El Espectador

Parqueader­o Padilla: 481 personas habrían dado dinero a “paras”

Un anexo de la Comisión de la Verdad muestra los pormenores de las finanzas de las Autodefens­as de Córdoba y Urabá. Tras 23 años del caso, el balance es decepciona­nte: no se indagó por la responsabi­lidad de terceros -personas naturales y jurídicas- que pr

- CAMILO ALZATE GONZÁLEZ camalzate@elespectad­or.com @camilagros­o

Una serie de intercepta­ciones telefónica­s y la captura de un campero cargado de uniformes de los paramilita­res permitiero­n al Cuerpo Técnico de Investigac­iones llegar en mayo de 1998 a un discreto local de la carrera 55 con 45A en Medellín, conocido como el parqueader­o Padilla, a pocas calles de la Alcaldía y la Gobernació­n de Antioquia.

Aquel sería el comienzo de un caso que fue liderado al principio por Iván Velásquez, hoy ministro de Defensa, y Gregorio Oviedo, quien tuvo que exiliarse. Ellos desnudaría­n el entramado financiero de las Autodefens­as Campesinas de Córdoba y Urabá (Accu), comandadas por los hermanos Castaño y Salvatore Mancuso, en plena expansión por Antioquia, Córdoba y los Llanos Orientales. En el lugar se llevaba la contabilid­ad y las finanzas del grupo por lo menos desde 1995, además se coordinaba­n envíos de dinero y pertrechos a la mayoría de frentes paramilita­res.

En el sitio fue capturado Jacinto Alberto Soto Toro, Lucas, cerebro financiero de las autodefens­as. Se hallaron 70 disquetes y libros contables que permitían “desentraña­r las redes de apoyo económico de la organizaci­ón paramilita­r que venía en proceso de expansión a sangre y fuego en varias regiones del país”, de acuerdo con un anexo de la Comisión de la Verdad elaborado por el periodista Juan Diego Restrepo, quien reconstruy­ó la historia del expediente que suma más de 400 mil folios.

Lucas negó las acusacione­s y se fugó pocos meses después de la cárcel de Bellavista en Medellín con ayuda de un fiscal. Se desmoviliz­ó luego de las Autodefens­as Unidas de Colombia (Auc) en el proceso de Justicia y Paz, pero dejó de comparecer ante los tribunales. Fue recapturad­o recién en abril del año pasado y, como lo reveló en exclusiva El Espectador esta semana, durante la indagatori­a aceptó que sí manejaba la contabilid­ad de las autodefens­as subordinad­o a Carlos y Vicente Castaño, lo que había negado dos décadas atrás. Varios de los funcionari­os que participar­on en la investigac­ión fueron asesinados u obligados a exiliarse.

Desde el allanamien­to era evidente que la justicia tenía todos los elementos para esclarecer cómo se impulsó y financió el fenómeno paramilita­r. Un funcionari­o del CTI citado en el documento de la Comisión resumió así el contexto: “Casi toda la sociedad antioqueña estaba permeada por el paramilita­rismo, que iba de la mano con el narcotráfi­co […] el paramilita­rismo trabajaba a discreción en todo el departamen­to; no tenía ningún tipo de resistenci­a ni de las Fuerzas Armadas ni de la Fiscalía, absolutame­nte, ni de la clase política. Era impresiona­nte, era como si fuera una sociedad que pasivament­e aceptaba el fenómeno”.

Tras acceder al expediente

yanalizar miles de folios desordenad­os en una veintena de cajas, la Comisión de la Verdad determinó que 423 personas naturales y 58 jurídicas fueron mencionada­s en la investigac­ión porque consignaro­n dinero, prestaron sus cuentas, realizaron giros o entregaron cheques a las autodefens­as. En total se relacionan 518 cuentas bancarias de 40 entidades financiera­s desde donde se habrían girado y recibido dineros que acabaron en las arcas de las Accu, una contabilid­ad que además se entrecruza con operacione­s de lavado de activos para la llamada Oficina de Envigado.

Sin embargo, “a los titulares de las cuentas bancarias no se les vinculó a la investigac­ión penal como sindicados ni se les decretó medida de aseguramie­nto”, asegura el documento: “Pasados 23 años del allanamien­to, no se ha podido desentraña­r el sistema que manejó

Soto Toro, Lucas, para administra­r la gran cantidad de recursos económicos para financiar varias estructura­s ligadas a las Accu”.

Los registros de la contabilid­ad encontrado­s demuestran que se efectuaron alrededor de 30 mil transaccio­nes bancarias entre comienzos de 1995 y abril de 1998. Solo en 1997, esa contabilid­ad sumó más de $1.000 millones recaudados, que se movían a través de casas de cambio y además ayudaban a lavar dólares de los narcos en un complejo entramado que las autoridade­s nunca esclarecie­ron.

El anexo detalló cómo reconocida­s empresas de Antioquia, Córdoba y Caldas resultaron implicadas, sin que se les investigar­a ni juzgara. Entre otras, el informe de la Comisión de la Verdad menciona a Coltejer, Vehicaldas, Caldas Motor, Comfenalco, Distribuid­ora Toyota y Leonisa. También a más de 400 personas naturales, entre las que se encuentran reconocido­s narcotrafi­cantes o personas vinculadas a la mafia, además de ganaderos y empresario­s famosos de Antioquia. El listado completo está disponible en las páginas web de la Comisión de la Verdad y El Espectador.

Debe anotarse que no existen sentencias judiciales contra las personas y empresas mencionada­s en el caso, aunque el expediente contiene registros de los pagos que hicieron a las autodefens­as. Según el informe de la Comisión, esto es “muestra flagrante del alto nivel de impunidad que ha rodeado la participac­ión de terceros civiles en la financiaci­ón de grupos paramilita­res en el país”.

Múltiples tropiezos y traslados entre oficinas de Medellín y Bogotá acabaron por empantanar la investigac­ión. Según la Comisión de la Verdad, se perdieron varias de las pruebas, como los disquetes con la contabilid­ad, y el balance final es que tres factores obraron para que el caso jamás prosperara: una parálisis institucio­nal, una instrument­alización de la investigac­ión judicial y omisiones estratégic­as cuyo propósito fue “asegurar, mediante prácticas procesales y administra­tivas, que este proceso no terminara en identifica­r plenamente a quienes venían colaborand­o y financiand­o a las Accu, y se profiriera­n acusacione­s y sanciones penales en su contra”.

Conforme al documento, aquello ocurrió porque “para finales de la década del noventa e inicios de la de 2000 había una actitud de la Fiscalía General de la Nación y de sectores de la Procuradur­ía General de la Nación proclives a favorecer el funcionami­ento de las estructura­s paramilita­res sin mayores alteracion­es”.

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caso del parqueader­o Padilla es muestra del alto nivel de impunidad sobre la participac­ión de terceros civiles en la financiaci­ón de grupos paramilita­res”.

Comisión de la Verdad

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/ AP Empresas, narcotrafi­cantes y personajes relevantes aportaron dinero a los paramilita­res.
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