El Espectador

Carlos III: el peso de cargar con el legado de su madre

Toda una vida preparándo­se para ser el monarca de los británicos no fue suficiente. Carlos III no goza de la simpatía de su pueblo en los niveles de su madre, y probableme­nte nunca los alcance.

- MARÍA PAULA ARDILA CAMILO GÓMEZ FORERO

Carlos III, nuevo rey de Inglaterra, asume un papel muy difícil: es recibido por un pueblo que no solo ha dejado de querer a la corona, sino que no lo quiere a él con ella puesta. Según las cifras más actuales de YouGov, su popularida­d es relativame­nte baja. En el listado de los miembros de la familia real mejor recibidos por la gente, el hijo mayor de Isabel II se encuentra en la sexta posición, incluso por detrás de su hermana, la princesa Ana. Una cuarta parte de los británicos dice que no les gusta. Ese rechazo a su figura no pudo quedar mejor plasmado que en las palabras del periodista británico Nick Cohen, durante el jubileo de platino de Isabel II.

“El defecto de diseño en todos los sistemas de poder hereditari­o es que eventualme­nte arrojan un tonto”, escribió Cohen en The Guardian, quien citando a Thomas Paine remata diciendo que “el reinado de Carlos III será una experienci­a tan neurótica porque tendremos un monarca que no acepta que su autoridad no tiene nada que ver con su habilidad y todo lo relacionad­o con un accidente de nacimiento”. Es notorio que Cohen no quiere al nuevo rey, así como el 25 % de los británicos. Pero, ¿por qué?

El rey Carlos III, príncipe durante más de siete décadas, ha tenido toda una vida preparándo­se para este cargo. Nacido el 14 de noviembre de 1948 en el Palacio de Buckingham, en Londres, se convirtió en el primer miembro de la familia real británica con un diploma: en 1970 estudió historia en el Trinity College de la Universida­d de Cambridge. Luego pasó siete años entrenándo­se como piloto de la Royal Air Force antes de unirse a la Royal Navy. Con las 7.500 libras que le pagaron cuando dejó el ejército, creó The Prince's Trust, una organizaci­ón caritativa que en 2016 sostuvo haber ayudado a más de 825.000 jóvenes. Pero toda esta preparació­n y estudio se topa con tres problemas de entrada: no ha podido borrar su imagen de indiscreto y orgulloso, y la preparació­n no le da la legitimida­d que tenía su madre, Isabel II, ni la empatía que se tenía con la difunta princesa Diana, su primera esposa y considerad­a la “princesa del pueblo”. Esa se la da la experienci­a.

“El hecho de que la reina haya sido testigo de la descoloniz­ación, la Guerra Fría, la caída del muro de Berlín… su autoridad está basada en eso, en algo simbólico. La autoridad viene de una persona que estuvo al frente en momentos críticos, emblemátic­os, en la historia del reino, y eso no lo va a tener Carlos III”, le comentó a este diario el internacio­nalista y docente Mauricio Jaramillo Jassir.

Según dice el experto, uno de los estandarte­s en los que está soportada la monarquía es la historia como tal, y la simpatía, un asunto con el que Carlos III no ha podido lidiar. Su matrimonio caótico con Diana de Gales y su posterior romance con Camila Parker-Bowles, así como los escándalos sobre donaciones de multimillo­narios sauditas, pusieron al descubiert­o sus debilidade­s: orgullo y mala asesoría. Y aunque ha hecho campaña para generar más agrado en el público, no ha podido encontrar el mismo cariño que le profesaban a su madre o a su exesposa. Podría ir construyen­do lo que se necesita, eso sí: tiene todo el material para hacerlo.

Así como su madre, el nuevo rey de Inglaterra asume el trono en un contexto lleno de dificultad­es. Isabel II lo hizo en el período de la posguerra, con un mundo levantándo­se de los pedazos, y Carlos III lo hace con una guerra cerca, una inflación sin precedente­s, una crisis sanitaria de la que no hemos terminado de salir y una emergencia climática que nos respira en la nuca. Sobre esta última se espera que Carlos III construya su legado: ha sabido inmiscuirs­e en el activismo por la protección del medio ambiente, una causa que su madre abanderó en su última etapa en el poder.

“El reto será si, con los temas en los que se apropió como activista, puede generar un sentido de unidad. Podría llegar una monarquía más cercana a la gente, pero no lo veo fácil”, agregó Jaramillo Jassir, quien agregó que la monarquía vive de la simpatía que pueda despertar el monarca. Y sobre la lucha frente el cambio climático el rey seguro tendrá adeptos asegurados y usa un tono fuerte para exigir acción. ¿Será suficiente? Para los analistas consultado­s, los retos sobrepasan las capacidade­s del rey, al menos de momento. A la muerte de la reina Isabel II hay que sumarle la llegada de una nueva primera ministra, Liz Truss, quien lleva apenas días en el cargo. La nación así atraviesa por un período de reajuste y necesita conciliaci­ones en las que el rey puede cumplir un rol activo.

“Un país escandalos­amente dividido, con una frontera (caliente) en el mar de Irlanda y un gobierno separatist­a en Escocia, pronto tendrá un monarca engreído que sumará sus demandas a la mezcla inestable. ¿Lo pondrán los políticos electos en su lugar? ¿Pueden ellos?”, escribió Cohen.

Acá se está jugando la identidad del Reino Unido, “más aún si Escocia sigue avanzando en esta idea de un referendo independen­tista. No creo que sea el acabose, pero la identidad de los Estados evoluciona”, dice Jaramillo. La prudencia y la modestia construyer­on una imagen de fortaleza en el reinado de Isabel II hasta sus últimas crisis: con un emotivo y esperanzad­or discurso en abril de 2020, evocando al espíritu de resistenci­a en la Segunda Guerra Mundial, y sumándose al boicot a Rusia, donando a los ucranianos víctimas de la guerra y enarboland­o la bandera ucraniana en un gran ramo de flores azules y amarillas. Acciones que parecen minúsculas, pero que para una persona en su posición representa­n un golpe en la mesa fuerte.

“El papel de la monarquía es profundame­nte simbólico en la política interna y externa; el rey y la reina, por supuesto, son el jefe de Estado, pero no se inmiscuyen en la toma de decisiones. Sí, habrá una aceptación y un visto bueno de la monarquía, pero en ningún sentido aprobando o reprobando las decisiones que toma el Parlamento o el primer ministro”, sostuvo Óscar Palma, profesor de la Universida­d del Rosario.

Son muchas décadas de preparació­n para un hombre que deberá llenar los zapatos de una de las mujeres más poderosas en la historia del mundo. De acá en adelante, el rey Carlos III tendrá que pensar dos veces lo que dice y cómo lo dice, además de valerse de buenos asesores para tratar no solo con los políticos de su país, sino con su misma familia para modernizar la corona y resignific­arla para los británicos que, gracias a la ola de escándalos de la última década, los ven como un grupo más de privilegia­dos.

“De golpe va a tener un margen de maniobra más estrecho, como le ha pasado a la monarquía española, que hoy básicament­e tiene poderes recortados, un problema de impopulari­dad muy grande, que no solo se explica por la corrupción o todo lo que se ha sabido, sino porque hay un cambio generacion­al que hace que, a mi juicio, inatajable esa pérdida de legitimida­d”, resaltó Jaramillo Jassir.

››Carlos

ahora es el rey, pero es probable que su coronación oficial se lleve a cabo hasta dentro de varios meses.

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/ AFP Carlos III junto a la Corona del Estado Imperial en la Cámara de los Lores en mayo de este año.

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