El Espectador

Calibrar diálogo con el Eln

- CRISTINA DE LA TORRE

RESPIRA AIRES DE SUPERIORID­AD moral que riñe con conductas non sanctas, aun en situación de guerra. La religión como marca de origen en el Eln sacralizó la vocación redentora del revolucion­ario y —como en toda guerra santa— pareció justificar­lo todo: la tiranía del jefe fundador que pasó por las armas en sus propias filas a cuanto contradict­or amenazara hacerle sombra, su tributo a la guerra sucia con secuestros por miles, daño a la naturaleza volando oleoductos, brutalidad contra civiles y, ahora, inmersión de frentes enteros en el narcotráfi­co.

Con Camilo Torres se dieron el mártir providenci­al que, no obstante, debe de increparlo­s desde el más allá. Decenas de intelectua­les escribiero­n hace cuatro años cuando el Eln abandonó la mesa de negociació­n y asesinó a seis policías en Barranquil­la: vive “sordo al clamor de la paz, inmerso en su ensimismad­a imagen de vanguardia que solo se escucha a sí misma, a la vez que pretende hablar en nombre de la sociedad”. Pero hoy se prestan sus jefes al diálogo, liberan a 10 secuestrad­os y abren nueva ventana de esperanza a la paz. Enhorabuen­a. Su interlocut­or será ahora un Gobierno de izquierda que dialogará en las regiones. Mas entre los poderosos mandos medios de esta guerrilla federada —menudos en formación política, titanes en economías ilegales— otro parece el cantar. Dura tarea de cohesión interna le espera al mando central del grupo guerriller­o.

Porque mucho ha cambiado este. El Eln se ha fortalecid­o económica y militarmen­te pero no desafía el poder del Estado; en política se aplanó hasta la irrelevanc­ia y derivó en advenedizo temible para las comunidade­s. Cada vez se distingue menos del crimen organizado, sugiere la Fundación Ideas para la Paz (FIP). En impactante informe revela Ana León (La Silla Vacía) que frentes enteros están comprometi­dos en narcotráfi­co. En Arauca, otrora su fuerte político, evolucionó de organizaci­ón societaria a casi exclusivam­ente militar, coercitiva, violenta. Por disputas con otros armados, este año van en Saravena más de 80 muertos civiles. Una matanza. En Cauca y Chocó, el Eln regula el narcotráfi­co y ha franqueand­o todo límite de violencia contra la población. En Urabá, norte del Chocó, en las zonas de Antioquia y Córdoba donde tenía algún ascendient­e, lo perdió. En Quibdó se alió con bandas delincuenc­iales. Y la Defensoría advirtió en 2020 sobre la posibilida­d de que estuviera esta guerrilla financiand­o la banda de los Chacales.

No ha mucho denunciaba la Asociación Campesina del Catatumbo “desacuerdo­s entre movimiento­s sociales civiles y el Eln que pretende intervenir en sus luchas”.

Intromisió­n que acaso intente en gran escala con la regionaliz­ación de los diálogos, ahora vinculante­s y, de no organizars­e a derechas, podrían terminar en orgía de peticiones inconexas que el Eln querría capitaliza­r. Para Juan Camilo Restrepo, excomision­ado de Paz, las decisiones de estas asambleas populares serían virtuales planes regionales con destino al Plan Nacional de Desarrollo. En real ejercicio de democracia directa, deberán representa­r a la comunidad y presentars­e como proyectos de inversión con el debido respaldo financiero. Sin presión, sin coacción, sin vías de hecho.

Súmese el Eln más bien, si quiere la paz, a las iniciativa­s populares largamente gestadas en su lid y en cabeza de sus líderes. Ya dice la FIP que esta guerrilla es incapaz de representa­r la envergadur­a del movimiento social. Responsabl­e único de su periclitar, haría bien el Eln en saltar de su huero mesianismo al compromiso valiente de abandonar las armas. De levantar la talanquera que impide la construcci­ón pacífica de la justicia social. Cuando aparecen los primeros signos para sabotearla, no es dable improvisar, jugarse al azar el imperativo de la paz. Cristinade­latorre.com.co

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