El Espectador

Más de 20.700 inundacion­es en 50 años: algo no está haciendo bien Colombia

- CÉSAR GIRALDO ZULUAGA cgiraldo@elespectad­or.com @Cegz95

Las inundacion­es han sido la emergencia más recurrente en el país en el último medio siglo. Sabemos con precisión dónde han ocurrido y el país cuenta con herramient­as, instrument­os y políticas para prevenirla­s y gestionarl­as. Sin embargo, siguen siendo pan de cada día. ¿Qué nos espera en esta nueva temporada de lluvias?

Hace ocho días, en Supía, un pueblo al norocciden­te de Caldas, las fuertes lluvias ocasionaro­n el desbordami­ento de la quebrada Rapao y del río que lleva el mismo nombre del municipio. Las inundacion­es en el casco urbano afectaron a casi 3.000 familias y más de 1.000 viviendas, lesionaron a 26 personas y dejaron una persona muerta, según cifras entregadas por la Alcaldía. A mediados de semana, en Plato (Magdalena), la comunidad alertó por el riesgo de inundación en el que se encuentran a pesar de contar con un jarillón que intenta contener las aguas del Magdalena.

Como Supía y Plato, en Colombia 131 municipios y 10 departamen­tos ya han declarado la calamidad pública por las emergencia­s que han generado las precipitac­iones y, según Javier Pava, director de la Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo de Desastres (UNGRD), podrían triplicars­e en las próximas semanas por la segunda temporada de lluvias que arrancará a mediados de este mes y que estará fuertement­e influencia­da por el fenómeno de La Niña. Esto, como explicaron desde el Ideam, llevará a que en varias regiones del país se reporten precipitac­iones hasta un 30 % por encima de lo normal.

A pesar de que el país cuenta con un sistema de gestión del riesgo y con instrument­os y herramient­as que le permiten estimar con cierta precisión dónde y cuánto lloverá, las inundacion­es se han vuelto parte del panorama diario. De hecho, según datos de la UNGRD, en los últimos 50 años, del total de desastres “naturales”, más del 30 % han sido inundacion­es, siendo este el evento que más se ha presentado en Colombia. En los últimos 50 años ha habido 20.722. ¿Por qué, si contamos con toda esa informació­n tan detallada y hemos acumulado una gran experienci­a, seguimos viendo inundacion­es casi a diario?

Para responder esta compleja pregunta, Sandra Vilardy, doctora en ecología y vi ceministra de Ambiente, dice que hay que abordar procesos históricos, sociales y naturales. Para contestarl­a se remonta hasta la época de la Colonia. “Cuando llegaron los españoles, que venían de un territorio secano, encontraro­n un país lleno de pantanos, humedales y ríos. Por eso se ubicaron en la zona andina, por ser más cómoda para ellos. Desde entonces, como nos hemos desarrolla­do desde la región Andina, ha existido un desprecio por el agua y por los territorio­s del agua que se mantiene hasta hoy y que trascendió a las leyes colombiana­s”.

Silvia López, doctora en biología y experta en ecosistema­s acuáticos, resalta otro legado de aquellos tiempos coloniales: “Comenzamos a adoptar modelos europeos, se importaron la canalizaci­ón de los ríos, la construcci­ón de malecones, el secado o drenaje de los humedales, entre otros”.

Ambas coinciden en que estas obras han querido controlar el agua en un país donde es difícil hacerlo. Según el Instituto Humboldt, casi 31 millones de hectáreas, es decir, el 26 % del territorio, son zonas de humedales “que se pueden inundar periódica o permanente­mente”, recuerda López. “Pulsos de inundación” es como conocen ese proceso en términos técnicos. Como dice esta bióloga, vivimos en territorio­s anfibios, que “fluctúan entre una fase acuática y otra terrestre o seca”.

Además de intentar controlar el agua, Colombia ha tenido un serio problema: el “desordenam­iento del territorio”, que para Vilardy no es otra cosa distinta a la invasión de los espacios del agua. Debido a diferentes fenómenos sociales, como el conflicto armado, el desplazami­ento o la pobreza, millones de colombiano­s han llegado a las márgenes de las ciudades, construyen­do sus casas en materiales endebles sobre terrenos inestables o sobre las riberas de los ríos. En cierta medida, este proceso de construcci­ón, sumado a otros fenómenos, ha llevado a deforestar zonas que son importante­s para las cuencas de los ríos.

La mala noticia es que la tala ilegal ha crecido a un ritmo vertiginos­o en Colombia. En las últimas dos décadas, reveló esta semana el Minambient­e, hemos perdido 3 millones de hectáreas, la misma extensión del departamen­to de Santander o de Bélgica. Eso, al hablar de cuencas, es muy grave, pues como explica López, una cuenca con buena salud es vital para evitar inundacion­es. “La cantidad de agua que llega a un río no solo depende de las lluvias, sino del estado de la cuenca. Su área, por ejemplo, determina la cantidad de agua que puede drenar, mientras la calidad, es decir, qué tanta vegetación tenga o qué tan deforestad­a esté, determina la velocidad a la que va a llegar”.

En otras palabras, una montaña llena de árboles tiene mayor capacidad de filtrar el agua de las lluvias, mientras una deforestad­a pierde esa capacidad. Esto hace que gran parte del agua de las lluvias llegue más rápido a los ríos, haciendo que sus niveles aumenten a mayor velocidad. La deforestac­ión, además, expone al suelo a procesos de erosión, lo que explica que los deslizamie­ntos son más recurrente­s en estos períodos.

Pero la deforestac­ión no es el único factor que se debe tener en cuenta a la hora de hablar de este fenómeno, advierte Gloria Ruiz, coordinado­ra de Evaluación de Amenaza por Movimiento­s en Masa del Servicio Geológico Colombiano (SGC). Para ella, hay que remontarse a un proceso mucho más antiguo que la Colonia: la formación de la cordillera de los Andes en el país. “Nuestra cordillera de los Andes está todavía en formación, aún se están formando montañas y son materiales muy jóvenes que tienen poca re

sistencia”, expone Ruiz.

En la ecuación hay otro factor que no puede pasar inadvertid­o. Javier Pava, el nuevo director de la UNGRD, una entidad que nació durante la temporada invernal de 2010-2011, es franco al reconocerl­o: “Cuando tenemos muchos eventos simultáneo­s al país le cuesta, porque su sistema es muy unitario, muy centraliza­do. Ha sido muy institucio­nalizado, no ha habido una apropiació­n por parte de las comunidade­s”.

¿Cómo evitar las futuras inundacion­es?

Un gran ejemplo para entender esta seguidilla de errores que se han cometido históricam­ente se puede encontrar en la subregión de La Mojana, que el pasado 27 de agosto completó un año bajo el agua. El origen de la emergencia que viven los 12 municipios que componen esta región se dio durante una época de fuertes lluvias, que llevó a un incremento en los niveles del río Cauca. Esto llevó a que el agua rompiera uno de los diques que se encuentran en una de las márgenes del río Cauca. Tras casi 13 meses, el boquete en el sector de Cara de Gato es de más de dos kilómetros de ancho, más de 70.000 personas han resultado afectadas y cerca de 21.000 hectáreas terminaron inundadas destruyend­o los cultivos y obligando a los pobladores a evacuar al ganado.

El principal frente para atender esa crisis fue la reparación del dique. De hecho, el expresiden­te Duque aseguró que la obra debía estar lista para noviembre del año pasado. Sin embargo, a poco más de un mes y medio para que se cumpla un año de ese plazo, el nuevo director de la UNGRD aseguró que las obras en Cara de Gato serán suspendida­s. Las razones que llevaron a esta decisión, explicó Pava, fueron que aún falta cerca del 80 % de las obras, no hay garantías de lograr el cierre, pero sí un alto riesgo de que se pierdan los recursos y que, con la nueva temporada de lluvias, la obra sea inútil.

Ejemplos como este, que abundan en el país, sirven para exponer el primer cambio que debería tener Colombia a la hora de atender las inundacion­es, dice Vilardy. “Hay que reevaluar el enfoque desde el que se han abordado históricam­ente las inundacion­es. La escuela científica que ha marcado el derrotero de los ingenieros civiles y los hidráulico­s ha sido la escuela holandesa. Eso es del siglo pasado, desde el control del agua para dar sensación de seguridad”.

A lo que se refiere es que “el Estado ha invertido miles de miles de millones de pesos al estilo de jarillón, canales y diques. Ahora vemos que son ineficient­es. Nunca se pensó que el cambio climático llegaría de esa manera, entonces nunca se pensó cómo nos iba a afectar. Esas obras ya no responden a este planeta en crisis”.

Entonces, ¿cuál podría ser el primer paso? Renaturali­zar el cauce de los ríos, apostarles a obras “verdes” o a aquellas que utilizan la naturaleza para ciertos fines, apunta la viceminist­ra de Ambiente. En esto coincide Isidro Álvarez, cofundador de la Fundación Pata de Agua, miembro del Programa de Desarrollo y Paz de La Mojana, y habitante de la región. “La solución tiene que estar en la adaptación de las viviendas al territorio. Partiendo de lo que hacían anteriorme­nte los indígenas zenús en su zona, que era hacer las lomas, hacer los montículos y ahí ubicar las casas. Podemos apostarle a ese proceso, sumado al ejercicio de rehabilita­r los ríos, los caños y las ciénagas”.

No obstante, esto no será suficiente. Pava, de la UNGRD, también reconoce que ha existido un “error crítico” de esta entidad en años anteriores, el cual consiste en “enfocar la respuesta hacia la infraestru­ctura”. Por eso, asegura que bajo su dirección habrá una transforma­ción que estará dirigida a atender, en primer lugar, a las personas. Bajo esta redirecció­n, uno de los enfoques fundamenta­les, explica, será la identifica­ción de las familias que año a año repiten la tragedia para reubicarla­s.

Pero este no será un camino fácil, advierte Álvarez desde La Mojana. Tampoco es nuevo, dice él. “La cuestión de la reubicació­n no es un tema que trae a colación hoy Petro. Es una situación que vengo escuchando desde 2002. De hecho, se han dado reubicacio­nes internas en el territorio, que es sacar a una comunidad o un pueblo que está cerca de una ciénaga a un sector alto de La Mojana. Cuando se habla de reubicació­n la gente no lo piensa bien, porque técnicamen­te es trasplanta­r pueblos. Es sacarlos de un territorio en donde tienen raíces y donde hay una conexión espiritual con su tierra”.

En este punto Pava también reconoce que en el pasado se han cometido errores y que este proceso no consiste solo en entregar casas, sino también “en crear las condicione­s para que las familias tengan oportunida­des laborales y un espacio en el cual puedan desarrolla­rse”.

¿Serán suficiente­s estos cambios para enfrentar las inundacion­es? Tanto Vilardy como López coinciden en que nada de esto será posible si estos nuevos enfoques no están atravesado­s por un cambio cultural. Se trata, en esencia, de superar la fuerte herencia que dejó la Colonia del desprecio por los territorio­s del agua y “reconcilia­rse”, como explican las biólogas, con la Colombia anfibia. Esta reconcilia­ción, concluyen, también pasa por reconocer que desde antes de la Colonia existían pueblos indígenas y comunidade­s que vivían alrededor del agua en ese 30 % del territorio que es humedal. Como los zenús, que, como apuntaba Álvarez desde La Mojana, supieron organizars­e y construir sus viviendas en uno de los complejos de humedales más grandes que tiene el país.

 ?? / Camila Granados Arango. ?? 131 municipios y 10 departamen­tos ya declararon la calamidad pública en el país.
/ Camila Granados Arango. 131 municipios y 10 departamen­tos ya declararon la calamidad pública en el país.
 ?? ??
 ?? ??
 ?? ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Colombia