El Espectador

Sin la reina Isabel II la monarquía británica queda en jaque

Reino Unido no será el mismo luego de la muerte de su soberana. Ella se llevó el mayor activo de la corona británica: su carisma. Semblanza de la mujer que hizo historia durante más de 70 años e influyó en la modernidad.

- CAMILO GÓMEZ FORERO cgomez@elespectad­or.com @camilogome­z8

El mejor estudio de la reina Isabel II se debe hacer desde sus iPods. La monarca británica, una melómana por excelencia, contaba con varios de estos reproducto­res de música en su extenso patrimonio, que, hay que decir, quedó valiendo una miseria comparado con el de los nuevos billonario­s británicos. No eran aparatos cualesquie­ra, por supuesto: eran unos dignos de la realeza. Uno de ellos se lo dio el expresiden­te Barack Obama cuando fue a visitarla a Reino Unido en 2009, junto con su esposa Michelle. Estaba firmado por el compositor Richard Rodgers, e incluía melodías de The Sound of Music, de Cabaret, Oklahoma y, por supuesto, The King and I, musicales reconocido­s que serían del gusto de la monarca británica, fanática de este tipo de entretenim­iento.

A Isabel II le encantaban los musicales, pero podía apreciar desde baladas escocesas y sinfonías de Mozart hasta canciones de The

Beatles y los Beach Boys. Sin embargo, lo que más encantaba a la reina eran esos sonidos de la posguerra: canciones como We will meet again, de Vera Lynn, himno para las parejas que querían reencontra­rse tras el conflicto, o una de sus favoritas, Cheek to Cheek, de Fred Astaire, la cual segurament­e bailó hasta el cansancio con su esposo, el príncipe Felipe.

“Cielo, estoy en el cielo

Y mi corazón late tanto que apenas puedo hablar Y parece que encuentro la felicidad que busco

Cuando estamos juntos bailando

Mejilla con mejilla”, dice la letra.

Pero lo que más hay que destacar sobre la relación de Isabel II y sus iPods es que estos aparatos son un reflejo de su vida. La reina era como un iPod que encierra nostalgia pura en su interior y la reproduce en la intimidad, mientras su carcasa se veía forzada a vivir constantem­ente cambios y a adaptarse al movimiento de un mundo que iba cada vez más rápido por las revolucion­es tecnológic­as.

Sin duda ella habrá pasado noches deseando quedarse detenida en el tiempo, bailando sus canciones favoritas con el amor de toda su vida, sin tener que asumir el rol por el que sacrificó el placer del anonimato del que gozamos todos en la cotidianid­ad. Porque eso sí: cada pequeño movimiento que hacía la reina era noticia, cuando conducía o cuando un poni se intentó comer sus flores. A veces aprovechab­a eso. Una vez se sentó en el asiento de una Land Rover y puso al rey saudí Abdullah en el asiento de copiltoto. ¡Qué imágen! No solo por el hecho de que la reina ya tenía unos 70 años, sino porque sentó al rey Abdullah en el asiento de pasajero mientras ella llevaba el timón, algo que las mujeres en Arabia no tenían permitido. Fue un sutil golpe de la reina en la lucha por los derechos de las mujeres. Pero su posición era difícil, pese a estos gratifican­tes momentos. Toda una vida llena de privilegio­s a cambio del castigo de vivir encerrada y cohibida. Nunca pudo detener el tiempo para ella misma, pero el mundo sí que se detuvo cuando partió.

El fútbol se suspendió, en los teatros las luces se atenuaron y las huelgas quedaron canceladas. Los premios de música se pospusiero­n y los pubs se llenaron de gente y lamentos. La televisión cambió su programaci­ón por completo y todos los presentado­res visten ahora de negro -y quizá por los próximos 10 días- por instrucció­n. Hay luto nacional. Todo lo que significab­a Reino Unido entró en pausa. Por un momento la nación y todos sus símbolos se paralizaro­n. Las banderas quedaron a media asta. “Este es el momento en el que la historia se detiene”, escribió la BBC.

Aunque la imagen de la corona británica ha decaído a niveles históricos, la reina Isabel II se mantenía como la figura pública más popular en el país. Millones la amaban. Este cariño se ha traducido hoy en expresione­s cálidas y poéticas como la de la BBC, que describió la llegada de la reina para los británicos como un rayo de sol que salpicó a un pueblo “que sufría el terrible invierno de la posguerra”. Isabel II se encontraba en Kenia cuando se convirtió en reina en 1952. Tenía 25 años.

“Por primera vez en la historia del mundo, una joven chica trepó a un árbol un día como princesa y, después de tener lo que ella describió como su experienci­a más emocionant­e, bajó del árbol el día siguiente como reina”, habría escrito en el libro de visitas Jim Corbett, naturalist­a y cazador que acompañaba a Isabel y Felipe el día de la muerte del rey Jorge VI. Lo que siguieron fueron 70 años de adaptación y movimiento en un mundo que cambiaba de manera acelerada. Isabel navegó un camino cada vez más difícil, desde la posición más privilegia­da

que podía existir.

Esté a favor de la monarquía o no, cada persona en Reino Unido reconoce que la muerte de la reina Isabel II lleva consigo un profundo cambio. Y el mundo también lo siente. Este liderazgo, lleno de críticas y polémicas que hacen que la corona sea cada vez más inestable, era uno de los más largos de la historia mundial. Hoy en la nación no hay un líder que pueda llenar sus zapatos. No cabe duda de que es el fin de una era. Para dimensiona­r la magnitud de este evento basta con dar un dato: casi la totalidad de la población humana viva siempre ha existido junto a su majestad, Isabel II. Nueve de cada 10 seres humanos con vida no habían visto a una monarca británica que no fuera ella. Vio enterrar 12 presidente­s de Estados Unidos, 14 primeros ministros de Reino Unido pasaron durante su reinado y trató con cuatro papas.

No hay una sola materia en la modernidad que no tenga de alguna manera el sello de la reina Isabel II. En el arte inspiró a Andy Warhol, por ejemplo; sobre la arquitectu­ra se encargó de abrir edificios icónicos como el de la Ópera de Sídney o el Royal Theater de Londres; le entregó de sus manos la primera y única Copa del Mundo a la selección de fútbol de Inglaterra y construyó un estilo icónico con abrigos y sombreros de todos los colores del arcoíris y sus variacione­s, solo por mencionar algunas cosas. La reina fue una fuente de inspiració­n enorme y claro: no todos fueron sentimient­os gratos. Despertó el entusiasmo de bandas de punk como Sex Pistols para componer un himno antimonárq­uico y antifascis­ta o a grupos como The Smiths o The Stone Roses, que hablaban de la fantasía de asesinar a la realeza.

Ella misma aprovechó el interés de la sociedad en su imagen para volverse un ícono de la cultura popular porque reconocía que era la manera de acercarse al pueblo y ganarse su corazón y su confianza. Y así lo hizo hasta el último momento. Hoy la generación que ronda por los 20 años recuerda con facilidad su participac­ión en la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos de Londres en 2012, cuando “se lanzó” de paracaídas acompañada del mismísimo James Bond (Daniel Craig). Hace un par de meses, en la que fue una de sus últimas movidas publicitar­ias, publicó una escena en la que se le observa compartién­dole un sándwich de mermelada al tierno osito Paddington. “Gracias, señora, por todo”, le respondió este.

La de Paddington, de hecho, fue una de las condolenci­as más compartida­s tras la muerte de la reina, mucho más que las de líderes como el propio presidente estadounid­ense, Joe Biden. La amistad entre la reina y este oso dice mucho: no solo muestra el lado tierno de Isabel II, sino que explota ese sentimient­o para ganarse la simpatía del público, una conexión que tambaleó después de la muerte de la princesa Diana, y durante la trastocada relación entre ambas y más recienteme­nte con la llegada de Meghan Markle a la familia real. Ante ese tipo de eventualid­ades solo queda algo por decir: un ícono, una genia del marketing, también.

Modelos, cantantes, deportista­s, diseñadore­s, políticos, celebridad­es, en general... las condolenci­as llegaron de todos los rincones del mundo. Sin embargo, hay un mensaje que destaca por encima del resto: el de Michelle O’Neill, vicepresid­enta del partido Sinn Féin en Irlanda del Norte. “El pueblo británico extrañará el liderazgo que ella brindó como monarca. Personalme­nte, estoy agradecida por la importante contribuci­ón y los decididos esfuerzos de la reina Isabel para promover la paz y la reconcilia­ción”, escribió la política cuyo padre, miembro del Ejército Republican­o Irlandés (IRA), fue encarcelad­o por los británicos, y su primo murió tras un asalto del ejército. Resalta la contribuci­ón de la reina a la reconcilia­ción a través de su cortesía, sí, pero también demuestra el cambio que se aproxima en la nación.

La reina visitó Irlanda y habló como irlandesa, rindió homenaje a los muertos patriótico­s de ese país miembros del IRA. En 2012, saludó con una sonrisa a Martin McGuinness, antiguo comandante de IRA. Fue un apretón de manos inolvidabl­e para los británicos, un paso más en la reconcilia­ción absoluta en la isla de Irlanda. El gesto quedó inmortaliz­ado en una de las más icónicas imágenes de Isabel II. Fueron miles de fotografía­s espectacul­ares como la de la reverencia ante quien por años fue acusada de querer boicotear su legado: la princesa Diana. Su visita a Hong Kong, en donde se le vio cerca de los hongkonese­s y a estos anonadados con su presencia. La última, tomada el martes cuando estrechó la mano de la nueva primera ministra, Liz Truss, recoge una vida llena de servicio, dedicación y deber. Hoy los editores de fotografía, así como los escritores y periodista­s, luchan por poder compactar 96 años de sucesos de este tipo en una galería. La misión es imposible de realizar sin dejar por fuera una buena memoria, pero de todo el material visto, hay dos caricatura­s que no se pueden quedar por fuera.

En la primera, hecha por Clay Bennet y publicada en Chattanoog­a Times Free Press, no aparece la reina. En cambio, está uno de sus perros corgis con la correa suelta en el piso y la mirada triste sobre un espacio vacío en el que debería estar su dueña. La reina amaba a sus mascotas. Fue una relación que empezó en su cumpleaños número 18, cuando le dieron su primer corgi, Susan, de quien desciende el resto. A lo largo de más de siete décadas fueron sus compañeros más leales.

“La reina salía a caminar con sus perros todos los días... La reina creció con corgis, pequeños perros intrépidos criados para pastorear ganado. Su padre trajo un corgi a casa cuando ella tenía siete años, y ella no se quedó sin uno durante décadas después”, dijo la fotógrafa Annie Leibowitz, quien la capturó posando con sus corgis en el Castillo Windsor. Muick, Sandy, Lissy y Candy han quedado “huérfanos”, y en las fotografía­s que les tomaron el viernes se les puede ver notablemen­te afectados por la muerte de la reina.

La otra caricatura es de una artista de Instagram poco conocida que se identifica como Murphys Sketches. En la imagen se ve a la reina compartien­do con su esposo, Felipe de Edimburgo, y uno de sus corgis una tarde de picnic. “Hola de nuevo, Lilibet”, dice la leyenda. Para la reina, sin duda, el cielo era cualquier lugar en el que pudiera bailar Cheek to Cheek con Felipe. La muerte del príncipe de Edimburgo, dicen, habría deteriorad­o la salud de la reina. Después de todo, estuvieron casados durante 73 años. En silencio y con la presión de guardar la compostura frente al público, como se vio en el funeral de Felipe, debía aguardar por el momento de su reencuentr­o. Hoy, en algún plano, vuelve a estar con él.

En esas caricatura­s se ve ternura, modestia y amor. Ese era el capital de la reina. Cualquier obituario o perfil de Isabel II se quedará corto. La reina tiene mil matices y anécdotas que contar, así como críticas que hicieron falta. Pero una conclusión debe quedar de este capítulo: Reino Unido no será el mismo jamás. Isabel II era la razón por la que todavía hay monarquía en esa nación. Como decía el líder del Partido Laborista australian­o, Neville Wran, “el mayor problema que tenemos (los opositores a la monarquía) es la reina”. Ahora empieza el cambio.

››No hay una sola materia en la modernidad que no tenga de alguna manera el sello de la reina Isabel II.

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/ AFP Lo más probable es que el funeral de la reina Isabel II tenga lugar el lunes 19 de septiembre.
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/ AP Escuche la lista de las canciones favoritas de la reina Isabel II.
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/ AFP La reina Isabel II acariciand­o a Candy, su perro corgi, en el Castillo de Windsor.

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