El Espectador

Tres venenos

- RABO DE AJÍ PASCUAL GAVIRIA

ESOS VENENOS SE PREPARAN LENtamente. Se decantan casi siempre en silencio hasta llegar a ser puros. Una gota es suficiente para cegar a un hombre. Tienen la capacidad de hacer que la mirada se concentre en un punto fijo. Espesar el odio, decretar una misión necesaria, hacer creer que la desesperac­ión es una fuente de inspiració­n. Todos los enemigos del mundo en un solo objetivo.

Tres hombres distintos han dejado ver algo de esos venenos en los dos últimos meses. Uno causó la muerte de Shinzo Abe, ex primer ministro japonés; otro atacó con un puñal y dejo malherido al escritor Salman Rushdie, y uno más intentó disparar contra la vicepresid­enta argentina, Cristina Kirchner.

El primero se llama Tetsuya Yamagami y tiene 41 años. Hace parte de lo que los japoneses llaman la generación perdida, jóvenes herederos de la crisis económica de los 80. Pero Yamagami tenía una particular­idad. Su padre se suicidó cuando él tenía cuatro años y luego su madre decidió dedicar buena parte del dinero de la familia a la Secta Moon, también llamada Iglesia de la Unificació­n: “Cuando mi madre se unió a la iglesia, en la década de 1990, mi adolescenc­ia desapareci­ó y se despilfarr­aron 100 millones de yenes (735.000 dólares)… No es una exageració­n decir que mi experienci­a durante ese período alteró toda mi vida”. La única opción que encontró Yamagami fue su paso de tres años por la Fuerza Marítima de Autodefens­a, donde se familiariz­ó con las armas. Su casa se había convertido en un armerillo con olor a pólvora y una colección de armas hechizas.

El partido de Abe ha tenido relaciones cercanas con la Secta Moon y en 2021 él grabó un video elogiando el trabajo de la iglesia por la paz mundial. Yamagami caminó a su cita para matar a Abe como quien va a un trabajo rutinario.

El segundo se llama Hadi Matar y tiene 24 años. Viajó en bus y luego taxi hasta Chautauqua, donde Rushdie daría una charla sobre el papel de Estados Unidos para acoger escritores exiliados. Matar durmió a cielo abierto la noche antes del ataque al escritor inglés. La escena perfecta para recordar el cliché del “lobo solitario”. Boxeador sin ningún perfil, con dos pies izquierdos, según lo describió su profesor, Matar no hablaba con nadie. Trabajaba en un almacén de ropa y dejaba correr el tiempo. Luego de un viaje al Líbano adonde su padre, llegó ensimismad­o e interesado por el islam. “Siempre parecía el día más triste de su vida, pero llegaba con ese aspecto todos los días”, dijo su entrenador. Nunca leyó Los versos

y sus razones para apuñalar a Rushdie también parecen desganadas: “No me gusta la persona. No creo que sea muy buena persona. No me gusta mucho. Es alguien que atacó al islam”.

El tercero se llama Fernando Andre Sabag Montiel y tiene 35 años. Los amigos lo describen como un mitómano sin nada que perder. Siempre decía que tenía armas pero no le creían. Sus orgullos para exhibir en redes eran sus tatuajes con alusiones nazis en los brazos: un sol negro, una cruz de hierro, el martillo de Thor. Llegó muy joven a Argentina desde Brasil, siempre viviendo en la marginalid­ad. En su apartament­o los fiscales encontraro­n una fotocopia de su DNI, un certificad­o de actividade­s esenciales con motivo de la pandemia, un certificad­o de discapacid­ad falso y una radiografí­a dental. Además de hedor a inodoro y 100 balas. Su novia vendía algodón de azúcar en la calle. Retraído fue la palabra favorita de los vecinos para retratarlo.

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