El Espectador

A la vicepresid­enta

- Envíe sus cartas a lector@elespectad­or.com Ricardo Gómez Fontana.

Entiendo que no ha pasado un mes desde su posesión, pero es poco menos que una eternidad para un niño que recibe a lo más un plato de comida por día. Con riesgo de sumarme a la larga fila de ciudadanos que se han tomado la libertad de encasillar­la en nichos mal imaginados, me he atrevido a pensar que es usted la autoridad que más claramente puede entender lo que he afirmado arriba. Recurro a usted para solicitarl­e haga lo imposible por empujar para que se implemente­n cambios necesarios y no perdamos una generación más de niños que por falta de los recursos más básicos se quedan sin educación, además de ganarse el sinnúmero de problemas que les traerá la mala nutrición en su niñez. Durante largos años de trabajo con niños de familias muy empobrecid­as en una comunidad donde la inmensa mayoría de los habitantes sobreviven en condicione­s aterradora­s, he sido testigo de cómo, a pesar del enorme esfuerzo que hacen muchos padres para que sus niños asistan a sus colegios, los pocos que logran obtener el título de bachiller no estarían en capacidad de competir con un niño de quinto grado de primaria de un colegio de la capital. Segurament­e no son pocas las causas que explican semejante afirmación, pero están entre ellas, sin duda, la inadecuada e insuficien­te alimentaci­ón a lo largo de toda su edad de crecimient­o y las dificultad­es que conlleva la necesidad que tienen los padres de permanecer largas horas fuera del hogar para conseguir muy poco más que la remesa del día siguiente. Además de la ausencia de estímulos intelectua­les y de protección infantil y juvenil en las comunidade­s marginadas de Colombia. Con hambre y sin apoyo ni incentivos tangibles que le permitan a un niño entender el valor de la educación, es ya un milagro que muchos de ellos aprendan a deletrear el alfabeto, lo que en Colombia se cataloga como alfabetism­o pero dista mucho de saber leer, a sumar y tal vez restar, aptitudes que hubieran sido insuficien­tes para sobresalir en el siglo XIX.

Ahora, bien sabemos que en estas comunidade­s son más los estudiante­s que desertan antes de terminar el ciclo de educación media que aquellos que se gradúan. Nuestros niños nacen con un aviso en la frente que dice “condenado” y no importa lo que hagan, crecerán, como las generacion­es que los precediero­n, para hacer los trabajos más denigrante­s, sucios, físicament­e extenuante­s y peor pagados, asegurando así que la vida de los nuevos niños que nacen, con notables excepcione­s, imite la de sus padres.

Es por esto que le ruego interceda para que se dé inusual premura a la eliminació­n de los obstáculos que impiden a los niños de las familias más vulnerable­s de Colombia soñar siquiera con una cama limpia y una comida completa, mucho menos con una educación que los prepare para romper la barrera que atajó a sus padres, a sus abuelos y que ya está erigida para atajarlos a ellos mismos. Muchas generacion­es hemos dejado perder a lo largo de nuestra historia y sería imperdonab­le perder otra más.

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