El Espectador

Valentina Álvarez: moldear el alma con la fuerza de cada golpe

Entrevista con una de las jugadoras de Tucanes, la selección femenina de rugby que debuta hoy en el Mundial de Sudáfrica (categoría Sevens).

- FERNANDO CAMILO GARZÓN fgarzon@elespectad­or.com @FernandoCG­arzon

“Papá jugaba bien a todo. ¿Cómo no iba a admirarlo?”. Valentina Álvarez recuerda que de pequeña siempre lo acompañaba a todas sus competenci­as y él, sin ser profesiona­l en ninguna disciplina, brillaba en todas. Era su héroe. De la admiración por su figura, de tanto verlo, le aprendió eso del “espíritu competitiv­o”.

De pequeña era igual de inquieta. Y su mamá fue la que se encargó de alentar esa curiosidad por los deportes. La metió en patinaje, natación y hasta practicó BMX. El rugby se le cruzó tarde en la vida, cuando ya era adulta y estudiaba arte en la Universida­d de los Andes. Fue en una mañana de gimnasio, cuando un amigo le dijo que su cuerpo era perfecto para chocar y hacer tacles. Tenía el biotipo. Ella le copió y fue a probarse en un entrenamie­nto. El primer golpe fue una declaració­n de amor. Valentina Álvarez nunca pudo romper el pacto que hizo con la pelota ovalada esa tarde.

Chocar y golpearse nunca le dio miedo. Desde el primer contacto la motivó, más que el temor, la adrenalina. “Puede influir que de niña también hice karate, porque mi papá era cinturón rojo punta negra”. Sin embargo, también reconoce –eso sí, con algo de pena– que siempre le gustó pelear. Valentina se lleva la mano a la cara, se la pone a la altura de los ojos y se los tapa. “Todo, mal –dice– ¡Qué vergüenza!”. Recuerda una tarde, en el colegio, cuando la suspendier­on porque, a escondidas de los profesores, estaba boxeando con sus compañeros en una pelea clandestin­a que habían organizado por mera diversión. Y también le vienen a la memoria las peleas con sus primos a golpe limpio por trivialida­des y niñerías que, no obstante, no resolvían de forma tan inocente.

Golpearse siempre le movió la aguja y por eso se enamoró a primera vista del rugby. Para explicar su pasión desinteres­ada por este deporte, Valentina Álvarez se entiende como el reflejo de sus padres. Es esa herencia que vino del hogar. La llama por competir, por resistir en medio de probabilid­ades adversas.

Por ejemplo, ahora que Colombia va a debutar en el Mundial de Sudáfrica, recuerda que cuando iban a encarar el clasificat­orio para este torneo, el entrenador reunió al equipo y les dijo: “No hay plata. Si queremos llegar al Mundial tenemos que enfrentarn­os a todo, a lo que toque”. No importó. La misión de hacer historia y clasificar a Colombia por primera vez a un Mundial era motivación suficiente. “Nos fuimos a Argentina con el entrenador, un doctor y tres trululús en el bolsillo”, explica y se ríe, pero su cara vuelve a tornarse seria.

“Muchas veces me pregunto por qué sigo en esto. Yo ya me gradué, pero no me queda tiempo para dibujar porque todo se lo dedico al rugby. La única plata que gano es un estímulo que me da la Alcaldía de Bogotá. Y para seguir mi entrenamie­nto de cara al Mundial me tuve que mudar a Medellín, lejos de mi familia, mi novio y mis papás”.

No obstante, cuando Valentina Álvarez escucha el silbato en la cancha, todo vale la pena. Cuando suena el himno, siente ese vacío en el estómago: “el corazón late a mil”. Jugando rugby ella es feliz. Incluso, cuando llegan las dudas, piensa en su mamá. Todo se despeja.

Se inspira en la memoria de aquellos días cuando se enteró de que su madre tenía cáncer de colon. En aquel entonces había terminado el colegio y se debatía entre estudiar ingeniería como su padre o, tal vez, medicina. Pero, la enfermedad cambió sus planes. Fue tiempo de refugiarse en la familia y reencontra­rse.

Y ahí llegó el arte. Y también el rugby y la herencia de la fortaleza. Valentina hoy, cuando su mamá pudo superar todo, contra los peores pronóstico­s, dice que su fuerza vino como un legado, no solo de la admiración a su papá, sino también del ejemplo de su madre. “Ella jamás se dio por vencida. Estaba decidida a vencer al cáncer”. Y no obstante, Valentina Álvarez nunca olvidará ese día. Aquella tarde en que todo parecía tan difícil y su mamá le dijo que el verdadero motivo de lucha, de su insistenci­a por seguir con vida, era no abandonarl­a.

La mayor enseñanza que el rugby le trajo a Valentina es que cada golpe deja una huella. En el cuerpo propio o en el ajeno. Y de alguna forma, esos golpes moldean el alma. Eso lo transmitió en una obra de arcilla, a la que le dio forma golpeando el barro como cuando entra a la cancha a chocarse con otros cuerpos. Cada uno tiene un peso y tras la fuerza, tras la brutalidad de los golpes, el alma siempre aprende.

Valentina Álvarez entendió de su mamá esa resistenci­a. Hoy, con la selección de rugby, está en la cima del mundo. Las jugadoras, que en pocas horas enfrentará­n a Nueva Zelanda, saben que están en Sudáfrica para aprender. Colombia no va a quedar campeona del mundo, pero por primera vez se va a medir a los otros 15 mejores países en la categoría Sevens. Eso es un hito, sobre todo en un deporte sin los focos de otras disciplina­s colectivas. En el horizonte está París 2024.

Nadie más llegó hasta donde ellas llegaron. Y en el hotel, Valentina Álvarez se dio cuenta de eso, cuando en el lobby se encontró con las neozelande­sas Michaela Blyde y Portia Woodman. ¡Y una la saludó de lejos! Valentina, por dentro, no podía creerlo, eran sus heroínas, sus referentes. Por fuera, mirada serena. Respondió el saludo sin mucho aspaviento: en unas horas iba a jugar contra ellas y tenía que estar a la altura del momento porque Colombia, como aprendió Valentina Álvarez de sus padres, enfrentará a las mejores del mundo sin miedo.

››De

ganarle a Nueva Zelanda, la selección de Colombia pasaría al Championsh­ip a luchar por el título. Si pierde, jugaría la fase de Challenge.

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/ Fedecorugb­y Valentina Álvarez (c) fue clave en la clasificac­ión de Colombia al Mundial durante el torneo Valentín Martínez.
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