“Journaling”
AL AMANECER ME DESPIERTA EL canto intenso de los pájaros. Mis párpados, aún pesados, se abren ligeramente. Puedo vislumbrar la suave luz del sol que se levanta detrás de la montaña. Los primeros movimientos de mi cuerpo debajo de las sábanas despiertan también a Spiegel, mi perro, quien es más rápido que yo para levantarse. Me espera frente a la puerta del cuarto, ansioso por desayunar y salir. Me quedo unos minutos más en la cama, luego voy a la cocina. Preparo el café, me siento en mi balcón, escucho los pájaros, me enfoco en las formas de los árboles, la variedad de su follaje y de las tonalidades del verde. Me gusta empezar el día lentamente, degustando el café, contemplando.
Cuando ya siento que mi cerebro está alerta, abro mi diario, un cuaderno de tamaño medio, con una carátula en polipiel marrón, con páginas gruesas y rayadas. En una nueva hoja empiezo a escribir (en inglés utilizaría el verbo to journal, que es más preciso en describir la experiencia de este hábito y su propósito). A veces lo que escribo es simplemente una descarga de lo que ocupa mi mente. Otras veces exploro una pregunta que me estimula. Algunas veces analizo algo que está pasando en mi vida, o una emoción que me acompaña, o los pensamientos que despertó en mí una lectura. El otro día, por ejemplo, hice un listado de cosas que estoy tolerando en este momento en mi vida y que ya no estoy dispuesto a tolerar. Escribir mi diario, o sea hacer journaling, siempre es un momento de conexión profunda que me trae de regalo claridad y gratitud.
No soy constante en escribir. A veces, hay días o semanas cuando pongo este hábito en pausa. Siempre ha sido así. Empecé un diario durante la adolescencia, en los años cuando algunos profesores de secundaria, curas de una escuela católica, me hicieron bullying, fracturando mi autoestima. Desahogarme con mi diario, expresando en sus páginas la tristeza profunda que tenía en mi corazón, me ayudó a mantener intacto mi espíritu y quizás evitó también que me quitara la vida.
Pero fue sobre todo durante mi trabajo etnográfico, cuando en las comunas de la periferia de Medellín recogí durante varios años las historias de vida de víctimas y victimarios del conflicto armado, que profundicé el hábito de escribir un diario. Fue mi mentor, el antropólogo Michael Taussig, quien me mostró que un diario es como un cuaderno de arte, donde uno arma un collage de frases, imágenes, dibujos, que da un significado y una nueva interpretación a las experiencias de la vida. De esta manera, el diario se transforma en una práctica surrealista de autoetnografía que, al ordenar y reordenar la experiencia de vida, revela lo que el pensamiento lineal no logra captar por sí solo. Cómo escribió Susan Sontag: “En un diario no solamente me expreso más abiertamente que con cualquier otra persona; yo me creo a mí misma”. De esta manera el journaling se convierte en un modo de vida, mucho más necesario hoy en este mundo incierto.