Paz total, ¿un espejismo?
DURANTE VARIOS AÑOS EN ESTA COlumna se ha puesto de presente que los Acuerdos de Paz en La Habana no conllevaron –como lo proclamaba a grito tendido el gobierno de entonces– el fin de 50 años de guerra; y que la frase que “el sol de la paz por fin brillaba en Colombia” era tan cursi como falaz. Y la razón por la cual la paz de Santos fue un fracaso es que, como muchos en su día advirtieron, mientras que no se cerrara la llave de la gasolina que lo alimentaba -el narcotráfico- el conflicto continuaba. Respecto a este tema, el analista Ricardo Santamaría, en el diario Portafolio, afirmaba: “Mientras exista el narcotráfico, todos los esfuerzos de paz, con las guerrillas o grupos de cualquier denominación, serán importantes pero parciales. Las disidencias de las Farc, que desertaron deslealmente del acuerdo con el Gobierno Santos, regresaron a la violencia financiadas por el narcotráfico. Ahí están. Ha sido el narcotráfico a lo largo de las últimas cinco décadas la gasolina del conflicto. Ha financiado guerrillas, paramilitares y todos los grupos criminales que han surgido en Colombia, llámense Clan del Golfo o Bacrim, de cualquier ideología o sin ella”. Santamaría también afirma que la guerra contra las drogas es un fracaso global y que se requiere una nueva política cuya prioridad sea la salud pública y no la prohibición, una política que incorpore elementos de regulación y legalización, única solución real al narcotráfico.
Este gobierno ha planteado una serie de medidas con respecto al narcotráfico, entre ellas la prohibición de la aspersión; y la suspensión de los bombardeos en caso de haber menores presentes, medidas que con certeza van a incentivar la producción de narcóticos. En su más reciente columna Mauricio Vargas se pregunta: “Sin herramientas represivas como esas, las bandas van a campear a sus anchas, con más dinero, más armas y más poder: si el negocio va tan bien, ¿para qué lo van a dejar?”. La oferta en los próximos meses se va a duplicar y muy pronto podremos ver medio millón de hectáreas sembradas en coca y amapola. Una segunda propuesta, adoptar una nueva Convención Internacional para manejar el tema de las drogas, casi con certeza va a encontrar férrea oposición de parte de EE. UU. y la Comunidad Europea. Indistintamente las resoluciones que pase o deje de pasar la ONU, ni EE. UU. ni la CE van a legalizar las drogas duras durante varios lustros, por no hablar de décadas. Prohibidas la coca y la amapola en los principales mercados, el narcotráfico continuará siendo un negocio altamente rentable. Siendo Colombia un país privilegiado para la producción y exportación de cocaína y amapola (con 2.900 kilómetros de costas y un país vecino metido a fondo en el negocio), ¿será que las transnacionales del crimen, los carteles y los grandes capos de este negocio, que hoy todo parece indicar que las cabezas son los “carteles mexicanos”, van a abandonar el negocio en Colombia y lo trasladan al Perú, Venezuela, Bolivia o al mismo México?
El desafío de las mafias narcotraficantes, dada la avalancha de oferta que se viene, va a ser cómo mantener los precios altos, limitando la salida de droga o estimulando la demanda tanto en Colombia como en el exterior. ¿Intentarán manipular la oferta exportable, restringiendo los ‘corredores de exportación’, muy seguramente por medios violentos? ¿Aumentando la demanda con bajos precios y promociones? Muy posiblemente. Pero mientras haya narcotráfico, igual que el “fin de 50 años de guerra”, la ‘paz total’ puede terminar siendo un espejismo.