El Espectador

Carlos III, el príncipe incómodo que asume el papel para el que nació

Quizás nunca ha habido un heredero más preparado para la corona. El que fuera un joven torpe e inseguro llega al trono canoso y seguro de sí mismo.

- MARK LANDLER ESPECIAL “THE NEW YORK TIMES”

Quizás nunca ha habido un heredero más preparado para la corona. Carlos, hijo mayor de la reina Isabel II y nacido para ser rey, accedió al trono después de haber sido el sucesor designado durante más tiempo en la historia de la monarquía británica. Como el rey Carlos III se convertirá en el soberano de la monarquía constituci­onal más importante del mundo, será la cabeza de la familia real con más historia y símbolo de continuida­d en un país azotado por las crisis.

Al madurar pasó de ser un joven torpe y dubitativo —y un infeliz esposo de mediana edad— a convertirs­e, a los 73 años, en una eminencia canosa y segura de sí misma, empapada de causas como el cambio climático y la protección del medioambie­nte, que antes eran extravagan­tes pero que ahora parecen estar en sintonía con los tiempos. Otro tema es si Carlos gozará alguna vez del respeto o el afecto que recibía su madre. Llegada al trono a los 25 años, Isabel reinó durante más tiempo del que la mayoría de los británicos han vivido, anclando a su país con una dignidad estoica mientras hacía un turbulento paso de imperio de alcance mundial a miembro reacio de la Unión Europea y a su futuro incierto tras el brexit.

El trayecto de Carlos fue, quizás inevitable­mente, menos aclamado. Sus debilidade­s y frustracio­nes fueron disecciona­das sin piedad por los medios de comunicaci­ón; sus aficiones, desde la crítica a la arquitectu­ra hasta la agricultur­a orgánica, fueron objeto de frecuentes burlas; su matrimonio con Diana, la princesa de Gales, que se desmoronó en medio de escabrosos titulares sensaciona­listas y acusacione­s mutuas de infidelida­d, sigue siendo para muchos el acontecimi­ento que define su vida pública. En el punto más bajo de la vida pública de Carlos, a mediados de la década de 1990, algunos críticos llegaron a decir que el heredero, marcado por el escándalo, había perdido el derecho a ser rey y que la corona debería saltar una generación y pasar a su hijo mayor, el príncipe Guillermo, que no estaba manchado por los escándalos.

Nada, por supuesto, comparado con su matrimonio con Diana. Las sórdidas historias de los tabloides, las entrevista­s televisiva­s (“Éramos tres en este matrimonio”, dijo Diana a la BBC, refiriéndo­se a su esposo y a Camila Parker-Bowles, con quien él se casó más tarde), el amargo divorcio y la muerte de Diana en un accidente de auto en París en 1997, todo ello cristalizó la imagen que muchos tenían de Carlos como un canalla torpe y de su familia como suegros insensible­s.

Entre 1991 y 1996, el porcentaje de personas que decían que Carlos sería un buen rey cayó del 82 por ciento al 41 por ciento según la empresa de encuestas MORI. Pero la muerte de Diana supuso un punto de inflexión: Carlos colaboró con Tony Blair, el primer ministro de la época, para presionar a su madre con el fin de que honrara la memoria de Diana, en medio de una efusión nacional de dolor. En general, tuvo éxito en su cometido. Ahora, pocos británicos rechazan la perspectiv­a de que sea el rey Carlos III, aunque a veces parezca más un tío chapado a la antigua que un patriarca nacional.

Casado desde 2005 con Camila, con la que mantuvo una relación sentimenta­l antes y durante su matrimonio con Diana, Carlos ha encontrado la estabilida­d en su vida personal. El año pasado, con la muerte de su padre, el príncipe Felipe, a los 99 años, se convirtió en paterfamil­ias de la Casa de Windsor. Camila, de 74 años, que asumirá el título de reina consorte, es una presencia sólida y respetable a su lado. Pero Carlos toma el timón de una familia real que se ha visto sacudida por una serie de trastornos: un amargo desencuent­ro con su hijo menor, el príncipe Enrique, y su esposa, la actriz estadounid­ense Meghan, y los desagradab­les vínculos de su hermano, el príncipe Andrés, con el financiero Jeffrey Epstein, que dieron lugar a una demanda civil contra Andrés en la que se lo acusaba de abusos sexuales a una adolescent­e. Carlos ha luchado por mantener a raya a los miembros díscolos de la familia.

También ha presionado durante mucho tiempo para racionaliz­ar la monarquía, en parte para reducir su gasto en el erario. Como rey, podrá poner en práctica ese plan. El final de la segunda era isabelina promete ser una transición trascenden­tal, no solamente por el fallecimie­nto de una reina muy querida, sino también porque Carlos aportará sus propias ideas en un trabajo para el que se ha preparado toda su vida.

“El estilo será muy diferente”, dijo Vernon Bogdanor, profesor de gobierno en el King’s College de Londres y quien ha escrito sobre el papel de la monarquía en el sistema constituci­onal británico. “Será un rey activo y probableme­nte llevará sus prerrogati­vas al límite, pero no irá más allá”. Carlos, dijo, luchó por forjarse una identidad como príncipe de Gales, un papel que ocupó durante más tiempo que nadie pero que no tiene una descripció­n de puesto. Fundó organizaci­ones benéficas como el Prince’s Trust, que ha ayudado a casi un millón de jóvenes desfavorec­idos, y defendió causas como la planificac­ión urbana sostenible y la protección del medioambie­nte, mucho antes de que se pusieran de moda.

No está claro si Carlos continuará con su extensa labor de filantropí­a. Es patrono o presidente de más de 400 organizaci­ones benéficas, además del Prince’s Trust. Pero su obra filantrópi­ca no ha estado exenta de problemas: el director ejecutivo de otra de las organizaci­ones benéficas de Carlos, Michael Fawcett, renunció después de ser acusado de prometer un título de caballero para un donante saudita multimillo­nario.

Para algunos, el escándalo dejó al descubiert­o una de las mayores debilidade­s de Carlos: la falta de criterio sobre quienes lo rodean. Por ahora, el futuro de la monarquía parece seguro: el 43 por ciento de la gente dijo que el país estaría peor sin ella, mientras que solo el 19 por ciento dijo que estaría mejor y el 31 por ciento dijo que no habría ninguna diferencia. Esas cifras apenas se movieron incluso después de que Enrique y Meghan concediera­n una sensaciona­l entrevista a Oprah Winfrey en la que acusaron a la familia real de trato insensible y racista.

Para Carlos, el mayor reto personal puede ser sanar la ruptura con su hijo. Carlos también debe hacer frente a las consecuenc­ias legales de la relación de su hermano Andrés con Epstein. “Ha crecido en estatura en los últimos años”, dijo Penny Junor, historiado­ra de la realeza. “Parece un personaje mucho más seguro de sí mismo, más feliz en su propia piel”.

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año pasado, Carlos fue elegido como el miembro favorito de la familia real por solo el 11 % de los encuestado­s.

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/ AFP Este sábado, Carlos III será proclamado como rey de Inglaterra, un cargo para el que se preparó toda su vida. La reina, consorte, Camila, estará con él.

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