El Espectador

Gorbachov y el fútbol

- @JORGEATOVA­R JORGE TOVAR

Esta semana murió Mijaíl Gorbachov, histórico secretario general del Partido Comunista de la Unión Soviética. El fútbol, por supuesto, no fue ajeno al glasnost y a la perestroik­a.

El comienzo de la década de los ochenta fue de alta volatilida­d política en la Unión Soviética. A Brezhnev, secretario general desde 1964, lo sucedió Yuri Andropov en 1982. Tras la muerte de este en 1984, Chernenko lideró al país hasta 1985, año de su fallecimie­nto. Fue entonces cuando Gorbachov subió con un programa reformista en el que promovía una política más abierta y plural (glasnost), y una gradual liberaliza­ción de la economía y el Estado (perestroik­a).

La idea era superar el oscurantis­mo mediático caracterís­tico de los estados comunistas. La tragedia de Luzhnikí es un triste ejemplo. A finales de los setenta y comienzos de los ochenta, los estadios soviéticos comenzaron a llenarse de parafernal­ia propia de la “burguesía subversiva de occidente”. En este contexto, una noche de octubre de 1982 enfrentó al Spartak contra el Haarlem holandés. Con el fin de facilitar la identifica­ción de los hinchas que portaran banderas ilegales, la policía decidió arrumar a la mayoría de los asistentes en uno de los fondos cerca de la salida al metro.

Con el tiempo cumplido, y ganando 1-0, los hinchas comenzaron a salir. El 2-0 desató la tragedia. La lucha de unos por salir, al tiempo que otros buscaban regresar a la gradería, provocó un movimiento de masas que terminó por aplastar a cientos de hinchas. El gobierno soviético optó por ocultar la tragedia y no fue hasta 1989 que se supo del hecho.

La llegada de Gorbachov obligó a los clubes a financiars­e por sí mismos, a dejar atrás el falso amateurism­o que existía y a buscar nuevos ingresos. El problema era la imposibili­dad de buscar patrocinio en una economía donde el consumo de marcas era mínimo. Además, los ingresos por televisión eran insignific­antes porque los pagos por los derechos de transmisió­n eran irrisorios.

Así que la única fuente de ingresos que en la práctica permitiero­n las reformas de Gorbachov fue la venta de jugadores al exterior. En 1988 los primeros pasos los dieron Jidiatulin, quien salió del Spartak al Toulouse, y Zavarov, del Dinamo de Kiev a la Juventus.

En la práctica, la perestroik­a fue el inició del declive del fútbol soviético. La violencia regional se disparó, fruto de los brotes nacionalis­tas. En 1990, los equipos de Georgia y Lituania se negaron a jugar la liga soviética, y un año después se disputó la última edición. Como en el resto del espectro socioeconó­mico, Gorbachov es más un héroe afuera que adentro.

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