El Espectador

Cobo: el avatar de la literatura

- SANTIAGO VILLA

HAY ESCRITORES QUE NO SOLO PUblican libros: son personas cuya existencia misma es la propagació­n de la literatura. Antes de que el internet se apropiara de “avatar”, esta palabra denotaba la manifestac­ión corporal de una deidad.

Cuando recuerdo el apartament­o que Juan Gustavo Cobo tenía dedicado a su biblioteca —y casi le veo de nuevo rebuscar entre la pila que guardaba dentro del horno de la cocina, porque no tenía dónde más meter esa edición reciente de un poemario local o extranjero—, se me viene a la mente la dupla entre deidad y manifestac­ión corporal. Una persona en cuya presencia se percibe algo infinito, que vive mediante ella.

Nunca tuve una conversaci­ón con Juan

Gustavo que no fuera sobre literatura. Quizás sea porque no soy buen conversado­r o porque muchas de las veces que estuvimos juntos con mayor frecuencia, hace casi 20 años, fue para trabajar una propuesta para un documental sobre historia de la lengua española, en buena medida contada desde la literatura; pero tal vez sea también porque no le interesaba hablar de otra cosa. Este mensajero mercurial estaba consumido por un sol literario.

Marianne Ponsford colgó el lunes en su muro de Facebook un comentario que va al corazón de lo que estoy tratando de decir en esta columna y que me ayudó a cristaliza­r lo que se va con Juan Gustavo: “Es como si muriera con él un tiempo, una manera de asumir el oficio de la literatura”, dijo ella.

Buena parte de ese tiempo de Juan Gustavo, desde mi interpreta­ción, fueron décadas cuando el Estado colombiano financiaba la cultura. La Presidenci­a, el Instituto Colombiano de Cultura y el Banco de la República tenían asesores y funcionari­os para editar enormes coleccione­s como la Biblioteca Familiar Colombiana. Había un compromiso estatal con la literatura que se ha debilitado, por no hablar del compromiso de las grandes casas periodísti­cas.

En cuanto a la manera de asumir el oficio de la literatura, Cobo reunía la producción literaria artística, la crítica rigurosa, la edición y la difusión pedagógica. Era una figura holística con responsabi­lidades y tareas que hoy están un poco más disgregada­s. Para bien o para mal, no es usual hoy que un editor sea también poeta, agregado cultural en embajadas y funcionari­o que se toma en serio fortalecer la vida cultural del país.

Pero también había algo más íntimo en su relación con la literatura. Quería abarcarla toda. Como el avatar, quería ser la literatura misma. En vida, por obvias razones, su empresa estaba condenada a la derrota. Ahora Juan Gustavo Cobo es, plenamente, literatura.

Twitter: @santiagovi­llach

Josué Granada.

Bogotá.

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