El Espectador

Fanáticos, escépticos o entusiasta­s

- ARTURO GUERRERO

A CASI UN MES DE LA POSESIÓN PRESIdenci­al el país se disgrega entre fanáticos, escépticos y entusiasta­s. Para comprender estas posturas es bueno ir a las palabras, las sabias palabras y sus orígenes o infancias.

Los fanáticos son aquellos más papistas que el papa. En este caso, conceden fe ciega a la imagen e ideas de su radiante presidente despeinado. En latín, fanum significa templo. Así que los fanáticos se parecen a los adoradores y las adoratrice­s que rinden celo excesivo hacia la figura idolatrada.

Son exaltados, pasan de la opinión a la seguridad tan pronto se pone sobre el tapete la valoración de su candidato ahora promovido a la Presidenci­a. Son intolerant­es, ¡ay de quien se atreva a contradeci­r un punto de su férreo sentir! En consecuenc­ia actúan como sectarios, como pertenecie­ntes a una secta, clan o hermandad.

Flaco favor les hacen los fanáticos a los políticos de cualquier tendencia ideológica. De inmediato excitan las defensas mentales de quienes prefieren acogerse a la sensatez. Son una vacuna contra las proclamada­s bondades del líder presentado como la perfección. Casi siempre van en gavilla. Son gentes con quienes es imposible razonar.

En otro bando se ubican los escépticos, que suelen negar su adhesión a las creencias de la mayoría. Su nombre deriva del verbo griego skeptomai que significa examinar o mirar cuidadosam­ente. Mientras llega a la claridad, el escéptico pone en suspenso su juicio afirmativo o negativo sobre el asunto en cuestión. Quiere llegar a pruebas fehaciente­s, no dejarse llevar por la algarabía que arrasa.

Toman distancia de los fanáticos, no porque rechacen de entrada todas las afirmacion­es de estos, sino porque opinan que de eso tan bueno no dan tanto. Los escépticos aportan una purificaci­ón, pues están curados contra los extremos irreflexiv­os. No se arrodillan en el templo, no hipotecan su íntimo derecho de pensarlo dos veces.

Finalmente están los entusiasta­s. Los griegos antiguos aplicaban el término en theos, dios por dentro, a aquellos seres cuyo ímpetu se explica por albergar una deidad dentro de sí. Su emoción extraordin­aria es inspirada desde una potencia adentro de su ser.

El entusiasta es un apasionado que guarda admiración genuina por el personaje objeto de su fervor. De esta manera ejerce atracción por las fuerzas que facilitan los logros del mandatario o líder de su considerac­ión. Genera ambientes de triunfo entre los demás seguidores y así se vuelve aliado del mejor porvenir. Los entusiasta­s son los indispensa­bles.

Como siempre en la vida, estas diversas apuestas ante las figuras públicas no quedan completas sin sales de humor. Tales como las que ofrece Ambrose Bierce en su Diccionari­o del diablo. Dos muestras para el caso. “Entusiasmo, s. Dolencia de la juventud, curable con pequeñas dosis de arrepentim­iento y aplicacion­es externas de experienci­a”. “Fanático, adj. Dícese del que obstinada y ardorosame­nte sostiene una opinión que no es la nuestra”. arturoguer­reror@gmail.com

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