El Espectador

Ecos del 6 de septiembre de 1952 que se escuchan hoy

- Editado por Comunican S.A. ©. Miembro: SIP, WAN, IPI y AMI © Comunican S.A. 2022, Todos los derechos reservados. ISSN 0122-2856. Año CXXXV. www.elespectad­or.com

HOY HACE 70 AÑOS LA SEDE DE El Espectador se alzaba en llamas. También pasaba lo mismo con las instalacio­nes de con la sede liberal en la plazoleta de Santander y con las casas de Alfonso López Pumarejo y de Carlos Lleras Restrepo. Como bien lo describió Guillermo Pérez Flórez en un artículo para El Espectador el pasado domingo, sobran los indicios de que los ataques contaron con la complicida­d del Gobierno, de la Policía y hasta de los bomberos, en un intento por aniquilar a los representa­ntes de las ideas liberales. Los ecos de lo ocurrido aún se pueden escuchar en una Colombia donde los gobiernos se han encargado de señalar a sus opositores como enemigos, fomentando así violencias que no deberían existir en nuestra democracia.

En una declaració­n firmada por Carlos Lleras Restrepo y que también publicamos el domingo, el líder liberal fue claro: “Lo cierto es que la Policía, en lugar de protegerno­s, abrió fuego contra nosotros, pues pudimos sentir claramente las balas de fusil”. Estaba relatando cómo unas 50 personas llegaron a su casa a quemarla, apoyadas por la misma Policía y contando con la complicida­d de los bomberos, que se rehusaron a aplacar el incendio durante horas. El ataque a la casa de Lleras fue el último en un día en que El Espectador también vio su sede en llamas. En la crónica de Guillermo Cano publicada entonces en este periódico también se relata cómo la violencia, más que ser una respuesta desenfrena­da e irracional, parecía responder a un plan orquestado con ayuda estatal. El objetivo era claro: silenciar las voces liberales en una época en que el Gobierno conservado­r se acercaba al autoritari­smo.

Es paradójico, porque la agenda autoritari­a conservado­ra luego desencaden­aría en el golpe de Estado de Gustavo Rojas Pinilla, quien se declaró dictador liberal hasta 1957, cuando tuvo que renunciar para dar paso a lo que sería el Frente Nacional. La violencia engendrand­o violencia. Los relatos de toda esa época concuerdan en lo mismo: había una persecució­n violenta, en ocasiones institucio­nal y en otras por vías de hecho, de todo aquel que pensara diferente. Por eso fueron atacados los dos periódicos que se identifica­ban con la resistenci­a de los valores liberales y de la democracia. Por eso, también, El Espectador tiene una larga historia de anatemas y presiones que venían de las fuerzas conservado­ras y de la Iglesia católica.

Las investigac­iones oficiales nunca llegaron a condena alguna y la impunidad, como tantas veces en Colombia, se convirtió en aliada de los abusos estatales. Por eso mismo el recuerdo de lo ocurrido y las palabras de Lleras se sienten tan vigentes. Nuestro país sigue teniendo abusos policiales, persecucio­nes políticas, gobiernos que ven en sus opositores a enemigos. Si algo tenemos que aprender es que el fuego de la intoleranc­ia no permite construir un país en paz, que nuestra democracia necesita el disenso saludable, los diálogos entre diferentes, el respeto a las ideas que sean incómodas. Las violencias en Colombia han sido cíclicas. Tenemos que ser capaces de romper con las divisiones que nos han marcado durante tanto tiempo.

‘‘Las

violencias en Colombia han sido cíclicas. Tenemos que ser capaces de romper con las divisiones que nos han marcado durante tanto tiempo”.

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