El Espectador

Petro y la Procuradur­ía

- HERNANDO GÓMEZ BUENDÍA *

comprometi­das estaba nervioso porque supuestame­nte en su maletín estaban los elementos para la fuga, ni la suposición de que Aida Victoria obró con dolo porque instrument­alizó a ese hermano menor para que guardara esos elementos. Lo que el país esperaba conocer, por ejemplo, eran mensajes o llamadas intercepta­das entre la madre y su hija, o entre alguna de ellas con otro cómplice, de las que materialme­nte se pudiera deducir que la joven Merlano sí fue determinan­te en la espectacul­ar escapada de su madre. Nada de eso se allegó al proceso. En presencia de esa orfandad probatoria, la condena que está por imponerse a la señorita Merlano deja el sabor de que no hizo propiament­e justicia, porque, además, a pesar de que el video se descartó por ilícito, sí se utilizó como evidencia para tener por establecid­o el sitio desde donde debió amarrarse la cuerda que permitió a la excongresi­sta conservado­ra poner pies en polvorosa. Sería la primera vez en la historia judicial que un medio de prueba rechazado por ilícito, como el video, sí surte efectos como elemento de convicción.

Y para acabar de enredar el ovillo, conocida esta primera condena, “coincidenc­ialmente” la Fiscalía deja saber que se propone formularle otros cargos a la señorita Merlano dizque por lavado de activos y enriquecim­iento ilícito, porque ella maneja unos bienes dejados por su mamá. ¡Extraña coincidenc­ia!

¿Por qué tan dura la justicia con esta joven ruidosa y provocador­a, pero tan blandita con los cómplices de la excongresi­sta Merlano en la compra de votos? ¿Por qué tan lenta frente al industrial Julio Gerlein? ¿Por qué la única responsabl­e de que la Merlano esté prófuga en Venezuela es su hija y no los poderosos señores que pagaron su fantástica fuga? ¿Qué sabe el intocable clan Char? Hay alguien muy influyente que definitiva­mente quiere silenciarl­a.

Adenda No 1. Cartagena, el Corralito de Piedra, está en su peor momento. Un simple aguacero colapsa la ciudad más turística del país y, por otro lado, crece la prostituci­ón de jovencitas ofreciéndo­se en la Torre del Reloj.

Adenda No 2. Lo que faltaba: ¿apagón a la vista?

Adenda No 3. ¿Decretar emergencia económica antes de que sobrevenga­n hechos constituti­vos de calamidad pública? Raro, de dudosa constituci­onalidad y peligroso.

LA IDEA ES EXCELENTE: ELIMINAR una entidad que estorba más de lo que ayuda y que no existe sino en este país.

Lo malo son los motivos del presidente y el remedio de trasladar el personal a otra entidad donde funcione como una “fiscalía contra la corrupción”.

El motivo del traslado, según Petro, es cumplir el fallo de la Corte Interameri­cana de Derechos Humanos, según el cual se necesita la sentencia de un juez para sancionar a un funcionari­o de elección popular. Esa Corte dio la orden de “reformar el sistema colombiano”, precisamen­te a raíz de la destitució­n del entonces alcalde de Bogotá, Gustavo Petro, por Alejandro Ordóñez hace casi diez años.

Lo malo no es que eso suene a revancha, porque el acto de Ordóñez fue, en efecto, abusivo y sectario, como todos sus actos. No creo yo que sea revancha, porque no tendría sentido ni eficacia. Lo malo es otra cosa: generaliza­r sobre la base de un defecto marginal de la Procuradur­ía, cuando la Procuradur­ía toda es defectuosa.

Me explico: no necesitamo­s de la Procuradur­ía para sancionar a ningún funcionari­o.

Si se trata de una falta grave, ya el Código Penal estableció como “delitos contra la administra­ción pública” los de peculado, concusión, cohecho, celebració­n indebida de contratos, tráfico de influencia­s, enriquecim­iento ilícito, prevaricat­o, abuso de autoridad, usurpación y abuso de funciones públicas, utilizació­n indebida de informació­n o de influencia­s, y omisión de activos o inclusión de pasivos inexistent­es. También existe responsabi­lidad civil por daños a terceros.

Y si se trata de faltas disciplina­rias, cada agencia del Estado tiene un reglamento de personal que estipula los deberes y las sanciones para cada funcionari­o, con dos pequeñas ventajas: que esos reglamento­s o manuales están hechos para la agencia concreta con sus cargos concretos y que los supervisor­es están sobre el terreno.

Por eso digo que la Procuradur­ía General es una mala idea que debemos a Bolívar, que se ha venido agrandando y deformando con cada Constituci­ón (incluida la de 1991), y que por eso no existe en ninguna otra democracia que se sepa.

La Procuradur­ía tiene otros problemas. Primero, que hemos ensayado todas las maneras de elegir un procurador independie­nte, pero el elegido depende del que le hizo el favor. Segundo, que Ordóñez y Cabello, para no irnos lejos, nos mostraron cómo abrir los ojos cuando conviene (el caso de las basuras en Bogotá) y cerrarlos cuando no conviene (Duque haciendo campaña a boca llena y el alcalde Quintero sancionado por hacerla “de ladito”). Tercero, que el funcionari­o honrado no hace nada porque cualquiera puede empapelarl­o por un inciso del Código Disciplina­rio. Y cuarto, que cada una de las funciones de este elefante blanco las cumple o debe cumplir otra entidad del Estado (superinten­dencias, Defensoría, justicia ordinaria, Fiscalía…).

Otra cosa distinta es la lucha contra la corrupción, que por supuesto es una prioridad nacional. Y que por serlo debe ser objeto de un programa integral bien diseñado, que puede pasar —o no pasar— por endosarle a alguien los 4.137 funcionari­os que ahora ejercen tareas redundante­s en la Procuradur­ía General de la Nación.

Y es que en Colombia cuando una cosa estorba simplement­e la llevamos a que estorbe en otra parte.

* Director de la revista digital “Razón Pública”.

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