El Espectador

70 años sin la verdad del incendio de El Espectador

En un mismo día fueron atacadas y quemadas la Dirección liberal, los periódicos “El Tiempo” y El Espectador, así como las viviendas de Alfonso López y Carlos Lleras. Una multitud azuzada por el espectácul­o que rodeó el asesinato d e cinco policías emprend

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Hoy se cumplen 70 años de un atentado contra la libertad de prensa, clave en el contexto de violencia política que se vivía en los años cincuenta en Colombia: la sede El Espectador, en el centro de Bogotá, fue quemada. La conflagrac­ión fue de tal gravedad, que se perdió todo el archivo del diario, que además tuvo que salir de circulació­n por 10 días. Horas antes, hordas de gente también habían prendido fuego a las oficinas del periódico El Tiempo y de la Dirección del Partido Liberal. Más tarde, ese mismo día, fueron asaltadas e incendiada­s las viviendas de los expresiden­tes Alfonso López y Carlos Lleras. No fue coincidenc­ia.

Las llamas consumie ron un puñado de institucio­nes liberales en hechos que pasarían a ser recordados como los incendios del 6 de septiembre de 1952. Durante años, la versión oficial ha atribuido lo sucedido a una indignació­n popular espontánea, ante el asesinato de cinco policías en Tolima. Sin embargo, con el tiempo han aparecido versiones disidentes y documentos que apuntan a otra hipótesis. Una más parecida a la que apuntaba el director de El Espectador, Guillermo Cano, cuando en el primer aniversari­o del incendio contó en una crónica cómo vivió lo sucedido y cómo estuvo antecedido de seis hechos que hasta entonces no tenían explicació­n posible.

Primero, cuenta Guillermo Cano en su crónica, días antes había sido destituido el jefe del Cuerpo de Bomberos, quien “conocía al dedillo todo el complicado sistema de hidrantes”. Segundo, los cuerpos de cinco policías asesinados en Tolima fueron llevados a Bogotá y expuestos en la Policía. Tercero, “aquellos cadáveres fueron preparados en sus féretros para ofrecer un espectácul­o macabro”. Cuarto: anónimos retrataron a los policías muertos y la imagen salió en primera plana de un periódico que no publicaba escenas así. Quinto, en el mismo diario se invitaba a las exequias de los policías, al lado de avisos de Presidenci­a.

Y, por último, el director de El

Espectador llamó la atención de que distintas divisiones de la Policía fueron obligadas a desfilar en frente de los féretros. Cano comentó: “Para un observador menos ingenuo que nosotros, esta serie de coincidenc­ias deberían haber despertado dudas sobre el objetivo que se perseguía al hacer tan ostentoso despliegue para el entierro de cinco víctimas aisladas de la violencia”. Era la época de La Violencia y en la Colombia rural a diario se contaban víctimas de un bando u otro, entre policías y civiles. Pero además de las ya extrañas exequias de los policías, al evento acudió el propio presidente encargado, el conservado­r Roberto Urdaneta.

Aquel 6 de septiembre, cuando terminó el cortejo fúnebre en el Cementerio Central, un grupo de asistentes, vestidos de civil, regresaron hacia el centro de la ciudad. Cuando llegaron al Parque Santander, donde hoy queda el Museo del Oro, atacaron la Dirección del Partido Liberal y saquearon el edificio. Unos metros más al sur, sobre la avenida Jiménez, estaba El Tiempo, que también fue atacado con piedras y disparos. Cano recuerda en su texto que se preguntó: “¿Pero cómo puede estar sucediendo lo que nuestros ojos presencian? ¿Dónde está la Policía? Vivimos bajo Estado de sitio. Las manifestac­iones, aunque minúsculas como aquella, están prohibidas”.

Aunque parecía que el ataque estaba aminorando, la tarde solo empeoró. Primero se sintieron las llamas de la Dirección liberal, luego las de los talleres de El Tiempo y, finalmente, en El Espectador. Los bomberos tardaron horas en llegar a todos los sitios. Carlos Lleras diría más tarde en una declaració­n en México, a donde huyó: “Más tarde se me llamó por teléfono para informarme que las gentes que se hallaban en frente de El Espectador y de El Tiempo hacían ostentació­n de que quemarían también las casas del Dr. Alfonso López y la mía. Llamé al Dr. López por teléfono para informarlo y él me dijo que ya había recibido idéntico aviso”. Y cumplieron la promesa.

La turba no tuvo problemas en llegar hasta la casa de Lleras, ubicada varios kilómetros al norte, en la calle 70A, casi seis horas después de los primeros ataques en el centro, según su declaració­n. En su escrito, el director de este diario se preguntaba: “¿Qué intencione­s ocultas motivaron el 6 de septiembre? ¿Silenciar por el sistema del incendio y el saqueo la voz de la oposición? ¿Producir un levantamie­nto popular para extremar medidas de orden público? ¿Prohibir por medio de la violencia y la fuerza la libre competenci­a entre los periódicos? ¿Quiénes promoviero­n los disturbios? ¿Cómo los organizaro­n? ¿Quiénes fueron los autores materiales e intelectua­les?”.

Siete décadas más tarde no hay respuesta a sus interrogan­tes, aun con el anuncio del gobierno Urdaneta de una “rigurosa investigac­ión”. En últimas, como escribió Guillermo Cano tras el incendio: “No es la primera vez que El Espectador haya tenido que interrumpi­r forzosamen­te su diálogo cotidiano con el público”.

››La

casa de Carlos Lleras fue incinerada casi seis horas después del primer ataque. En los incidentes en El Espectador, falleció un manifestan­te.

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/ Archivo El Espectador El incendio de 1952 fue de tal gravedad, que destruyó el archivo y el diario dejó de circular por 10 días.

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