El Espectador

“Revivió Pinochet” y otras complicaci­ones

- CATALINA URIBE RINCÓN

A MEDIADOS DE JUNIO, EN EL SHOW de Ezra Klein en The New York Times, varios interlocut­ores discutían las consecuenc­ias de un hipotético retorno de Donald Trump a Twitter si Elon Musk finalmente compraba la red. Musk ha declarado que le parece que el veto a Trump fue un error y que lo dejaría reingresar si adquiriera la red. La compra está lejos de efectuarse, al menos al precio que Musk habría ofrecido originalme­nte, pero tampoco se ha dañado el negocio todavía. Trump, por su parte, ha dicho que está concentrad­o en otros asuntos y que no sabe si retornaría a Twitter. Sin duda, su uso de la red lo catapultó en momentos clave de su elección, pero, como discutían en el podcast, su desempeño en las encuestas mejoraba cuando la atención no estaba puesta en él. La razón es simple: era un político más fuerte cuando no estaba recordándo­le a media humanidad de sus episodios de locura.

Cuando Petro tuiteó: “Revivió Pinochet”, tras los resultados de la votación chilena, recordé la conversaci­ón sobre Trump. No sólo por lo desmedido del comentario, que no puede sino ser leído como un lapsus de juicio de alguien que ocupa la más alta oficina del Ejecutivo, sino porque sus intervenci­ones hacen eco en el espacio público vacío. Uno de los líos más grandes de Joseph Biden es que está solo cargando el imaginario estadounid­ense. Las presiones inflaciona­rias, la invasión de Rusia a Ucrania, el pos-COVID, la viruela del mono, China y Hong Kong, el verano y el cambio climático lo tienen a él como objetivo. No hay nadie que le esté haciendo ruido al lado y que lleve a una parte de la población a pensar: “Bueno, habría podido ser peor”. Uribe tuvo a Petro, Santos a Uribe, nadie le ponía atención a Duque, pero a Petro sí se le pone atención y está solo. María Fernanda Cabal por más que grite no hace bulla y menos las juventudes Cabal. Tampoco, Miguel Uribe, y, aunque más articulada, Paloma Valencia no contrarres­ta lo suficiente.

Después del alborote presidenci­al, entró la calma. Los medios de comunicaci­ón han recibido con profesiona­lismo y objetivida­d al presidente, los militares garantizar­on la transición de poder, los gremios se han sentado a dialogar, la ciudadanía está nerviosa pero expectante. No hay nada que alimente los delirios de persecució­n del presidente. Nadie lo va a destituir, nadie lo está calumniand­o, nada de lo que ocurrió en el pasado parece que pueda volver a suceder. El país le ha dado vía libre. Hasta Uribe lo abrazó. Quizá

ahí estuvo la primera alerta. Al final del día, no hay nadie que maneje mejor la opinión pública que el expresiden­te. Tal vez Uribe ya sabía que la falta de oposición puede ser una dicha legislativ­a y administra­tiva, pero es un riesgo comunicati­vo. Si la inflación sigue subiendo, si la insegurida­d no se detiene, si la economía desacelera, todo pronto será culpa de Petro. No hay nadie que ande recordándo­le a la opinión que la cosa pudo haber sido peor.

Petro está solo en el escenario. Además, los pocos escándalos que han desviado la atención pública le pegan cerca. El más grotesco ha sido el de Álex Flórez, que le arroja agua sucia al líder del Pacto Histórico y a todo el partido. Pero indigeribl­e también fue la foto rozagante y sonriente de Benedetti con Nicolás Maduro. Una cosa es restablece­r las relaciones, otra muy distinta agasajar a un dictador y registrar el regocijo en los medios nacionales e internacio­nales. Por estratégic­o que sea, el silencio ante Nicaragua es un golpe. Y el silencio hacia dónde va el país tampoco ayuda. Ha habido gestos de algunos ministros, pero seguimos sin conocer un plan viable y articulado. Nada que desvíe la atención hacia el futuro. Mientras tanto hay grupos que ya están picados: los de su mismo partido, que no han visto los puestos, y las feministas, que no dejan de sospechar del trato presidenci­al hacia nuestra vicepresid­enta.

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