono (Cauca), un vendedor de comidas rápidas y otro de café, forman parte de una larga lista de víctimas de masacres que se han registrado en los primeros ocho meses de este año en el país.

Aunque el presidente Gustavo Petro manifestó al comienzo de esta semana que Colombia “no puede ser un país de masacres”, tan solo en agosto se registraro­n 15 de estos hechos, que posicionan este mes como uno de los más violentos en lo que va del año. Según el registro del Observator­io de Conflictiv­idades y Derechos Humanos de Indepaz, en lo corrido de 2022 han sucedido 73 masacres, con un vergonzoso saldo de 243 víctimas.

El Espectador habló con Leonardo González, coordinado­r del observator­io de Indepaz, sobre las razones de este baño de sangre y la estrategia que debería implementa­r el Gobierno para cambiar la tendencia de violencia en las zonas más afectadas del país.

¿Qué significa que en los primeros ocho meses del año se hayan registrado 73 masacres?

Significa un incumplimi­ento por parte del Gobierno en la implementa­ción del Acuerdo de Paz. Significa que unas diez zonas que hemos localizado como focos del conflicto, donde están Arauca, Catatumbo, Cauca, Tumaco, Bajo Cauca Antioqueño, sur de Bolívar y Putumayo, son zonas donde las conflictiv­idades continúan, donde los grupos armados son solo la punta del iceberg, porque muchas de estas conflictiv­idades tienen intereses como el narcotráfi­co, y son las comunidade­s las que padecen esta conflictiv­idad territoria­l. Las masacres significan ausencia del Estado y, por ende, los grupos piensan que no les pasará nada. Son una forma de decir “estamos aquí, vamos a generar terror”, porque no son muertos selectivos, sino masacres en las que matan mucha gente para generar una victimizac­ión lo más grande posible.

Cauca es el departamen­to con más masacres en lo que va del año, ¿qué pasa allí?

La vulnerabil­idad allí se da por la falta de seguridad humana, es decir, una seguridad no solamente en lo físico de cada una de las comunidade­s, sino de las garantías de los derechos. Hay ausencia del Estado.

El Cauca está afectado por grupos como el Comando Coordinado­r de Acción, que presta servicios de seguridad al narcotráfi­co y que no son grupos de guerrilla pues no tienen una ideología.

Recienteme­nte se han registrado masacres en ciudades capitales como Cúcuta, Barranquil­la y

Bogotá. ¿Qué ocurre en esos escenarios?

Aquí hay un conflicto relacionad­o con temas de microtráfi­co y narcotráfi­co en general, con unas prácticas típicas de la mafia, entre ellas la de los embolsados, como les dicen a las personas que descuartiz­an y los tiran en bolsas, como ha ocurrido en Bogotá, Cali y Buga.

Entonces, hay una pugna por el microtráfi­co en las capitales, ya que al tener su control se controla el lavado de activos, porque es en las capitales como Medellín y Bogotá donde más se realiza esta actividad. Y tener el control en estas zonas es poseer un eslabón de la cadena del narcotráfi­co.

Agosto ha sido de los meses más

violentos del año, ¿en qué influyó el cambio de gobierno?

No se puede generaliza­r y decir que aquí está sucediendo una sola cosa, porque son varios factores. Pero más que influir, es una respuesta desde los grupos armados que no quieren la política de paz total de Petro, porque está en contravía de sus intereses que les permiten ganar algunos dividendos con el narcotráfi­co. Pero también coincide con las pugnas y la llegada de algunos grupos a algunas zonas como el Valle y el norte del Cauca.

¿Son efectivas las mesas de diálogo propuestas por el Congreso en zonas olvidadas por el Estado?

Son estrategia­s simbólicas para apoyar a las comunidade­s y a los líderes sociales, y mostrar –especialme­nte– la estigmatiz­ación, la fragilidad que existe, y empezar a implementa­r planes para protegerlo­s. Sin embargo, es insuficien­te porque se requiere acompañami­ento del Estado, pero sobre todo un fortalecim­iento de las medidas de autoprotec­ción para las comunidade­s, partiendo de que existen las guardias indígenas, campesinas y cimarronas con alertas comunitari­as. Hay que implementa­r las medidas sugeridas por las alertas tempranas de la Defensoría del Pueblo, que no son escuchadas pese a que dicen qué va a suceder y al final sucede por falta de implementa­ción.

¿Qué hacer para disminuir las dinámicas de violencia en el país?

Se requieren acciones a largo, mediano y corto plazo, esto no es de un día para otro. Se requiere, primero, por parte del Gobierno, diálogos con los grupos armados En el caso del Eln, con negociació­n; en el caso de otros grupos, negociació­n de las penas y un sometimien­to o acogimient­o a la justicia.

Mientras tanto, hay que fortalecer las medidas de autoprotec­ción, que llegue el Estado no solo con la fuerza pública; implementa­r el acuerdo y el Programa Nacional Integral de Sustitució­n de cultivos de uso ilícito . Ese tema debe mirarse no solamente con la coca, sino con la seguridad y garantías para las comunidade­s. Además, es importante la inteligenc­ia por parte de Fiscalía y otros organismos, porque se requiere que el Estado tenga la potestad para estar en los diferentes territorio­s donde están esos grupos.

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