El papa, crucificado
NADIE ESTÁ EXENTO DE PROVOCAR reacciones negativas con sus acciones o palabras, aunque estas sean bien intencionadas. Lo acaba de sufrir el papa Francisco.
La primera fue con motivo de su reciente peregrinación al Canadá para pedir perdón a los indígenas de ese país por los abusos de la Iglesia católica contra los centenares de miles de niños de los pueblos originarios que fueron arrebatados a sus familias y recluidos en internados donde fueron maltratados y muchos de ellos murieron o desaparecieron. El papa se reunió con líderes de aquellas comunidades y les pidió perdón en nombre de los miembros de la Iglesia católica que cometieron esos atropellos. Fue una emotiva ceremonia que les arrancó lágrimas a muchos de los asistentes, pero también gestos de disgusto por lo que algunos consideraron una expresión insuficiente de remordimiento. Las palabras del papa no consiguieron la reconciliación que buscaba con los sobrevivientes y descendientes de las víctimas.
El segundo episodio en el que el papa se metió a redentor y salió crucificado ocurrió hace pocos días con motivo de la guerra en Ucrania. Hablando ante una peregrinación de monaguillos de Francia el día en que se cumplían seis meses de la invasión rusa, el papa deploró la muerte de inocentes en la guerra e incluyó entre ellos a Daria Dugina, la hija de Alexander Dugin, ideólogo ruso y amigo de Vladimir Putin, asesinada en cercanías de Moscú. Y ahí fue Troya.
El Gobierno de Volodimir Zelenski protestó ante el Vaticano, y el patriarca Kirill de Moscú, suprema autoridad de la Iglesia ortodoxa rusa, canceló su asistencia a una reunión en Kazajistán a la cual acudirá el papa Francisco y en la que estaba programado un encuentro de los dos jerarcas. Este iba a ser el segundo después del ocurrido en Cuba en 2016, que puso fin a un distanciamiento de un milenio tras el Gran Cisma del cristianismo entre Oriente y Occidente.
De este modo, el efecto de las palabras del papa fue el contrario del que buscó. No solo reavivó la hostilidad ruso-ucraniana, sino que agrió las relaciones del Vaticano con la Iglesia ortodoxa rusa, que respalda al Gobierno de Moscú.
El asesinato de Dugina desató un alud de acusaciones mutuas entre los dos países, pues Moscú acusó a los ucranianos de cometer el crimen y estos culparon a los servicios de inteligencia rusos. Al expresarse, el papa solo consiguió añadir leña al fuego y aumentar el resentimiento de Kiev contra el Vaticano porque este no ha condenado abiertamente la invasión rusa. El papa ha mantenido una posición discreta, al parecer con el fin de no cerrar la puerta a un diálogo que podría ser propiciado por él mismo.
Esto confirma una trágica realidad que los colombianos conocemos bien. Hace mucho tiempo estamos viendo cómo es de difícil lograr la reconciliación entre víctimas y victimarios. No menores son las dificultades en otros lugares del mundo. No es algo que tenga nacionalidad ni color político. Está en la naturaleza humana, igual que el egoísmo, la envidia y el espíritu de contradicción y de discordia, encarnados desde la Antigüedad en el mito bíblico de Caín y Abel.